Al empresariado, sus acólitos y a todos aquellos que quieren revivir el TPP en Chile, para así “parar el tiempo”, les viene como anillo al dedo la solicitud de China de integrarse al TPP-11 –pues no hay nada mejor que este tratado para obstaculizar el cambio y congelar la política económica en un modelo que hace tiempo ya dio lo que podía dar–. Sin embargo, la solicitud de ingreso de China es un volador de luces. Pero uno que por ahora descoloca a los grandes jugadores del área, sobre todo a Estados Unidos.
No hay caso. El TPP-11 en Chile es como esos monos porfiados que, por mucho que uno les pegue, se vuelven a levantar. El supuesto interés chino a integrarse al tratado vuelve a abrir el debate en Chile –con el mismo discurso simplista oficial, la misma exaltación de la prensa de derecha, y el mismo silencio de algunos progresistas que ayer negociaban el tratado y hoy miran “con cara de yo no fui”–.
Lo nuevo en nuestro país es que la posición de algunos grupos asociados al candidato de izquierda está cambiando (ver). Incluso personeros muy influyentes en el programa económico del candidato, pero todavía cercanos al “partido del orden” –y al puro estilo “nueva” socialdemocracia europea– proponen cada vez más disociar la agenda económica de la social, de la del medioambiente, de la de derechos personales, de la de género, de la de descentralización del país, y más. La nueva agenda económica que emerge está cada vez más desincronizada con las otras agendas del programa; y se caracterizaría por ofrecer una nueva versión del “más de lo mismo” –una con el mismo énfasis en lo extractivo, una con la misma fobia a industrializar el sector exportador, una que sigue regalando las rentas de los recursos naturales, pero que en lo operativo ofrece un mayor esfuerzo de profundización tecnológica–.
Si todo esto bien puede ser una buena movida táctica electoral para apaciguar al empresariado –pues permite abrir espacios de negociación en que unos prometerían no obstaculizar dichas agendas progresistas a cambio de que los otros no toquen el corazón de la estructura rentista (y ya más que obsoleta) del modelo–, desconoce que dicha desincronización no es nueva, y ya ha sido un fracaso en Europa (ver y ver también).
Lo relevante de todo esto para el TPP es que en este nuevo escenario podría haber hasta la tentación de mirar para el otro lado frente a las nuevas “extremas urgencias” que presente el Ejecutivo al proyecto del TPP-11 en el Senado.
Además, como ya nos enseñó la Concertación después del plebiscito, “tácticas” hábiles que nacen de necesidades políticas inmediatas tienen la mala costumbre de transformarse rápidamente en “estrategia”, y de ahí hay solo un paso para terminar en “ideología”.
En este contexto, al empresariado, sus acólitos y a todos aquellos que quieren revivir el TPP en Chile, para así “parar el tiempo”, les viene como anillo al dedo la solicitud de China de integrarse al TPP-11 ―pues no hay nada mejor que este tratado para obstaculizar el cambio y congelar la política económica en un modelo que hace tiempo ya dio lo que podía dar (ver y ver también)–. Además, de paso, no habría mejor manera que esta para sabotear la nueva Constitución. Parecería que a muchos les da un poco lo mismo que, sin una transformación real en la esfera de lo económico, vamos a seguir construyendo un país ingobernable, donde todos salimos perdiendo.
Además, como nos decía Hirschman, eso se paga en el futuro, pues mientras más tiempo se siga insistiendo en un modelo económico ya obsoleto (que ya hace mucho tiempo dio lo que podía dar, y se transformó en contraproducente), más probable es que en el futuro eso lleve a lo que él llama “el efecto rebote”. Del “más de lo mismo” al “más de lo contrario”. Una imaginación social tan pobre como la que parece estar retornando a afianzarse en nuestro país, no solo corroe nuestra economía sino también nuestra democracia.
