Es fácil apuntar con el dedo a grandes empresas como Blockbuster o Kodak que, por no innovar, han terminado sus imperios multimillonarios en verdaderas fábulas de la falta de visión de futuro. Emprendedores que supieron entender y desarrollarse en los tiempos presentes, pero no mirar con creatividad los que venían, haciendo la vista gorda a la posibilidad de ser reemplazados por formatos diferentes y atractivos para los nuevos usuarios.
La digitalización del trabajo, de la producción, de los negocios y de la forma de entender todas las matrices productivas debe ser parte de la esencia de toda entidad que quiera mantenerse en el tiempo. Hoy, la velocidad con la que suceden las cosas, los cambios tecnológicos, las maneras en que las personas acceden a los servicios o productos, se han transformado aún más con la pandemia, permitiéndonos avanzar en apenas unos meses varios años de desarrollo, desafío para el que muchos no estaban preparados.
Por esta razón, donde se entremezcla lo tradicional con lo vanguardista, el desafío es desarrollar una estructura que utilice las nuevas reglas del juego a su favor y permita a las empresas afrontar y adaptarse a este inevitable cambio disruptivo.
Los procesos tecnológicos y la transformación digital no son instantáneos, requieren de un tiempo para que sean masivos y exitosos. Pero la importancia de ellos es que pueden llegar a sacarnos del mercado o erosionar profundamente todo lo que conocemos como cierto. Por el contrario, adelantarnos permitirá que estemos a la vanguardia y seamos los primeros en sacar provecho de sus ventajas y virtudes.
Es ahí donde debemos detenernos y reorientar nuestra mirada. Las mutaciones no son sólo externas, son responsabilidad de nosotros mismos, de quienes lideran los equipos y dirigen proyectos de diversa índole. Es urgente consolidar estrategias potentes con el fin de impulsar un cambio cultural que permita mantener ingresos, rentabilidad y competitividad en el mercado, pero que también vaya preparándonos para lo que viene.
El primer riesgo de innovar es el que tomamos al momento de decidir prepararnos para la transformación. La pregunta “¿nos afectará?” debe dejarse de lado; en su lugar, debemos preguntarnos “¿cuándo y cómo nos va a afectar?” Es necesario que invirtamos y nos capacitemos para contar con las herramientas para reconocer los cambios en nuestro entorno. Como país, en este contexto estamos en una situación preocupante, ya que somos el miembro de la OCDE que menos invierte en Investigación y Desarrollo después de México, lo que nos posiciona muy por debajo del promedio mundial y limita completamente nuestra capacidad para progresar de manera innovadora, permanecer vigentes y sobresalir en un ambiente cada vez más competitivo y globalizado. Por este motivo, es que urge sobremanera la necesidad de que tanto el gobierno como las empresas, pongan acento en esta materia con un presupuesto acorde a lo que hemos alcanzado y a lo que queremos lograr.
El mayor peligro es llegar tarde o no visualizar esta acelerada evolución, ni dimensionar el impacto que tiene en el cada vez más corto plazo. Ya no hay vuelta atrás y no podemos ignorar a las nuevas tecnologías y metodologías de la innovación. Sólo nos queda prepararnos, ser profundamente resilientes, optimizarnos permanente y desafiarnos a detectar las nuevas semillas del mundo que vendrá.