El territorio es para la Economía Creativa un elemento vital. Sin territorio, nos quedamos sólo con el esfuerzo individual de un emprendedor y su intento por sobrevivir, soñando con llegar a una audiencia o público consumidor. Si de vez en cuando ese emprendedor logra éxito, será sólo por su perseverancia personal, aun en aquellos casos en que haya obtenido un subsidio público para lograrlo. ¿Sirve esta clase de éxito para la Economía Creativa? En principio, pienso que de nada; sólo incrementa la desigualdad, no obstante produzca obras que obtengan reconocimiento internacional.
Por cierto, reconocer el talento es importante, pero no lo único. Se ha dicho una y otra vez que la Economía Creativa busca, como objetivo primero y último, generar una mejora en la calidad de vida de las personas, así como un aumento de la inclusión social. Es en el territorio donde se produce la transformación sociocultural de esta economía, y donde se le da sostenibilidad real.
Sin duda alguna, para cumplir estos objetivos, los emprendedores creativos requieren mejorar la competitividad e innovar. Sin territorio, sin identidad, sin cultura ni creatividad es imposible generar competitividad, es imposible generar impacto económico y sociocultural, ni menos avanzar hacia el desarrollo sostenible.
Fomentar la Economía Creativa y su industria tiene múltiples beneficios, no sólo para los artistas, emprendedores y profesionales trabajadores involucrados, sino también para el territorio, sus agentes, audiencias y habitantes, en quienes puede catalizar positivos efectos transformadores. La problemática está en cómo lograr que las políticas públicas en materias de Cultura, Territorio y Economía Creativa recolecten evidencias de su impacto.
En países subdesarrollados o en vías de desarrollo como Chile, dichas políticas debieran incorporar en su diseño el necesario enfoque científico-aplicado con miras a obtener resultados demostrables. Para ello, ejecutar planes de desarrollo cultural en ciudades y territorios es urgente. Ello llevaría a una mayor consciencia social a este respecto y a generar procesos de aprendizaje formal, ya sea manteniendo las medidas del programa, en caso que ellas obtengan resultados, o bien corrigiendo lo que no funciona y eliminando lo que no sirve o lo que ya se resolvió.
En democracias jóvenes como la nuestra, la ausencia de un enfoque como el descrito lleva, en forma natural y espontánea, a que proliferen las propuestas basadas en la mera intuición, la “buena idea”, la simple sugerencia de quien se encuentra cerca de la toma de decisiones. Fuera de lo poco profesional de estas prácticas, ellas conllevan a perder de vista totalmente el problema territorial y cultural, teniendo como único resultado que los programas dejen de tener continuidad apenas se produzca un cambio de gobierno, perjudicándose así a los beneficiarios directos e indirectos de esas acciones.
Lo anterior provoca también el redireccionamiento del presupuesto público que −siempre escaso− no alcanza a justificar ni demostrar del todo las razones de su asignación y su importancia vital para el problema que se intenta resolver. Proponer una participación temprana en el diseño de planes de desarrollo cultural regional contribuiría a establecer un marco claro y objetivos definidos, relevando la importancia de la continuidad para la transformación de ciudades y territorios.
En plena campaña de constituyentes, alcaldes, concejales y gobernadores regionales, sería interesante conocer las propuestas de los candidatos en estas materias. ¿Cómo avanzar en la superación de la pobreza y las problemáticas identificadas?, ¿cómo reactivar la actividad económica y cultural, tal como lo intentan Cali, Medellín y Bogotá, Ciudad de México o Buenos Aires? Son algunas de las preguntas que cada región de Chile debería de aquí en más comenzar a responder.
En el año de la Economía Creativa para el desarrollo sostenible, el diseño de mejores políticas públicas es de una urgencia vital para el país.