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100 años del Partido Comunista Chino: los claroscuros del “Imperio del Centro” Opinión Crédito: Xinhua

100 años del Partido Comunista Chino: los claroscuros del “Imperio del Centro”

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Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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El sueño de Xi Jinping de rejuvenecer a la RPCh tiene más alcance que el que planteó el expresidente Trump, de una “América Grande”. Lluís Bassets dice que a Xi no le basta con que China sea grande otra vez –una superpotencia “fuerte, próspera y armoniosa–, sino que quiere situarla como eje, el Imperio del Centro, en referencia a ese momento en la historia cuando el emperador recibía a los embajadores de Europa como si fuesen súbditos y los imperios occidentales todavía no habían extendido su dominación por Asia.


A pesar de las semanas transcurridas, sin duda toda alusión a este proceso quedará en deuda por su complejidad contextual, de dinámicas y de sentidos. Pero partamos diciendo que hace 100 años (01/07/1921) un grupo de rebeldes chinos, inspirados en la revolución bolchevique rusa, formaron en secreto el Partido Comunista de China (PCCh) en Shanghái. Si bien inicial y concordantemente estuvo centrado en los trabajadores de las grandes urbes, las persecuciones de los nacionalistas del Kuomintang (en el poder), llevaron al PCCh de Mao Zedong a alejarse de la estrategia tradicional e impulsar una insurrección rural (desde el campo a la ciudad fue la nueva consigna). Tras más de dos décadas de guerra civil intermitente, los comunistas se impusieron a los nacionalistas y el 1 de actubre de 1949 instauraron la República Popular de China (RPCh). Este fue un doble proceso de independencia y revolución socialista (marxista-leninista). Mao, el Gran Timonel, colectivizó el trabajo, centralizó la economía y con su Revolución Cultural (incluidos Libro y Guardias Rojos) persiguió brutalmente un incipiente capitalismo que se desarrollaba en la sociedad y al bando liberal del partido. En ese entonces, el secretario de Estado de EE.UU., Dean Gooderham Acheson (1949-1953), dijo que el gobierno comunista no podría alimentar a sus 546 millones de habitantes como lo hicieron sus antecesores.

Sin embargo, hoy el PCCh no solo es el segundo partido más grande del mundo, con 95.1 millones de miembros, después del Partido Bharatiya Janata del primer ministro indio Narendra Modi (180 millones de militantes) y sigue manteniendo el poder absoluto concentrado en su máximo líder, Xi Jinping, el que es considerado tanto o más poderoso que Mao al controlar el partido, el Estado y el Ejército (la «santísima trinidad» del poder) y cuyo segundo mandato se alargó más allá del 2022 gracias a la eliminación de las restricciones que había impuesto Deng Xiaoping (1982), sino que la RPCh se ha consagrado en pocos años como la segunda potencia mundial con su vertiginoso desarrollo.

La lista de este desarrollo es larguísima. Por ejemplo, a mediados del siglo XX, el analfabetismo en China superaba el 80% y hoy más del 50% de la población tiene educación universitaria (solo en lo que va del 2021 se han abierto cerca de 4 mil librerías). Al 2019 la esperanza de vida superaba los 77 años. Ciento veinticuatro de sus compañías (84 estatales) integran el listado de las 500 corporaciones más grandes del mundo. Posee el sector bancario más acaudalado, con inversiones en todo el mundo (la entidad con mayores activos es el Banco Industrial y Comercial de China – ICBC). Varias de sus empresas “privadas” (aunque supervigiladas por su realidad Estado-céntrica) son líderes en el mercado tecnológico (el tecnosocialismo), como la fabricante de computadoras Lenovo, la plataforma de comercio online y parte del aparato del soft power Alibaba, TikTok o Huawei, líder en el desarrollo de tecnología 5G y uno de las mayores fabricantes mundiales de celulares. Tiene bases árticas y 5 bases antárticas. Llego a la Luna y a Marte con robótica incluida. Y la lista sigue.

