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Ya se avecina el retorno a clases, pero ¿cuándo hablaremos de educación? Opinión

Ya se avecina el retorno a clases, pero ¿cuándo hablaremos de educación?

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Lamentablemente, el ninguneo a las y los profesores no es nuevo. Sería una lástima tener que contarle al ministro Palacios por qué el trabajo docente es una de las labores con los más altos índices de agobio, estrés, enfermedades de salud mental, problemas con los sueldos y malas condiciones de trabajo. Sería una pena contarle también que la mayoría de los organismos internacionales, universidades y centro de investigación han advertido lo complejo que ha sido sostener para las y los profesores la educación a distancia en nuestro país, dadas sus condiciones de precariedad.

En Chile, desde el comienzo de la pandemia el manejo de la educación ha sido negligente. Podríamos recordar, por ejemplo, que el ministro Figueroa se negó tajantemente a suspender las clases desde el comienzo, y fue Sebastián Piñera quien dio la conferencia de prensa para anunciarlo a mediados de marzo tras la presión social. Frente a este escenario era muy complejo predecir cómo sería el proceso, pues era una situación completamente nueva para todas y todos. Fue en este contexto que el jefe de la cartera decidió adelantar las vacaciones en abril, sin consultarle a nadie. En sus palabras, éste sería: “un tiempo valioso para tomar un respiro y reflexionar sobre lo andado”, pero el ministro no sabía que la labor docente no sabe de respiro. Mientras él pensaba que se estaba de vacaciones, las y los profesores buscaban formas de hacer sus clases a través de la autogestión, aprendían a usar aplicaciones y programas, se compraban computadores, subían los gigas de su internet, ubicaban a sus estudiantes –de muchos de ellos y ellas no tenía noticias hace días– y, para qué decir, lidiaban con su propia vida, sus miedos, la distribución del trabajo entre las tareas de cuidados y las clases.

Así, pasó el año y no hubo muchas novedades, las mesas de trabajo con las comunidades educativas nunca se realizaron, una vez más el Ministerio de Educación se mostró distante con las escuelas y se sostuvo de manera incansable por la prensa que se volvería a clases pronto, como si de tanto repetir la frase esto sucedería por obra de magia. En el intertanto, en las escuelas y colegios se hizo toda clases de actividades, entre ensayo y error, para realizar mejores clases. Como suele suceder en la educación de mercado, cada cual se rascó con sus propias uñas.

En términos curriculares, se optó por una priorización de asignaturas muy poco compleja en términos pedagógicos, sin mucha propuesta educativa de fondo, disminuyendo contenidos que a la larga se llevaron delante de manera desigual según las capacidades de cada establecimiento. Esta acción tuvo fuertes repercusiones en los puestos de trabajo docente, implicando miles de despidos por la disminución de horas y la jerarquización de las asignaturas, en base a criterios del todo cuestionables.

Una vez más la educación entró en crisis, pero a nadie en el Ministerio de Educación se le ocurrió preguntarse, en lo que llevamos de pandemia, qué educación queremos y podemos darle a nuestros y nuestras estudiantes en las circunstancias actuales. Hablamos de algo serio, que involucra preguntas filosóficas, educativas y pedagógicas profundas, abandonadas hace décadas por el Mineduc. La oportunidad que han tenido las comunidades educativas de pensarse en estos tiempos de crisis es imposible de asir por parte de este gobierno, y tal vez también de los anteriores.

A la pregunta de por qué no se hace cabría contestar con una respuesta sencilla: porque no tenemos educación pública; porque las autoridades en educación suelen ser abogados, sociólogos y, de un tiempo a esta parte, ingenieros comerciales; porque no hay democracia educativa; porque no hay un proyecto de educación nacional ni regional; porque le dicen a las y los profesores que son flojos; porque las y los niños no son sujetos de derecho en educación.

El retorno a clases debe ser un tema, sí. Se ha tenido prácticamente un año para planificarlo con las comunidades educativas, para establecer planes de mejoras efectivas en las escuelas (están en las mismas condiciones desde febrero del año pasado), para realizar acompañamiento pedagógico y psicológico a docentes y estudiantes, y para entregar las herramientas tecnológicas suficientes. Todo esto es relevante para dar señas de que la educación es importante para la reproducción de la vida, en tanto es un proceso de desarrollo integral de las personas, y no una sala cuna o una guardería.

El punto central no es que las y los profesores no queramos trabajar ni tampoco, como dice el presidente de nuestro gremio, que el transporte público colapsará. Lo que hace falta es una discusión de fondo sobre la educación que queremos en un sentido amplio. Ésta podrá ser presencial, semi-presencial o sólo a distancia, pero tiene que ser una educación que haga sentido en los difíciles momentos que nos ha tocado vivir, y tiene que ser debatida a fondo –sin frases al voleo–, acordada y vinculante.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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