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La brújula perdida de Andrés Allamand Opinión

La brújula perdida de Andrés Allamand

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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El ministro parece siempre ir contra la corriente, remando de frente a los cambios de la sociedad en materia cultural, moral y política. Pese a que, siempre ha sido un duro de derecha y un rugbista para enfrentar a sus rivales, hay un rasgo de Allamand que parece haberse acentuado con los años: las posturas radicales y los cortacircuitos. El canciller hace rato parece haber perdido completamente la brújula e incluso el olfato político, porque la regla es clara: si Allamand le recomienda apostar en lo que sea, juéguesela por el rival, será un triunfo seguro.


Qué duda cabe, poco queda del Andrés Allamand que un sector de la centroizquierda valoraba, al menos en privado, por su capacidad de negociar, buscar acuerdos e incluso abrazar algunas causas que eran consideradas “liberales” en su partido. Y aunque la caricatura que se hace entre bambalinas en el mundo político —incluido Renovación Nacional— de que su señora, Marcela Cubillos, fue clave para la supuesta “transformación” del actual ministro de Relaciones Exteriores, la verdad es que esa imagen de “progresista y liberal” no representa más que un espejismo sustentado en uno que otro episodio particular —como su amistad con Fidel Castro—, pero de fondo, Andrés Allamand siempre ha sido un duro de derecha, pero sobre todo, un político bastante errático en relación a la opinión de las grandes mayorías.

El ministro parece siempre ir contra la corriente, remando de frente a los cambios de la sociedad en materia cultural, moral y política. Estuvo por el SÍ a Pinochet, luego en contra de la ley de divorcio —vaya paradoja con la vida propia—. Cuestionó la legitimidad de Bachelet por gobernar con 15 % —aunque Piñera llegó a 6%—. Se jugó con todo por la opción Rechazo, señalando que el país casi se vendría abajo si ganaba el Apruebo. Sugirió suspender el plebiscito porque la violencia e inseguridad no permitían su realización —estando uno de los suyos en La Moneda—. Boicoteó sistemáticamente a Mario Desbordes, hoy presidenciable. Se opuso al retiro del 10 % y ahora planteó que los emigrantes no se podían vacunar, empañando el proceso que Piñera intenta capitalizar para su imagen.

Andrés Allamand es lo que podríamos definir como un político profesional. Ha ocupado todos los cargos que uno se puede imaginar desde hace casi medio siglo, salvo el que parece desvelarlo más: ser Presidente de Chile. Desde su época de estudiante secundario en 1973 –se salió del colegio Saint George para poder competir contra Escalona—, ha sido protagonista de todos los eventos e issues que han marcado la política chilena, desde Allende a Piñera II. Vinculado a la dictadura, a la transición y finalmente a la democracia actual. Y pese a que siempre ha sido un duro de derecha y un rugbista para enfrentar a sus rivales, hay un rasgo de Allamand que parece haberse acentuado con los años: las posturas radicales. Son como cortocircuitos, “travesías” lo denomina él.

Lo cierto es que hasta que el Presidente Piñera tomó la salomónica decisión de sacar del ring a Allamand y a Desbordes —antes que corriera sangre en Renovación Nacional—, y llevárselos a La Moneda, el hoy ministro parecía que se había propuesto liderar y conducir al sector duro de la derecha. Un giro evidente que comenzó al día siguiente de firmar el acuerdo del 15 de noviembre de 2019. Lejos del político que buscaba acercamientos, optó por desplegar un relato cargado a los descalificativos y juicios ochenteros que usaba la dictadura. Empezó a encontrar comunistas por todos lados y sacó los botines —desde un viejo baúl— aunque esta vez para derribar a los propios. La verdad es que con los ataques de Allamand, Mario Desbordes no necesitaba enemigos, incluso según fuentes de su partido se señalaba que él era el autor intelectual de la forzada resurrección de Carlos Larraín. En paralelo, desplegó un relato que se enfocaba en el miedo. “Si en abril era equivocado tirar lo logrado por la borda para partir de cero, en octubre será suicida”, dijo antes del plebiscito.

Pero, aunque se las ha arreglado —estando en el Gobierno— para mostrar sus posturas de duro, sin duda que ha perdido protagonismo, salvo cuando vuelve a sus “cortocircuitos”. La última que le conocíamos fue cuando envió a todos los embajadores, en libreto con la tesis de que habíamos recuperado la “normalidad” —justo al cumplir un año del estallido social en octubre pasado—, por supuesto que su objetivo era provocar internamente, porque el ministro sabe que el mundo es globalizado, existe internet y CNN, por lo que un relato que no calza con la realidad no va a cambiar la opinión de nadie. Pero, además, el ministro de RR. EE parecía estar leyendo muy mal al país. Nunca más vamos a volver a la “normalidad” que conocimos, sino que ahora tendremos que adaptarnos a la nueva realidad. Chile no podrá nunca volver a ser el mismo del día 17 de octubre de 2019. Los chilenos confiamos menos en las instituciones, la ciudadanía adquirió más fuerza, aunque sin orgánica, sin conducción. De hecho, los retiros del 10 % se produjeron gracias a una presión social, frente a la cual la clase política tuvo que hacerse eco sin cuestionar la “decisión popular”, rompiendo dogmas inquebrantables para algunos sectores, especialmente entre los partidos de derecha.

Y por supuesto su desafortunada, pero por sobre todo cruel e inhumana tesis de que los migrantes no podían recibir la vacuna, desató un huracán que golpeó a La Moneda y a la estrategia de recuperar la imagen de un activo Presidente, de vacaciones, que habla desde el sur a diario de las vacunas. Así como la semana anterior el carabinero que mató a Francisco Martínez había empañado el proceso de vacunación –exitoso por lo demás—, esta vez fue el turno de Allamand. El canciller no sólo tuvo que ser desmentido por el propio Gobierno, sino que además hizo titubear más de la cuenta a Enrique Paris en su punto de prensa habitual. Pero de fondo, Allamand demostró que sus posturas son cada vez más extremas. Sin ir más lejos, el único político que salió a alabar al canciller fue José Antonio Kast, tal vez con quien mayor cercanía política tiene “el rugbista”, hoy por hoy.

Más allá de la denigrante imagen —al filo de la representación cinematográfica del desprecio por el ser humano—, el Gobierno volvió a recurrir a la estrategia que implementó entre 2018 y 2019 —que apuntaba a reforzar a su voto duro—, cuando expulsó a cientos de haitianos, los que también caminaban esposados a los aviones de la Fach, escoltados cada uno por un policía, algo por lo demás bastante innecesario y ridículo. Esta vez son los venezolanos que el propio Gobierno había invitado como parte de su agenda política que se centraba obsesivamente en Venezuela. Cómo olvidar la frustrada visita del mandatario chileno a Cúcuta o cuando la ex vocera Cecilia Pérez señalaba, en julio de 2019, que Chile seguiría recibiendo migración venezolana “hasta que el país lo resista”.

Sin duda, Andrés Allamand tiene el mismo problema que el Presidente Piñera. Su peor enemigo es él mismo. Pero, por sobre todo, el canciller hace rato parece haber perdido completamente la brújula e incluso el olfato político, porque la regla es clara: si Allamand le recomienda apostar en lo que sea, juéguesela por el rival, será un triunfo seguro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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