La explicación de este salto cuántico la encontramos en los cambios que introdujo Deng Xiaoping (el “Pequeño Timonel”), en 1978, con el “socialismo con características chinas”, al impulsar un programa económico conocido como Reforma y Apertura. Tras la muerte de Mao, Deng liberalizó la economía, permitiendo el resurgimiento del sector “privado” y descentralizando una parte del poder y dejando parte de la toma de decisiones en manos de autoridades locales. También empezó a darles más libertades a los campesinos para que pudieran administrar y vender sus productos. En plena Guerra Fría, profundizó los intentos de apertura, lo que implicó la llamada “Política del Ping Pong” entre Mao y Nixon en 1971, dando entrada a inversiones de multinacionales icónicas del capitalismo, como Coca-Cola, McDonald’s, Pizza Hut, KFC, Taco Bell, Boeing, Toyota, Mitsubishi y Subaru, Hyundai, Kia, Samsung, JPMorgan, Goldman Sachs, Morgan Stanley, Credit Suisse, Citigroup, etc.

[cita tipo=»destaque»]Así, tras meses de preparación y en un escenario en la Plaza Tiananmen que combinó aviones de guerra (poder duro) y el rugido de la multitud (poder blando), Xi pronunció un duro y desafiante discurso, donde exaltó el «gran rejuvenecimiento de la nación china» (nuevo modelo de avance humano). «Esto significa que hemos logrado una resolución histórica al problema de la pobreza extrema, y ahora avanzamos con paso decidido hacia el objetivo del segundo centenario: convertir a China en un gran país socialista y moderno a todos los niveles». Reiteró, además, que el PCCh ha sido fundamental en este proceso y que los intentos de separarlo del pueblo fracasarían (fusión partido-Estado) y que «solo el socialismo puede salvar a China, y solo el socialismo con características chinas puede desarrollar a China».[/cita]

Líderes como Jiang Zemin, Hu Jintao (considerado débil) y Xi Jinping, continuaron con el modelo que ha llevado a la RPCh a ser el principal mercader global –además de poder tecnológico, político, militar y cultural–, produciendo y exportando más que nadie en textiles y artefactos eléctricos e internacionalizando sus empresas. Es también uno de los principales prestamistas e inversores mundiales, particularmente en la llamada Ruta de la Seda. Este modelo económico y de inserción internacional no ha afectado al PCCh como la única fuerza política que gobierna vertical y autoritariamente: el presidente es electo por la Asamblea Popular Nacional (el Parlamento) controlada por el PCCh, al igual que todos los cargos importantes del gobierno, de las empresas estatales, las escuelas, los hospitales y otras organizaciones sociales.

El PCCh, como partido-Estado, también controla el internet, los medios masivos y la academia y, por lo mismo, también limita enormemente las actividades sociales, religiosas y de DD.HH. La «mano invisible» del PCCh está en todos los aspectos de la vida, generando un borroso límite entre lo privado y lo estatal, lo que ha generado suspicacia de los objetivos de varias empresas privadas chinas (ahí está el caso de Huawei, que EE.UU. acusó de ser un frente para el espionaje del gobierno).

Cuando Xi asumió su triple cargo (secretario general del Comité Central, presidente de la Comisión Militar y presidente de la República), la RPCh parecía más fuerte de lo que era con el ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC), la celebración de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 o haber superado a Japón como la segunda economía mundial. Sin embargo, desde el interior, Xi vio un partido acosado por un liderazgo débil, intensas luchas internas –fragmentación que le ayudó para llegar al poder–, corrupción desenfrenada, poca disciplina y una fe débil en el socialismo. Así, al poco tiempo de asumir y con una idea preconcebida, Xi reunió a los principales liderazgos del partido y les preguntó por qué había colapsado el PC de la Unión Soviética, respondiendo él mismo por qué «Negó completamente la historia soviética, la historia del PC Soviético, negó a Lenin, negó a Stalin. Las organizaciones del partido en todos los niveles casi no tuvieron ningún efecto, y el ejército no estaba allí». Con esta reinterpretación de la historia, Xi dio un relato de continuidad histórica que ha terminado minimizando los errores (y los horrores).

