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Sin dolor, no seremos diferentes Opinión Crédito: Aton

Sin dolor, no seremos diferentes

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Jorge Costadoat
Por : Jorge Costadoat Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín.
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Chile vive un momento extraordinariamente importante. Tenso, muy tenso, pero hermoso. No hay que aproblemarse mucho con la palabra fundacional. Depende del sentido que quiera dársele. Conviene ir a lo más hondo. La inauguración de la Convención Constitucional ha sido ocasión para desenterrar a nuestros pueblos. Los dábamos por muertos, como recordó José Luis Vásquez Chogue, selk’nam, hace algunos días en la misma aula de la Convención. En realidad, los matamos literaliter, despojándolos, negándolos y olvidándolos.


Un grupo de terapeutas, psicólogos y psiquiatras, con la ayuda de los Radiodifusores de Chile (ARCHI), nos invitan a celebrar el “Día de la condolencia y el adiós” el 5 de septiembre a las 21:00 horas. ¿Motivo? La pandemia ha dejado un reguero de más de 40 mil muertos que merecen un recuerdo y una despedida. El lema que moviliza a la actividad es “Que el dolor no nos sea indiferente”.

Me sumé. Grabé mi testimonio sobre Josse van der Rest, muerto por COVID el 24 de julio de 2020, gran amigo. Todavía es posible entrar al portal y participar con una grabación de 30 segundos.

Me permito, además, dar a esta iniciativa otra vuelta de tuerca. Si me dejaran añadir un verso a aquella canción, sería este: “Sin dolor, no seremos diferentes”. Pues creo y espero que, tras la crisis política y sanitaria, pueda el país llegar a ser diferente, a diferenciarse de su pasado, a refundarse sobre los fundamentos de la mejor de las tradiciones. Esta consiste en hacer del dolor el principio epistémico del conocimiento que el pueblo de Chile necesita para avizorar juntos un futuro de mayor integración.

[cita tipo=»destaque»]El dolor cumple una función epistémica. Sin dolor por los otros, los otros nos serán siempre desconocidos y amenazantes. Nos penarán como las ánimas que reclaman, sin cesar, descansar en nuestro corazón. Más de 40 mil fallecidos nos obligan a parar para avanzar. El dolor nos hace diferentes. Es lo que urge: distinguirnos, para unirnos. [/cita]

Hablamos del dolor de miles de familiares y amigos nuestros, del nuestro propio, que no nos deja dormir en paz. No pudimos despedir a nuestra gente. Tampoco pudieron ellas, ellos, decirnos unas últimas palabras de amor o de perdón. Nos los arrebataron para salvarlos. Las personas de la salud hicieron todo lo que pudieron, pero no pudieron. Se apagó la luz. Quedamos terriblemente solos. Fue como si nos hubieran arrancado un brazo de cuajo. Pero si “el domingo pasado habíamos almorzado juntos, copuchamos, nos reímos hasta la hora de la siesta”. Fue como un zarpazo. No hemos parado de llorar.

La convocatoria de los terapeutas y de la prensa es un acto de condolencia. Nos llaman a dolernos con el dolor de personas cercanas y lejanas. Pues el vecino, el tío, la prima, se hunde de pena. Es el sufrimiento del amor de todo un pueblo, el mismo que invocó días atrás Elisa Loncon en el aula de la Convención: “Quiero poner el énfasis en el poyewn, es el amor y es la base para poder entendernos, comprendernos, escucharnos”. El amor político, colectivo, nacional, expresado en memoriales como el de Vietnam en Washington, el del Museo de la Memoria acá en Chile, honra a los muertos que los países aman. Es preciso recordarlos, somatizar sus sufrimientos para comprender que la humanidad es una trama ceñida cuyo principal enemigo es el egoísmo.

Chile vive un momento extraordinariamente importante. Tenso, muy tenso, pero hermoso. No hay que aproblemarse mucho con la palabra fundacional. Depende del sentido que quiera dársele. Conviene ir a lo más hondo. La inauguración de la Convención Constitucional ha sido ocasión para desenterrar a nuestros pueblos. Los dábamos por muertos, como recordó José Luis Vásquez Chogue, selk’nam, hace algunos días en la misma aula de la Convención. En realidad, los matamos literaliter, despojándolos, negándolos y olvidándolos.

El dolor cumple una función epistémica. Sin dolor por los otros, los otros nos serán siempre desconocidos y amenazantes. Nos penarán como las ánimas que reclaman, sin cesar, descansar en nuestro corazón. Más de 40 mil fallecidos nos obligan a parar para avanzar.

El dolor nos hace diferentes. Es lo que urge: distinguirnos, para unirnos. Reconocer que cada uno cuenta, que es original e insustituible, para igualarnos en dignidad. Es la igualdad que hoy necesitamos conseguir, pues nadie merece ser un muerto más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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