En esta perspectiva aprobar ahora el TPP-11 no solo sería extenderle la vida de lo viejo a lo que ya se desvanece por su ineficiencia y falta de legitimidad, sino también dificultaría que lo realmente nuevo adquiriese credibilidad, pues complicaría sobremanera su implementación. Y ahí, en ese interregno, donde lo viejo se desvanece, pero lo nuevo no logra nacer, nos seguimos hundiendo en las arenas movedizas de la inercia –interregno que he llamado nuestro “Momento Gramsciano”–.
El debate del TPP-11 reabre la eterna pregunta: ¿por qué será que pase lo que pase, cueste lo que cueste (y pese a quien le pese), hasta ahora nuestra oligarquía siempre ha sido capaz de rediseñar los nuevos escenarios postshocks políticos o económicos y poder así continuar con lo único que sabe hacer: “el más de lo mismo” del rentismo fácil? Ya lo hizo después del megacolapso del 82 y después del retorno a la democracia; y ahora quiere hacer lo mismo después del estallido social. Esta capacidad “para persistir” de la oligarquía es lo que ha hecho que hasta ahora su proceso de dominación haya sido algo similar a lo que en estadística llamamos “un proceso estacionario”: impactos desestabilizadores solo han tenido efectos temporales.
Con esta finalidad, cuando en democracia la élite capitalista (dejemos el tema de que si realmente es capitalista para otra ocasión) siempre hace lo mismo, limita el cambio y debilita al Estado, imponiendo amarres constitucionales “buchanianos” (a lo TPP-11), y rediseña su estrategia distributiva absorbiendo elementos de ideologías opuestas para mantener la suya hegemónica –como ahora lo hace con la necesidad de protección social, lo verde (aunque no sea más que un “green-washing”), los derechos personales, y todo lo demás–.
Como se sabe, en el acuerdo que desactivó el estallido social y permitió el plebiscito constitucional, la derecha insistió en que la nueva Constitución “respete” los tratados comerciales en ejercicio. De ahí viene la urgencia de aprobar el TPP-11 antes de la nueva Constitución. Y lo que define este tratado es que lo comercial no es más que la vitrina, el envoltorio o carnada para hacer que todo lo que viene disimulado adentro (obstáculos al cambio) sea vendible. Además, como Chile ya tiene tratados comerciales con los otros 10 países del acuerdo (y también con EE.UU., en caso que Biden ahora retome el TPP-11 para neutralizar a China), incluso en eso las ganancias son marginales.
Para sorpresa de todos, hace unos días el ministro de Comercio de China le entregó a su homólogo neozelandés (Nueva Zelanda maneja dichos temas dentro del TPP-11) una solicitud para integrarse al tratado. La respuesta de los tres grandes del TPP-11 fue inmediata y bien poco amistosa. El ministro de Comercio japonés ―Japón tiene este año la presidencia rotativa del TPP-11― dijo que su país no está dispuesto a renegociar los términos del tratado para acomodar las necesidades chinas, en especial en lo referente a temas de propiedad intelectual, subsidios estatales y las empresas públicas ―como se sabe, en temas como esos la política económica china es el opuesto a lo que buscaron las multinacionales con el TPP–.
Por su parte, la reacción australiana, país que se encuentra en una escalada de tensión con China, tampoco se dejó esperar: su ministro de Comercio dijo no estar dispuesto siquiera a comenzar a conversar mientras China mantenga el boicot a varios productos australianos, lo que le ha significado pérdidas sustanciales en sus exportaciones (China impuso el boicot después que Canberra apoyara los pedidos de una investigación internacional sobre el origen de la pandemia COVID-19). Además de criticar varios aspectos de la economía china, como la opacidad que rodea a muchas de sus condiciones laborales, agregó que dicho país tiene que demostrar que en el pasado realmente cumplió con las normas de otros pactos comerciales y los de la OMC ―algo de lo cual Australia ya ha acusado a China de violar, pues argumenta que el actual boicot de esta nación a algunos de sus productos (como a la cebada, el vino y la carne) va en contra de las normas de dicha organización–.
Y el líder conservador canadiense, por su parte, dijo que, si este lunes ganaba las elecciones parlamentarias, adoptaría un enfoque mucho más duro que el de Justin Trudeau hacia China en este tipo de materias.