Anthony Saich, director del Ash Center de la Universidad de Harvard y autor del libro De rebelde a dirigente: 100 años del PCCh, reafirma esto al decir que en el liderazgo comunista «si bien admiten que Mao pudo haber cometido algunos errores, ignoran el ataque a los ‘seguidores de la vía capitalista’ y explican la Revolución Cultural como un experimento del cual el partido aprendió. Enfatizan que fue un ataque a la corrupción, al burocratismo, etc.». Es decir, Xi Jinping no ve el desarrollo del país dividido en una historia bajo Mao y otra bajo Deng y sus reformas, sino una línea ininterrumpida. «Este diagnóstico le ha permitido variar y alejarse de las influencias más liberales del mercado que se experimentaron» y abrazar una posición más estatista (bbc.com, 03/07/2021). Quizás este nuevo relato explique por qué dos ciclistas chinos recibieron sus medallas en las Olimpiadas Tokio 2020 con un pin de Mao.

Al asumir Xi, desató una amplia campaña anticorrupción que no solo apuntó a funcionarios corruptos, sino también a sus enemigos políticos. Supervisó la caída de figuras poderosas como Zhou Yongkang, un exmiembro del Comité Permanente del Politburó (el mayor órgano de decisión) y zar de la seguridad, que fue encarcelado de por vida, y Xu Caihou, un alto general del ejército expulsado del partido (bbc.com, 24/10/2017). En menos de nueve años, se investigó a 392 altos funcionarios y millones de cuadros del partido. Se requería una sumisión total para sobrevivir en el partido y para concentrar aún más el poder, Xi estableció una docena de «grupos centrales de liderazgo» para supervisar áreas políticas relevantes, como reforma militar, seguridad cibernética, finanzas y política exterior. Se ha dicho que Xi encabeza unos 7 y el resto son supervisados por cuadros leales.

Expertos en el PCCh advierten que, al tratar de revitalizar al PCCh, Xi se amalgamó autocrática y absolutamente con el partido, creando otra amenaza para su existencia. Cai Xia, una exprofesora de la escuela de formación para funcionarios y expulsada, ha dicho que «el problema es que Xi toma siempre la decisión final. Dije que Xi es como el jefe de una mafia porque no hay transparencia ni mecanismos para tomar decisiones. Cuando aparecen opiniones discordantes como la mía, simplemente te expulsan y cancelan tu pensión… El liderazgo colectivo del partido se ha convertido en un concepto solo de nombre, y Xi se ha convertido en la personificación del partido» (lavanguardia.com, 18/08/2020). Aleksandra Kubat, otra experta del PCCh del King’s College, dijo que el desmantelamiento de los procesos institucionales y la adopción de un «estilo de liderazgo personalista» (similar al de Putin) ha creado «mucho resentimiento» al interior del PCCh y que eso «puede resultar perjudicial para su estabilidad». Xi concentra tanto poder que deja poco espacio para un sucesor y, mientras más tiempo pase, más difícil será para él retirarse (cnn.com, 26/07/2021).

Mezcla de capitalismo estatal y autoritarismo político

El PCCh es uno de los partidos más cerrados del mundo. Las reuniones del Comité Central de 200 miembros se llevan a cabo a puerta cerrada, al igual que las del Buró Político, cónclaves que terminan con decisiones “unánimes” y donde la televisión estatal transmite más tarde un comunicado oficial. Esto le permite a la dirigencia ocultar tensiones internas y presentar una imagen unificada al exterior. No cualquiera entra al partido, como lo constataría Xi, quien fracasó en varios intentos. Según cifras del Departamento de Organización del PCCh, 6,5 millones de miembros son trabajadores urbanos y 25,8 millones agrícolas, 41 millones son profesionales y hay 19 millones de jubilados. Las contribuciones monetarias de estos (hasta el 2% del sueldo, llegaron el 2016 a US$ 1.000 millones) son solo una pequeña parte de sus ingresos. Esto lo complementa con ingresos provenientes de la administración de empresas, hoteles y fábricas. Ser miembro del partido es hoy una palanca de ascenso básica y rápida.

