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El muro

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Aldo Torres Baeza
Por : Aldo Torres Baeza Politólogo. Director de Contenidos, Fundación NAZCA
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El muro que rodea a la superficie de la estatua donde estuvo Baquedano representa todo lo que fue y termina siendo el régimen de Piñera. Es un arquetipo exacto de quien no escucha, cierra los ojos, aprieta los dientes y, a estas alturas, sólo espera que pase luego la tormenta.

Más allá de su exacto perímetro sobreviven todos los alienígenas de un país gobernado porque quienes no lo habitan. Hay profesores flojos. Hay patipelados. Hay seres extraños, difusos: son alienígenas. Se están sumando varios periodistas insolentes que osan revelar los oscuros secretos que se esconden al interior del muro.

Desde el muro se ordena silencio absoluto. ¡Que nadie hable! ¡Que nadie cuente cómo se construyó la fortaleza! Eso sí que no. Los cortesanos del emperador acusan a esos periodistas insolentes cuando cuentan los secretos del muro, a veces incluso se taiman y amenazan con renunciar a colegiaturas o cofradías semejantes porque alguien osó decir algo que afecta a los miembros del muro.

Debemos explicar que el muro cuenta con agentes más allá del cuadrado. Generalmente se conocen desde pequeños, son primos y compañeros de colegio. Aunque hay otros que pretenden entrar al interior del muro en circunstancias que carecen de la alcurnia que sí tiene la familia real. Unos y otros saben que si el muro se derrumba quedarán sus dueños desnudos ante los alienígenas. Y eso les afectaría a todos, aspirantes a ingresar al muro y dueños del muro.

Y ése el tema, precisamente ése: a los alienígenas les ha dado por derribar el muro, llevan más de un año intentándolo. Algo les pasa. Están locos. Ahora insisten con eso del control de la información. Y es tanta la presión sobre las paredes, es tanto el griterío insolente, que los dueños del muro están entendiendo (el verbo quizás es excesivo) que ya no es tan fácil callar a los alienígenas, porque el muro cuenta con distintos ángulos desde los cuales se puede ver al rey sin la corona y a sus cortesanos sin maquillaje. Y, para peor, los alienígenas que sentían que algo andaba mal ya no tienen que enterarse por los medios de comunicación del mismo muro que el rey del muro en realidad es rey porque nadie entendía que, para lograrlo, necesitó y necesita la sombra que le entregaban y le entregan las murallas del muro.

Lo cierto es que el muro cuadrado sigue ahí, resquebrajado y moribundo, pero ahí. Aunque a veces sus dueños digan que “tendrán que compartir los privilegios con los demás”, el muro, insisto, sigue ahí. El muro de quienes no pudieron convencer y ahora sólo les queda rodearlo de policías que defienden el muro sin saber que en el fondo no defienden un pedazo de metal, sino a quienes están dentro del muro. Por eso, justifican lo que desconocen que defienden mediante palabras vacías que no saben muy bien qué significan. Son órdenes del muro a los soldados del muro.

Más allá de ese cuadrado, esperando, forcejando, están los alienígenas hartos de ver cómo los dueños del muro triangulan sus platas de pared en pared. Hartos, también, que se les repita el mito de un modelo económico que se dice libre cuando la verdad es que está controlado por un par de familias que siguen dentro del muro, esperando que de algún modo los alienígenas se detengan y no se enteren jamás que la plata va y viene de una muralla a la otra. A veces, cuando es mucha, chorrean algunas sobras por las paredes del muro. Pero son sobras. El circuito está adentro. Y así tiene que seguir siendo.

Pero ese mundo que está afuera ya rompió el cascarón y es difícil meterlo otra vez al interior del huevo. Está vivo y quiere vivir. Es un alma queriendo ser. Resquebraja el muro, por aquí y por allá, se asoma. Repito: ven cómo al rey se le cae la corona y cómo a los cortesanos se les corre el maquillaje.

Desde el interior del muro es imposible percibir ese mundo que nace y crece. No hay perspectiva ni ángulos. Por más que a veces se asomen por sobre el muro, por más que incluso salgan del muro y hablen con uno u otro alienígena, no, no hay forma de entender qué cosa sienten quienes están afuera. Si no es lo que piensan los habitantes del muro, entonces no importa. Que se salven entre ellos.

Así no más es la cosa. El mundo es como ellos creen que es: cuadrado, exacto, descolorido, sin formas. Al menos así se ve desde el interior del muro. Porque si hacemos el ejercicio de buscar otros ángulos, veremos que al mirar hacia arriba del muro sólo se observan nubes y más allá de las nubes el universo infinito creado por un dios limitado que, dicen ellos, justifica que sean dueños del muro. Hay que conservar el muro como es, porque siempre ha sido así y el que no lo entienda es un antichileno que no entiende que las cosas son como son no más. ¿Para qué, Dios mío, vamos a empezar a ponernos creativos si un cuadrado es tan pero tan exacto? ¿Para que abrir un poquito la muralla si desde dentro se ve tan perfecta?

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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