Durante las últimas semanas ha causado cierta conmoción la desaparición y cierre de instituciones históricas del centro de Santiago, siendo las más emblemáticas que han bajado la cortina Almacenes Paris en calle San Antonio, el emblemático Café Colonia en calle MacIver, y el célebre restaurante Squadritto del barrio Lastarria. De hecho, la semana pasada el Squadritto anunció el cierre definitivo de su restaurante de comida italiana, que sirvió a sus comensales por más de 26 años. La larga inactividad producida por las grandes manifestaciones y protestas que recibió el barrio Lastarria y posteriormente por la pandemia terminaron por ahogar a uno de los locales más clásicos e icónicos del barrio capitalino.
Para el Squadritto las luces se han apagado, los manteles se han retirado y la cortina se bajó. Así las cosas, la buena comida, las conversaciones de sobremesa y la civilización pacífica que estas conllevan van retrocediendo y retirándose del centro de la ciudad y dejando paso a la barbarie. Creer que esto es sólo una cosa material y el simple hecho de que un restaurante cierra sus puertas es no haber entendido nada, pues el sentido de comunidad y de barrio, así como la cultura y la civilización se construyen de pequeños hitos y de pequeños rituales que dan sentido a nuestras vidas y nos ayudan a combatir aquello incivilizado y brutal que llevamos dentro. De esta forma, cada vez que muere un Squadritto, mueren nuestros barrios, muere nuestra civilización y nos embrutecemos. El Squadritto es un reflejo de lo que somos o de lo que hemos dejado ya de ser. Squadritto somos todos: ¡Squadritto siamo tutti!
Este sentido civilizador y pacificador de los rituales y del comercio en general ha sido advertido por pensadores tan disímiles como David Hume, y más recientemente por la economista Deirdre McCloskey y el filósofo Byung Chul Han. Hume, el gran filósofo escocés amigo de Adam Smith, advertía los efectos civilizadores del comercio y los mercados, pues, según Hume, los mercados ayudaban a promover la paz, la prosperidad, el refinamiento de las artes y de todas las clases sociales y, por sobre todo, la capacidad de diálogo a través de nuestras interacciones mercantiles. En palabras de Hume: “la gente llega a conocer así los placeres del lujo y los beneficios del comercio y una vez que se ha despertado su sentido de lo delicado y su laboriosidad, ello les lleva a nuevas mejoras en todos los ramos … [el comercio] saca a la gente de su indolencia y, al facilitar a la parte más alegre y opulenta del país objetos de lujo con los que jamás había soñado, suscita en ellos el deseo de un modo de vida más espléndido del que disfrutaran sus antecesores”.
De la misma forma, el filósofo Byung Chul Han asegura en su libro La desaparición de los rituales que nuestras vidas modernas y aceleradas tienen cada vez menos rituales que nos otorguen sentido. Los rituales, advierte el filósofo coreano-alemán, son acciones simbólicas que ayudan a crear sentido y comunidad sin comunicación verbal. Sin la necesidad de transmitir nada verbal o digital, los rituales permiten que una colectividad reconozca en ellos señales de una identidad compartida. Para Han, la desaparición de los rituales conlleva el desgaste y el deterioro de la comunidad, exacerbando la desorientación y el vértigo que embisten al individuo. Así las cosas, la vida sin ritos, tanto comerciales, gastronómicos y culturales, es una vida sin sentido, vacía y sin comunidad. El Squadritto entonces, cumplía una función mas allá de lo alimentario, tenía una función civilizadora, de barrio y generadora de sentido para todos sus comensales que día a día disfrutaban de sus pastas y lujos traídos del Bel paese. Cada vez que perdemos un Squadritto, perdemos no sólo un plato de comida, sino mucho más, pues desaparece un centro neurálgico de civilización, de encuentro ciudadano y de ritos comunales.
Sin duda, Chile sufre mucho de esta ausencia de civilización y nuestra grave crisis social es, en gran medida, producto de la ausencia de rituales que forman y sostienen comunidades, barrios y una civilización en la que impera el respeto por lo común. Aquellos que viven hoy en el centro de Santiago y aquellos que construían sus rituales en el barrio Lastarria pueden constatar esta grave enfermedad social que nos va dejando vacíos y presa de la barbarie que, cada viernes, desde aquel famoso “estallido” del 18-O, amenaza las calles de nuestros barrios, aterroriza a sus habitantes y profana nuestros rituales.
Qué paradoja es que el supuesto “despertar de un nuevo Chile”, aquel que repetitivamente “estalla” todos los viernes por el centro de Santiago y por Lastarria y que se suponía que nos ayudaría a abrir los ojos y generar un nuevo país más humano, más solidario y menos materialista, sea el mismo que ha destruido, poco a poco, nuestros rituales y la civilización, erosionando nuestros barrios, nuestros rituales y vaciándonos de contenido. Según el mismo Raúl Squadritto, fueron dos fechas las que presagiaron la muerte de su restaurante: octubre del 2019, cuando sus ventas cayeron un 82%, y luego marzo del 2020, que gatilló los meses de inactividad. Según el propio Squadritto, “me costó mucho entender a quienes protestaban. La primera línea causó un daño enorme y todavía lo sigue haciendo, […] después llegó la pandemia y los efectos secundarios del estallido social”.
De esta forma, no sólo la pandemia ha destruido nuestros ritos, sino que paradojalmente el mismísimo “despertar de Chile” también ha causado el lento apagón de nuestra ciudad y la desaparición de los rituales que mantenían vivos nuestros barrios. Como lo ha advertido Cristián Warnken: “hay que decirlo con todas sus letras, aunque las furias nos funen: también el ‘estallido social’ mató a nuestros lugares sagrados. Las multitudes manifestantes que traían por un lado el Eros de un nuevo despertar jubiloso y lleno de esperanza fueron muchas veces escoltadas por batallones tanáticos que martirizaron un barrio axial de la ciudad sin piedad ni medida”.
El cierre del Squadritto refleja esa barbarie que viernes a viernes, avanza un paso más en la vía hacia la pérdida de nuestro sentido de comunidad y la ruina de nuestros barrios, dejando un desierto desolador a su paso. La muerte del Squadritto es el producto de nuestra indolencia, de nuestra celebración irresponsable de la violencia, de nuestro profundo desafecto por lo común y de la desidia ante la destrucción de nuestra ciudad y de los barrios que nos dotaban de sentido. Pareciera ser que Chile sí despertó, pero lamentablemente despertó cada vez más parecido a los bárbaros trumpistas y fascistas que atentaron contra la democracia en el Capitolio. Al final del día, desde el Capitolio hasta la muerte del tradicional restaurante italiano en Lastarria había solo un pequeño paso. Esperemos que el cierre del Squadritto sea una advertencia sobre el camino que peligrosamente transitamos y así no haya muerto en vano.