Hay que reconocer que la RPCh, con su propuesta de independencia tecnológica (“China Digital” con una inversión en I+D de miles de millones de dólares desde 1999) y autosuficiencia como pilares de apoyo del “capitalismo con características chinas”, fue la única gran economía que creció en el 2020 –5% el tercer trimestre, y proyección de un 8% para 2021, según el FMI–. Con ello, inició su marcha hacia el centenario el 2049 mediante su 14° Plan Quinquenal y la Visión 2035, marcha que se ordenará en torno a una serie de objetivos, además de la proyección internacional y el liderazgo de Xi.

Entre ellos, destacan: a) el reemplazo del crecimiento rápido por uno de alta calidad; b) la maduración del sistema financiero y la inversión doméstica; c) la ampliación de la demanda local sin dejar de apoyar sus mercados de exportación; d) el impulso a la economía del conocimiento mediante la innovación y avances tecnológicos; y e) la promoción de sectores de última generación, las industrias inteligentes y la ecología. El objetivo a largo plazo (2035) es duplicar su PIB para alcanzar a los países desarrollados en términos per cápita (la «modernización socialista»). Esto demandará que en los próximos 15 años China crezca por encima del 4,7% anual.

En este desarrollo (cada 2 días inaugura un museo, incluyendo el Astronómico de Shanghái, de 40 mil metros), claramente la variable de la democracia está ausente si tomamos como base los 60 indicadores que da la Unidad de Inteligencia de The Economist, agrupados en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación política y cultura política. En todas estas áreas hay resultados negativos en esta mezcla de capitalismo estatal y autoritarismo político, y que caminan contradictoriamente de la mano. Por ejemplo, donde sienten estas luces y sombras con nitidez es en la presencia del Estado en los ámbitos de seguridad y libertad: la RPCh es un país muy seguro, que ha creado una atmósfera favorable para la curiosidad y la formación –necesita una nueva elite intelectual para ser gran potencia, dice Jorge Carrión–, pero esa seguridad es a costa de la restricción a las libertades ciudadanas con mecanismos de control y represión.

En el fondo, no existe libertad de asociación, expresión y de prensa; con excepción de unos pocos medios escritos privados muy controlados, el sector mediático está bajo control estatal. Aunque en lo aparente este control no se siente, Diego Laje observa que «están aumentando los niveles de represión y control y se ha perfeccionado la tecnología para que hoy China sea un Estado policial perfecto» (BBC News Mundo, 03/07/2021), mientras que Human Rigths Watch, en su Informe Mundial 2020, lo llama un “sistema de vigilancia orweliano”. Hay cierto consenso en que bajo Xi el espacio de la sociedad civil se ha reducido aún más. Cerca de un millón de funcionarios han sido castigados en el marco anticorrupción, aunque críticos dicen que esta campaña también ha servido para purgar a rivales políticos. The Asian Times del 05/07/2021, estiman que son entre 40 y 70 millones de muertos como resultado de las políticas implementadas desde 1949 y que incluirían las purgas internas, el Gran Salto Adelante (la desastrosa política económica de Mao), la represión en el Tíbet, la Revolución Cultural y la represión de la Plaza de Tiananmen en 1989, entre otros.

Organizaciones de DD.HH., por otro lado, estiman que un millón de uigures y otras minorías en Xinjiang han sido detenidos en campos de reclusión, con reclamos de esterilización impuesta y trabajo forzado bajo el pretexto de erradicar el extremismo islámico. Se suma a ello la detención de miles de activistas, abogados y defensores de los derechos humanos en Hong Kong (excolonia británica devuelta en 1977), medios independientes como Apple Daily han cerrado por las presiones, mientras decenas de personas han sido acusadas en virtud de la amplia Ley de Seguridad impuesta y que penaliza todo lo considerado subversión, actos que en países democráticos son simples derechos (Reino Unido acusó a Beijing de violar las normas internacionales). El primer protestante sentenciado, Leon Tong Ying-kit, recibió una condena de 9 años de cárcel por “subversión” y “terrorismo” (dw.com, 31/07/2021).

