No hay duda alguna hoy en las calles de Nueva York: la emergencia climática es una realidad y sus efectos, que se hacen notar con mayor violencia y destrucción en otros estados y localidades en los Estados Unidos, han traído consigo un brusco despertar a sus residentes y liderazgos.
En la misma semana que Nueva York se prepara para recordar el ataque terrorista perpetrado hace veinte años en contra de las Torres Gemelas, ocasionando la muerte de más de tres mil personas, entre ellas dos chilenos, el presidente Joe Biden visitará algunas de las áreas de la ciudad más grande de los Estados Unidos, objeto de recorrer y ver en terreno, la devastación ocasionada por el paso del huracán Ida. Este dejó al descubierto varias precariedades que requieren de soluciones inmediatas, destacándose fallas en materia de infraestructura, la efectividad de las alertas tempranas, en la evacuación expedita de zonas de mayor riesgo y, tal vez lo más impactante, la pobreza y marginalidad existente en una urbe brutalmente afectada por la pandemia, deficientemente preparada para hacer frente a las realidades de una emergencia climática global.
El que once de los 13 que perdieron sus vidas la semana pasada en Nueva York, incluyendo un menor de 14 meses de edad, se hayan encontrado sin posibilidad de escape ya que los departamentos que habitaban estaban emplazados irregularmente en subterráneos, caló hondo entre quienes conforman la diversa comunidad de residentes de una ciudad históricamente conocida por acoger a inmigrantes provenientes de decenas de naciones que arriban y se incorporan a su fuerza de trabajo para cumplir con su propio “sueño americano”. A modo de ejemplo, casi un tercio de quienes desempeñan tareas en empresas de servicios en la ciudad de Nueva York son latinos.
[cita tipo=»destaque»]Conocido es que uno de los talones de Aquíles en los Estados Unidos, es precisamente su déficit en materia de infraestructura moderna, eficiente, particularmente aquella que está al servicio de quienes requieren movilizarse por vías terrestres las cuales, por efecto de la emergencia climática, están cada vez más sujetos a situaciones de mayor riesgo que hace algunos años, con puentes, tranques, sistemas para desviar crecidas repentinas de agua habiendo sido construidos hace 20, 30 e incluso 50 años o más (el metro de Nueva York, con 399 kilómetros de líneas, tiene en algunas de sus etapas/estaciones unos 117 años).[/cita]
Ahora bien, si acaso los más de 120 incendios de gigantescas proporciones que han arrasado más de 960 mil hectáreas, dejado sin hogar a varias miles de familias en lo que va corrido del año en los estados de Alaska, California, Idaho, Montana y Wyoming, aún no han logrado sacudir a la población estadounidense y hacerles tomar consciencia sobre los efectos reales, junto a los costos financieros, de una verdadera emergencia climática que estamos enfrentando como comunidad global, de todas maneras la muerte de niños, adultos, hombres y mujeres; la destrucción de viviendas, edificios, escuelas y negocios; los anegamientos de carreteras; la inundación de estacionamientos de vehículos, subterráneos de fábricas, con daños totalizado muy por sobre los US$15 mil millones solo en el estado sureño de Luisiana y desde ahí, otros varios miles de millones de dólares a contabilizar hacia el noreste del país, por efecto del huracán Ida, de todas maneras entre quienes residen en Nueva York, lo vivido la semana pasada ha dejado huellas que serán difíciles de olvidar, con una amenaza latente en zonas que en invierno acumulan varios metros de nieve.
Porque tal vez una de las lecciones más importantes que ha de ser pronto interiorizada por parte de las comunidades y liderazgos a nivel de pueblos, localidades de 10 mil, 20 mil habitantes en los suburbios neoyorquinos, más allá de la necesidad de actualizar protocolos; de contratar, capacitar y dotar de equipos a personal de seguridad/asistencia médica; emplazar señalética de fácil lectura y comprensión en caminos, reconociendo que no todos entienden inglés; construir áreas de refugio e incorporar sistemas de alerta temprana local en distintos idiomas para evitar situaciones complejas, tales como el rescate de personas extraviadas o imposibilitadas de continuar en el lugar en donde se encuentran, al momento del impacto de un huracán o tormenta 2.0, tal como fue Ida y de algunos días antes, por Henri, el abordar de manera comprensiva la temática referida a déficit de infraestructura adecuada se ha convertido en una realidad que no amerita perder más tiempo.
Partiendo por un proceso efectivo y participativo a nivel comunitario de planificación, con acceso a financiamiento y la pronta aprobación/ejecución de los proyectos de infraestructura que están al debe, aquellos que deben obtener recursos aún si acaso sigue pendiente la aprobación por parte del Congreso estadounidense, del proyecto de más de US$1 trillón, que apunta a crear millones de empleos e incrementar la capacidad productiva de empresas e industrias, dotando a la vez a los Estados Unidos de una infraestructura que le permita hacer frente a los retos que le presenta una República Popular China más asertiva y presente en todos los dominios posibles (aéreo, espacio, terrestre, marítimo, cibernético), en tiempos de marcada competencia estratégica global.
Conocido es que uno de los talones de Aquíles en los Estados Unidos, es precisamente su déficit en materia de infraestructura moderna, eficiente, particularmente aquella que está al servicio de quienes requieren movilizarse por vías terrestres las cuales, por efecto de la emergencia climática, están cada vez más sujetos a situaciones de mayor riesgo que hace algunos años, con puentes, tranques, sistemas para desviar crecidas repentinas de agua habiendo sido construidos hace 20, 30 e incluso 50 años o más (el metro de Nueva York, con 399 kilómetros de líneas, tiene en algunas de sus etapas/estaciones unos 117 años).
Porque con lluvias que logran superar récords registrados hace varios siglos produciéndose con mayor frecuencia en Nueva York y los estados cercanos (más de 15 centímetros en tan solo una hora en Central Park), si acaso no se hace algo pronto, en Nueva York serán más pronto que tarde testigos de muchos más fallecidos que los 46 que al momento de redactar esta columna, han sido ya identificados oficialmente por las autoridades locales, dejando con el paso de Ida a más de 150 mil hogares sin electricidad, trenes paralizados, tareas de limpieza en marcha que tardarán semanas meses para volver a lo que algunas vez fueron condominios, casas, departamentos, restaurantes, industrias, hoy severamente dañados. Para qué mencionar los costos asociados a la pérdida de carga guardada en galpones, refrigeradores industriales, o aquella impedida de llegar a su destino final, siendo transportada en camiones que quedaron en medio de zonas anegadas.
No hay duda alguna hoy en las calles de Nueva York. La emergencia climática es una realidad y sus efectos que se hacen notar con mayor violencia y destrucción en otros estados y localidades en los Estados Unidos, han traído consigo un brusco despertar a sus residentes y liderazgos.