No es un misterio para nadie el gran poder de influencia que ejerce la Pontificia Universidad Católica en la formación de liderazgos que surgen en los más diversos ámbitos del acontecer nacional. No obstante lo anterior, y más allá de los reconocimientos que a cada tanto recibe por su calidad académica e infraestructura, bien vale aprovechar estas Fiestas Patrias para reflexionar sobre las deudas de arrastre que tiene nuestra casa de estudio con la sociedad chilena en su conjunto, algunas de las cuales explican el avanzado estado de deterioro.
Iniciaré esta columna diciendo una verdad tan dolorosa como verificable para quienes amamos a nuestra casa de estudios y anhelamos una sociedad más justa: la Universidad Católica sirvió de laboratorio para generar los “conocimientos” que dieron forma al Chile contemporáneo, ese país que subsidia el enriquecimiento de su élite bajo la falsa premisa del “chorreo”, a la que el mismo Augusto Pinochet adhería con su elocuente sinceridad y entusiasmo: “Hay que cuidar a los ricos para que den más”. A pesar de que todo el diseño institucional se ajustó a esta premisa (de ello da cuenta la Constitución del ’80), hoy vemos que la mitad de los trabajadores y trabajadoras de Chile gana menos de 420 mil pesos líquidos al mes, el sueldo mínimo está bajo la línea de la pobreza, el 70% de los hogares está endeudado (de hecho, la deuda representa 73,5% de los ingresos disponibles anuales de los hogares) y alrededor de un 23% se desempeña en la informalidad.
Con todo lo anterior se revela esta suerte de estafa que resultó ser el sueño neoliberal que día a día abruma a miles de chilenos y chilenas.
Fue en la Universidad Católica donde echaron raíces las creencias económicas basadas en teoría y tecnicismos, teniendo poco y nada de conexión con las dificultades sociales de la época —sin mencionar las propias del Chile de hoy—, asumidas con dogmática religiosidad por un puñado de académicos que, por representar los intereses de la élite, amasaron enorme poder e influencia. Fue en la Universidad Católica donde vimos cómo se articulaba el modelo de sociedad subsidiaria, que hasta el día de hoy impera.
A casi dos años del estallido social, echamos de menos esa discusión abierta en la Universidad Católica sobre el rol que le ha cabido en la construcción de este Chile neoliberal. Apenas hemos logrado abrir la discusión sobre el subcontrato dentro de nuestra casa de estudios. Saludamos la decisión del rector Ignacio Sánchez por poner término a tan indigna modalidad contractual, aun cuando no se ha hecho todo lo necesario para sumar a planta a los trabajadores y trabajadoras que ya son adultos y adultas mayores o que se reconozca el trabajo realizado por todos y todas mientras se desempeñaron sumidos bajo del régimen de tercerización. No podemos invocar la figura del Padre Hurtado mientras sostenemos formas que precarizan el empleo. Ello no es cristiano. Simplemente.
Claramente, los Derechos Humanos son otra asignatura pendiente en nuestra casa de estudios, materia en la que se advierte indiferencia en parte importante de nuestra comunidad, al menos ella que se vincula con el pensamiento conservador. Es fundamental la creación de un Centro Interdisciplinario de Derechos Humanos que pueda capacitar al estudiantado que se forma en sus aulas, a la par que genera conocimiento y discusión promovida desde la institucionalidad de nuestra Universidad, pues la defensa de los Derechos Humanos no son cosa de izquierdistas. “Los derechos humanos son una invención, muy sabia, de los marxistas”, decía muy impúdicamente el general Pinochet Ugarte, envalentonado por su ignorancia sobre estas materias, pensamiento que aún reside en las esquinas de algunas aulas de la Universidad Católica.
[cita tipo=»destaque»]Queda mucho de la UC del pasado, de aquella cuyos pasillos se llenaban de las palabras de Jaime Guzmán y muchos otros, pero la semilla del cambio está plantada. Está en las manos de la comunidad UC el verla crecer y florecer. Porque no basta con ser la mejor universidad de Chile. Es tiempo de ser la mejor Universidad para Chile.[/cita]
¿Puede ser asunto de izquierdas cuando vemos lo que ocurre en Cuba, Venezuela o Nicaragua? ¿Por qué entonces sacan a colación tan ominosos casos de violaciones a los Derechos Humanos si creen que este es un asunto de la izquierda? Por otra parte, nos resulta preocupante que parte importante de ese mundo no advierta la importancia de tener una nueva Constitución que esté fundamentada en la defensa de los derechos humanos. ¿Tendrán conciencia de que el abuso de las FF.AA. y la violencia sistémica están presentes en nuestro país también? ¿No es acaso la defensa de los derechos humanos la mejor manera de poner en el centro a las personas cuyas libertades pueden ser pisoteadas por el poder el Estado?
Estamos a dos años del estallido social, un hito en el que el país se detuvo y alzó la voz para gritar con fuerza y firmeza “no más”. Chilenas y chilenos se detuvieron para verse los rostros, dándose cuenta de que esta injusticia no la viven en soledad, pues somos millones quienes estamos cansadas y cansados ante la indolencia del estado, ante el silencio de la justicia, ante la corrupción de la vieja política y ante el abuso del empresariado. Millones de voces que han llenado la Alameda de los sueños de un nuevo Chile se han pasado y quedado plasmados en la fachada de nuestra universidad, incapaces de traspasar las pesadas puertas de hierro, los gruesos muros adosados de años de silencio, los vidrios ahumados que no permiten ver el Chile real. Paradójicamente, la UC, destacada en los rankings de Latinoamérica y el mundo, aún tiene mucho que aprender del Chile al que sirve y la única forma es abrir sus puertas a los cambios que hoy se escuchan en las grandes alamedas.
Queda mucho de la UC del pasado, de aquella cuyos pasillos se llenaban de las palabras de Jaime Guzmán y muchos otros, pero la semilla del cambio está plantada. Está en las manos de la comunidad UC el verla crecer y florecer. Porque no basta con ser la mejor universidad de Chile. Es tiempo de ser la mejor Universidad para Chile.