Otro factor controvertido es la creciente brecha de desigualdad. La RPCh ha sacado a cerca de 400 millones de la pobreza y hoy es una “sociedad modestamente acomodada”, pero también es el segundo país con más multimillonarios (626 chinos tienen fortunas por encima de los US$1.000 millones), una élite ligada al PCCh a la que se le ve en la Costa Azul, en viajes en jets privados a Europa, estudiando en colegios y universidades exclusivas, manejando autos deportivos, con grandes fortunas en paraísos fiscales y cuyos privilegios son una caja negra (el 2012 Bloomberg incluyó a Xi y familia). Esta realidad de desigualdad ha reintroducido el clivaje de clase en la sociedad. Donde más se ve esto es en el mercado inmobiliario, dice Xiao Lin (bbc.com, 03/07/2021): «Las casas son cada vez más caras y solo los ricos pueden comprarlas. Los profesionales jóvenes como yo no podemos y dependemos de nuestros padres o abuelos”. Esto se nota también en los servicios de salud, donde la mayoría depende de un sistema público (muchas veces abarrotado), pero los más ricos acuden a hospitales privados; la educación no es completamente gratuita: «Hay 9 años que son obligatorios y no se pagan. Pero para ir a la secundaria y la universidad hay que pagar», señala.

De acuerdo a Shi Yinhong, profesor en la Universidad de Renmin y asesor del Consejo de Estado, Xi tiene tres creencias ideológicas básicas: a) «La grandeza china, reforzada por la doctrina de Confucio del rol civilizatorio del país sobre el resto del mundo y por el nacionalismo moderno para ajustar el desequilibrio y las injusticias en el planeta; b) Una idea de un partido firme y disciplinado comandado por un único líder para conducir al país; y c) La firme convicción de que el Estado debe penetrar en la vida de todos los chinos. Y Xi Jinping (‘Xi Dada, el gran tío Xi) ve estos dos últimos como precondiciones del primero».

El Imperio del Centro muestra los “dientes”

El sueño de Xi Jinping de rejuvenecer a la RPCh tiene más alcance que el que planteó el expresidente Trump, de una “América Grande”. Lluís Bassets dice que a Xi no le basta con que China sea grande otra vez (una superpotencia “fuerte, próspera y armoniosa), sino que quiere situarla como eje, el Imperio del Centro, en referencia a ese momento en la historia cuando el emperador recibía a los embajadores de Europa como si fuesen súbditos y los imperios occidentales todavía no habían extendido su dominación por Asia (elpais.com, 04/07/2021).

Así, tras meses de preparación y en un escenario en la Plaza Tiananmen que combinó aviones de guerra (poder duro) y el rugido de la multitud (poder blando), Xi pronunció un duro y desafiante discurso, donde exaltó el «gran rejuvenecimiento de la nación china» (nuevo modelo de avance humano). «Esto significa que hemos logrado una resolución histórica al problema de la pobreza extrema, y ahora avanzamos con paso decidido hacia el objetivo del segundo centenario: convertir a China en un gran país socialista y moderno a todos los niveles». Reiteró, además, que el PCCh ha sido fundamental en este proceso y que los intentos de separarlo del pueblo fracasarían (fusión partido-Estado) y que «solo el socialismo puede salvar a China, y solo el socialismo con características chinas puede desarrollar a China».

Entre la apelación al orgullo y la autoestima, declaró que “el tiempo en que el pueblo chino podía ser pisoteado, en que sufría y era sometido, ha terminado para siempre. Quien sea que lo intente, se encontrará en un baño de sangre frente a la Gran Muralla de Acero construida por 1.400 millones de chinos. Nadie debe subestimar la gran determinación, la firme voluntad y la extraordinaria capacidad del pueblo chino para defender su soberanía nacional e integridad territorial” (BBC.com, 01/07/2012).

