Dos tesis friedmanianas fundamentales son el andamiaje en el trasfondo, el entramado básico de ideas, el núcleo duro de la argumentación del texto doctrinario de Sebastián Sichel. Pero mientras no se supere claramente un pañol de herramientas conceptuales tan pobre, carece de sentido esperar de la mera simpatía, relativa juventud o algunos retoques cosméticos de esa candidatura, acompañados de marketing político, una conducción eficaz de la situación popular. Mientras no se deje atrás decisivamente la comprensión estreñida que es, precisamente, una de las bases en la producción del malestar, a saber, el economicismo de la derecha radical, un eventual gobierno de Sichel será un tercer fracaso político.
Pese a la pluma inteligente de quienes le ayudaron a Sebastián Sichel con el documento “Una cultura reformista para el Chile del siglo XXI”, el talante economicista de la pieza queda a la vista apenas en la primera lectura.
Milton Friedman nos hizo el favor de exponer los principios de su “neoliberalismo” (la expresión no es una descalificación, la ocupa él mismo) en su libro Capitalism and Freedom. El primero de esos principios afirma un atomismo social individualista, según el cual “el individuo es la entidad última de la sociedad”, su “libertad es el fin último” y el Estado es una máquina o “instrumentalidad” al servicio del individuo (Capitalism and Freedom. Chicago 2002 [1ª ed. 1962], pp. 1, 2, 5). La segunda tesis de Friedman es que el sistema económico capitalista es la base o condición de un orden político adecuado (cf. pp. 4, 8, 10).
Pues bien, estas dos tesis friedmanianas fundamentales son, también, el andamiaje en el trasfondo, el entramado básico de ideas, el núcleo duro de la argumentación del texto doctrinario de Sichel.
Concordando con la primera tesis de Friedman (atomismo social individualista y reducción del Estado a mecanismo al servicio del individuo), el documento de Sichel postula la idea de un individuo preexistente al Estado, una entidad –sorprendentemente– anterior a la vida política, el cual, en algún momento, “le entrega al Estado parte de su libertad” (p. 11; cf. p. 16). En el orden de ideas del documento, el Estado es concebido como un mero instrumento, un simple “medio” que está “al servicio” del individuo (p. 16). Sichel y los redactores del texto rechazan, entonces, cualquier reconocimiento de espontaneidad al Estado, la eventual pretensión de entender al Estado “como si tuviera” algún tipo de “vida propia” (p. 16).
Naturalmente, el Estado vive de los individuos que lo componen y no hay que ser especialmente advertido para notar que no “vive” del mismo modo en que “vive” una foca o un aromo. Pero es tosco pretender desconocer, a partir de esa constatación, que los individuos constituyen originaria o inauguralmente una unidad vital con el Estado del que forman parte y que de esa unidad vital depende la forma de vida de los individuos. Ya Aristóteles se percató de que fuera del Estado solo viven bestias y dioses. Fuera del Estado no hay propiamente seres humanos, pues el ser humano alcanza su lucidez consciente recién gracias al lenguaje, y el lenguaje, a su vez, se adquiere recién en la unidad política. Pero además, puesto que el modo de ser del Estado –por ejemplo: brutal o educado, violento o pacífico, opresivo o emancipatorio– afecta decisivamente el modo de vida de sus ciudadanos, la conformación de esa totalidad política es determinante en la conformación de la propia personalidad. El Estado goza de una actividad que incide fundamentalmente en el modo de vida de sus miembros.
[cita tipo=»destaque»]El nervio de la propuesta del presunto renovador de la política es un neoliberalismo setentero friedmaniano. Hay, por cierto, arreglos cosméticos. Estamos ante un “Friedman retocado”. El texto posee inteligencia retórica. Aquí se incluyen, por ejemplo, un par de invocaciones a la solidaridad. Sin embargo, si se las considera con alguna detención, ellas acusan un carácter peregrino y no son, en ningún sentido, el criterio operativo de la propuesta.[/cita]
La segunda tesis de Friedman, a saber, que el orden económico capitalista es la base de un orden político adecuado, queda expuesta también palmariamente en el documento de Sichel. Se afirma, con confianza casi metafísica y sin mucho cuidado por las reglas de la inferencia: “La libertad económica es consustancial al mundo moderno y a la democracia representativa, por lo que no es conveniente ponerle trabas a un derecho tan preciado” (p. 20; cf. pp. 9-10).
El fin de la acción estatal es circunscrito, en el documento de Sichel, correspondientemente, y tal como en el texto de Friedman, a garantizar el buen funcionamiento del mercado y apoyar a los miserables, a quienes la pobreza o la angustia ante la pobreza vuelve disfuncionales con la economía capitalista. Así, tareas del Estado son: “Garantizar los derechos de propiedad” y “la acumulación de riqueza” (p. 10), fortalecer “a las instituciones que hoy castigan el abuso, la colusión y otras prácticas que afectan la competencia” (p. 20), fiscalizar “las industrias monopólicas” (p. 6). Respecto a la ayuda a los miserables, habla el texto de un “capitalismo compasivo” (p. 12; una eventual contradicción, si se le hace caso a la idea de que el interés individual es la base de la economía capitalista), de “apoyos”, de un tipo indeterminado, que les permitan a los individuos “asegurar … lo que se ha conseguido” (p. 12).
