Por estos días se oye en los medios de comunicación hablar de Alemania como modelo a seguir en cuanto a la gestión de la pandemia o para enfrentar la crisis de la economía, citando las palabras de Angela Merkel como consignas. Ya que estamos comparándonos, digamos que en el metro de Berlín no hay torniquetes, tampoco en los metros y los trenes urbanos de otras ciudades de Alemania. No es casual que las personas chilenas nos sorprendamos cuando vemos sistemas de transportes sin pago en ventanilla, inmediatamente surge la pregunta por el control e incluso la tentación de no pagar y, así, hacer una pillería minúscula, pero que sea digna de contar.
Sabida es la polémica que se ha generado en torno a la canción publicada en el canal de YouTube de la Defensoría de la Niñez, en el marco de una campaña de promoción de los derechos infantiles, vale la pena decir que hasta a Alemania llegó la noticia (acá se comenta la polémica en alemán y castellano). La primera estrofa de la canción en comento dice así: De pequeño no pude opinar, nos callaban hasta en la cena, religión u orientación sexual no eran temas que uno decidiera, ya se derrumbó toda esa falsa moral, las pancartas lucen la demanda social, siento que debes empoderarte y volar, saltarse todos los torniquetes, así el proceso constituyente tendrá fuerza, sentido y razón con tu voz, marcha junto a tu estrella. Evidentemente podríamos discutir el valor artístico o literario del uso de la metáfora del torniquete, aunque se entiende que se utiliza como un símbolo de la protesta que comenzaran las estudiantes secundarias y que, visto hoy en retrospectiva, actuó como una verdadera chispa que encendió los campos de la revolución (se usa una metáfora bolchevique a modo irónico).
Para el sector conservador de la elite chilena (con presencia en el debate público) esta canción ha sido interpretada como un llamado literal a no respetar las leyes, por eso, han presentado querellas y amenazan con destituir a la Defensora; mientras que para los sectores progresistas de esa elite solo ha sido un error comunicacional.
En ambos casos, se utiliza como argumento de fondo la personalización del conflicto en la Defensora y lo bien o mal que ha realizado su trabajo. Por su parte, la institución aclaró que esta canción se había elaborado oyendo la voz de adolescentes, tal como se estipula en el famoso artículo 12 de la Convención sobre los Derechos del Niño. Sin embargo, tal justificación del mandato no ha sido suficiente para redirigir el debate hacia el fondo, por sobre la forma. Por lo tanto y debido a las presiones, se bajó el contenido (las demandas judiciales siguen en proceso).
Servido el debate, resulta interesante analizar la metáfora del torniquete desde el punto de vista de las niñeces y el lugar que ocupan en nuestra sociedad chilena. A primera vista, parece ser que una vez más las voces de las nuevas generaciones no han sido escuchadas con verdadera atención por parte del mundo adulto, serio y racional, que determina unilateralmente lo que se puede hacer o decir y cuándo y cómo. Para las niñeces más pobres y excluidas habitualmente opera el fundamento de la política del torniquete, entendido como las normas y las costumbres que se imponen desde arriba hacia abajo.
Recordemos que también había torniquetes en algunos buses del Transantiago, de modo particular en aquellos que hacían recorridos por las zonas más pobres y marginales de la capital; pero no ocurría lo mismo con los buses dirigidos hacia sectores acomodados o centrales. Si comparamos nuestro sistema de transporte urbano con los de Europa es pertinente preguntarnos por qué existen torniquetes en ciertos territorios y qué fundamenta dicha diferencia o desigualdad de infraestructura. La metáfora nos remite a analizar el concepto de sujeto que propone el Estado, el cual se manifiesta implícitamente en políticas públicas y su capacidad para lograr el bien común.
Tristemente, el llamado estallido social y la siguiente crispación en que estamos hace más de un año deja entrever que la metáfora del torniquete ha caído con el peso de la noche sobre sobre ciertas niñeces, ejemplos abundan y pululan con rabia en el inconsciente colectivo. Se trata de pobres políticas para pobres, situación que ya no es tolerable en un país que pretende ser el más desarrollado de la región: un oasis.
Hace casi un siglo, Gabriela Mistral nos provocaba con estas palabras que hoy serían acusadas de esencialismo o ingenuidad, pero dado su peso intelectual y su sensibilidad artística parecen pertinentes (y casi urgentes) de leer en el momento actual: Cada niño trae una esperanza llena de fuerza y de misterio, a las colectividades caducas que son las nuestras, hasta en esa fresca América. No hay ninguna entidad de adultos que contenga sugestión semejante a la de la infancia de vida superiormente pura. Y ninguna sugiere con más fuerza que ella organizaciones nuevas del mundo.
El proceso de revuelta puede ser leído en clave elite vs. pueblo, según vagas interpretaciones que circulan en las redes sociales, ya que históricamente en Chile un reducido grupo de sujetos adultos con determinadas características de ventaja o privilegio ha tomado las decisiones que afectan a la gran mayoría de la población. Democracia representativa en crisis que se ha visto obligada a generar mayores espacios de diálogo y participación, específicamente para los grupos sociales que habitualmente han estado excluidos. En este momento constituyente y destituyente esos actores sociales se sienten con el llamado e incluso el deber histórico de saltarse algunas reglas del juego para poder crear otras, nuevas, llenas de esperanza, fuerza y misterio.