En la actualidad se muestra el “hidrógeno verde” como una gran oportunidad para el país, comparándolo incluso con nuestra mayor fortaleza: el cobre.
El uso del hidrógeno como combustible tiene ya larga data, la tecnología para producirlo existe hace varias décadas, incluso ha sido utilizado con este propósito en naves espaciales.
El hidrógeno se puede producir extrayéndolo de los combustibles fósiles (habitualmente hidrocarburos compuestos de carbono e hidrógeno) por medio de procesos químicos. Casi la totalidad del hidrógeno en el mundo se produce actualmente de esta forma. También puede ser obtenido del agua por medio del proceso de electrólisis, utilizando energías renovables, denominado hidrógeno verde. Así se logra la descomposición de las moléculas de agua (H2O) en oxígeno (O2) e hidrógeno (H2).
La gran ventaja del hidrógeno es que su combustión solo produce como residuo vapor de agua, en lugar de gases contaminantes. Por lo tanto, se trata de un combustible 100% limpio. Sin embargo, su producción requiere una inversión significativa en infraestructura y, por lo tanto, en la actualidad, sus precios no son competitivos con las alternativas disponibles. Según la Agencia Internacional de la Energía, 1 kilogramo de hidrógeno verde, que contiene unos 33,3 kWh, cuesta entre 3,50 y 5 euros, lo que supone entre 0,10 euros/kWh, sin considerar infraestructura local para distribución. La energía eléctrica, en Chile para clientes industriales tiene un valor menor que este. Por tanto, la pregunta es: ¿por que no utilizar directamente electricidad para los usos locales potenciales del hidrógeno: vehículos, calefacción, calderas, etc.?
La respuesta pareciera ser que podríamos exportar hidrógeno a destinos lejanos como Asia y Europa.
Sin embargo, para ello se tienen desventajas, por ejemplo, para su producción se requiere una importante cantidad de agua. La producción de una tonelada de hidrógeno a través de la electrólisis requería un promedio de nueve toneladas de agua. Si bien es cierto podría utilizarse agua de mar desalinizada, ello implica un costo adicional y conlleva impactos ambientales no menores. Otra desventaja es la distancia de nuestro país con los mercados más interesantes desde la perspectiva del consumo.
Parece algo aventurado hablar de Chile como potencia de hidrógeno verde toda vez que el año pasado se señalaban niveles de financiamiento nacional por US$ 50 millones para proyectos de este tipo para “ayudar a los inversionistas a cerrar brechas y crear experiencia temprana”, y la meta de contar con 5 GW de capacidad de electrólisis al 2025, mientras que otros países –competidores–, como Australia, presenta proyectos por más de 27 GW con inversión de MMUS$36 mil, cuya primera etapa estaría para 2028. Algo parecido ocurre en Alemania, Países Bajos y China.
Por otra parte, me parece que hay temas urgentes para resolver en el sector energético, como es el uso masivo de leña en algunas zonas del país con la consiguiente contaminación de los hogares y los problemas de salud que se conocen. ¿Por qué no dedicar recursos a resolver este problema ya de larga data, facilitando el uso de combustibles más limpios como el gas natural?
En resumen, debemos ser cuidadosos en definir prioridades para el uso de los recursos del Estado y no formarnos expectativas exageradas para un desarrollo, que si bien puede ser interesante, no es posible compararlo con la minería del cobre en cuanto a potenciales ingresos para Chile.