Este es el entramado duro del documento doctrinario de Sichel; esta, la infraestructura o base con la que pretende brindar cauce a la situación popular y entrar en discusión con la izquierda; este, el nervio de la propuesta del presunto renovador de la política: neoliberalismo setentero friedmaniano.
Hay, por cierto, arreglos cosméticos. Estamos ante un “Friedman retocado”. El texto posee inteligencia retórica. Aquí se incluyen, por ejemplo, un par de invocaciones a la solidaridad. Sin embargo, si se las considera con alguna detención, ellas acusan un carácter peregrino y no son, en ningún sentido, el criterio operativo de la propuesta. No pueden serlo y para constatarlo basta reparar en una indicación general y dos textos.
La indicación general es que resulta imposible pensar en una sociedad solidaria allí donde se ha postulado ya a un individuo que existe de antemano, con independencia de la comunidad política, y cuyos fines tienen, además, preeminencia respecto de esa comunidad, como hemos visto que hace el texto de Sichel. Hay, asimismo, dos pasajes que corroboran el talante cosmético de las indicaciones, que son los mismos textos donde se alude a la solidaridad. El primer texto describe como la “entrega de una base común solidaria” lo que existe hoy: el orden económico y social de la transición (p. 10), o sea, ¡el propio orden que produjo la crisis de octubre! El segundo pasaje sobre la solidaridad es aquel en el que los autores del documento se preguntan: “¿Más o menos solidaridad?”. Y la respuesta es: “Dependerá de cuál sea el objetivo” (p. 16). Vale decir, la solidaridad no es el criterio de decisión, sino un elemento que es diluido en otro criterio, el criterio convenientemente indeterminado del “objetivo” que respectivamente se busque.
Hay más aspectos llamativos del texto, que refrendan la pulsión neoliberal dura, por no decir de clase, que lo anima (¿puede explicarse de otro modo la alusión del documento al “terror de los sectores acomodados de caer en la clase media”, p. 13). Esos aspectos permiten notar que tras él está la derecha economicista, cuando no la económica.
La crisis de octubre es explicada en términos eminentemente económicos. Nuevamente hay aquí una prevención cosmética. Se denuncia como “obsesión de algunos”, la idea de “que el crecimiento económico soluciona las deficiencias e injusticias del modelo”; así también, se advierte de “empresarios y tecnócratas que reniegan de la política” (p. 5). Sin embargo, puestos a explicar “la crisis social chilena”, los autores del texto caen precisamente en las actitudes denunciadas. La crisis de octubre sería “en buena medida, una crisis económica e institucional de las unidades domésticas de clase media” (p. 4, repárese en el tecnicismo “unidades domésticas de clase media”). “Las causas de las movilizaciones son múltiples y muchas veces disímiles entre sí. Con todo, en la mayoría se repite un factor que las aglutina: «Las carencias materiales que día a día enfrentan los chilenos” (p. 5); la “pérdida de empleos, emprendimientos y avances educacionales” (p. 6), la “transición masiva de la pobreza a la clase media” (p. 6).
Nada se dice de las demandas por reconocimiento, deferencia, integración, participación en un país que, junto con aspectos valiosos, es segregador, discriminante, invisibilizador, clasista; donde en su capital nacional no hay un espacio en el que un rico y un pobre puedan encontrarse paisana y tranquilamente en igualdad de condiciones; nada se advierte de un pueblo dividido por barreras de raza, de clase y de espacio; nada se señala de la desintegración territorial, de la urgencia de una redefinición de base de la institucionalidad de la tierra; nada, de la crisis fundamental de las organizaciones comunitarias: los sindicatos, los vecindarios, las iglesias, las familias.
La actividad de los seres humanos tiende a ser brutalmente reducida en el texto suscrito por el candidato Sichel a iniciativas de tipo económico, desconociéndose que la vida humana se desenvuelve y enriquece fundamentalmente en agrupaciones comunitarias, vale decir, aquellas cuyo peso es mayor que las preferencias económicas y que en virtud, precisamente, de ese peso, son capaces de definir y afectar la identidad de sus miembros. Son esas comunidades las que están en crisis hoy y es esa una de las bases fundamentales del malestar que el texto de Sichel llamativamente soslaya.
Mientras no se haga un cambio a las premisas mismas, neoliberales, en la base de su planteamiento ideológico, la candidatura de Sichel no será capaz de comprender una crisis que es eminentemente política y no solo económica. Mientras no se supere claramente un pañol de herramientas conceptuales tan pobre, carece de sentido esperar de la mera simpatía, relativa juventud o algunos retoques cosméticos de esa candidatura, acompañados de marketing político, una conducción eficaz de la situación popular. Mientras no se deje atrás decisivamente la comprensión estreñida que es, precisamente, una de las bases en la producción del malestar, a saber, el economicismo de la derecha radical, un eventual gobierno de Sichel será un tercer fracaso político.