Reafirmó la firmeza que tendrían en Hong Kong y Xinjiang, considerados bastiones de “oposición”, exaltando que China se prepara para la «reunificación nacional pacífica» (france24.com, 01/07/2021), salto que representara una amenaza cada vez mayor para sus vecinos, especialmente Taiwán e islotes en disputa del Mar de China, cuya captura calificó como «una misión histórica y un compromiso inquebrantable». Un artículo de The Washington Post (05/07/2021) dice que “el discurso de Xi es un recordatorio de que las grandes ambiciones de su régimen, y su beligerancia para perseguirlas, son una amenaza genuina al orden mundial y, quizás, a la paz mundial”. El País (03/07/2021) habla de la proximidad del sorpasso (adelantamiento), el momento crucial en que China se convertirá en la primera superpotencia, incluso en el plano militar, y someterá a los países asiáticos a su propia Doctrina Monroe, la que tuvo como consecuencias dominar a los vecinos y echar a los europeos. Agrega que “Xi Jinping quiere seguir su camino: anexionar Taiwán, echar a EE.UU. de los mares circundantes, contener a Japón y vencer a India, la única potencia vecina que puede hacerle sombra por su demografía, su economía y armas nucleares” (y con la cual tiene disputas territoriales y en la estrategia del Indo Pacífico).

La prensa occidental ha tomado las palabras de Xi como un desafío para sus vecinos, el mundo democrático y la libertad humana, más allá de que ante la Cumbre de Líderes del G-20 (fines de mayo), haya dicho que China estará en condiciones de ocupar un rol proactivo como “jugador responsable” (de acuerdo a sus parámetros y no los del derecho internacional o multilateralismo). En el año de la pandemia, Beijing remarcó sus grandes diferencias con Washington, enmarcando esta confrontación como una en la que EE.UU. es el agresor y la RPCh simplemente se defiende, desplegando las mismas herramientas. Y aunque los funcionarios chinos insisten en que solo se usarán defensivamente cuando otros países apliquen sanciones primero (no ha sido así con Japón, Australia o Argentina), es «una advertencia para los EE.UU.” (y una señal para el resto para evitar dependencias extremas).

China se ve molesta por una lista cada vez mayor de acciones estadounidenses, especialmente por el creciente recurso de extender las sanciones exigiendo que terceros países las respeten y las hagan cumplir. Diplomáticos chinos han criticado a menudo a EE.UU. por “intentar” obstaculizar su desarrollo al cortar el acceso a tecnología estadounidense. También están irritados con las leyes de ese país que le exigen la divulgación de información que la RPCh considera sensible, como las auditorías de empresas que pretenden cotizar en las bolsas de Estados Unidos. Las desconfianzas entre Beijing y Washington se ahondaron el 2018, cuando el entonces presidente Trump inició una guerra comercial que después amplió a los campos tecnológico, diplomático, marítimo y espacial, entre otros. Tras la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, ambos países han intentado volver a encauzar las relaciones, con muy pocos avances, al sostener Biden los mismos reclamos que su antecesor frente a la RPCh. Jorge Carrión dice que “el problema es que el nacionalismo y el autoritarismo (china) chocan frontalmente con la globalización” y con un “ascenso pacífico” (contradicción de modelos de gobernabilidad).

La “ira” china también se ha dirigido a otras partes del mundo occidental: Australia por su posición de investigar el origen del COVID-19 y la Unión Europea por su crítica a la Ley de Seguridad de Hong Kong y considerar a la RPCh como un actor “amenazante”. China arremetió en contra el G7 después de que los líderes del grupo abogaran por “contrarrestar y competir” con ella en temas que van desde la democracia, los DD.HH. en Xinjiang y Hong Kong, la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán, hasta la carrera tecnológica.

Un diplomático chino replicó que “los días en que las decisiones globales eran dictadas por un pequeño grupo de países han quedado atrás”, instando a EE.UU. y otros miembros del G7 a respetar los hechos, dejar de calumniar a China, de intervenir sus asuntos y dañar sus intereses (El Ciudadano, 14/06/2021). Por aquí parece ir lo bueno, malo y feo de 100 años del PCCh.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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