Como esta reacción tan hostil era de esperar, cabe preguntarse: ¿qué es lo que busca China con esta solicitud? Algo que define muy bien esta movida (bastante hábil) en el tablero de la realpolitik geopolítica internacional es que tuvo lugar un día después que Australia firmara un pacto con Estados Unidos y el Reino Unido para adquirir una flota de submarinos nucleares y ratificar una serie de acuerdos militares (parte de una nueva estrategia del gobierno de Biden contra China, llamada “Integrated Deterrence”). La respuesta de China fue muy dura y acusó a EE.UU. de volver a “mentalidades anticuadas tipo suma cero características de la Guerra Fría”.
Con esto Australia también abandonó (y sin aviso) su acuerdo con Francia de comprarle una flota de 12 submarinos operados a petróleo y electricidad (unos US$ 40 mil millones), lo que hizo estallar la ira francesa acusando a estos tres países de duplicidad, desprecio y mentiras. Si bien estos nuevos submarinos (al menos inicialmente) no van a estar armados con misiles nucleares, sí van a tener toda la infraestructura para operarlos, y ellos funcionan con el mismo tipo de material con que se construyen las armas nucleares ―tecnología que hasta ahora Estados Unidos solo había compartido con Gran Bretaña–. Este tratado (Aukus) también cubre áreas de cooperación en inteligencia artificial y tecnologías cibernéticas y cuánticas. Esta movida tiene por objeto cambiar el balance militar en la región Indo-Pacífica, y sus crecientes tensiones geopolíticas, incluidas Taiwán (en especial después de lo ocurrido recientemente en Hong Kong) y las nuevas disputas en el South China Sea.
Aparentemente esta movida china continuaría con su tradición de contrarrestar estas disputas geopolíticas y militares en dicha zona intensificando las relaciones comerciales. China y Australia pasarán agarrados de las mechas, pero el país asiático es por lejos el principal socio comercial de Australia. Sin embargo, en el caso del TPP hay obstáculos insalvables para una posible entrada china, pues hay temas fundamentales en los cuales no existe ninguna posibilidad de acuerdo.
Esto transforma la solicitud de ingreso de China en un volador de luces. Pero uno que por ahora no solo descoloca a los grandes jugadores del área, sino también a Estados Unidos, después que el gobierno de Biden dijera que no tienen ningún interés en integrarse al TPP, pues no solo los acuerdos comerciales ya no son prioridad en su gobierno, sino también porque tiene grandes desacuerdos con el estatuto del TPP en materias laborales y medioambientales (recordemos que el TPP solo “alienta” a las corporaciones “a que adopten voluntariamente su responsabilidad social en dicho aspecto”, artículo 201.10). Por tanto, (citando una declaración oficial), “no habría ninguna posibilidad de que Estados Unidos se reincorpore al TPP en su actual estructura”. Pero el mero hecho de que China esté negociando su entrada lo fuerza a repensar esta situación. En ese sentido, la movida china es como esos pases de Valdivia de media cancha que descolocaban a toda la defensa.
A continuación analizaremos brevemente algunos de esos obstáculos insalvables que hacen de la solicitud china a integrarse el TPP lo que en el Congreso de Estados Unidos llaman “DOA” (dead on arrival).
1.– China jamás va a aceptar que los litigios entre grandes conglomerados (extranjeros y nacionales) y su Estado salgan de las cortes de su país y se trasladen a las cortes de fantasía del TPP [las ISDS] ―donde abogados de corporaciones son jueces y partes en los litigios (Capítulo 28)–. Esto no solo por la razón obvia de que cualquier país que tenga un mínimo de respeto consigo mismo (algo que aquí nos falta) jamás debería aceptar esto, sino también porque entre las corporaciones que más saldrían ganando con esto estarían las chinas “internacionalizadas”. En ese caso, ellas podrían demandar en estas cortes al Estado chino por asuntos domésticos de política económica y regulación.
Recordemos que recientemente el gobierno de China ha tomado una actitud muy dura con algunos de los mayores conglomerados privados chinos, incluido Jack Ma’s Alibaba (lo más cercano que tiene Amazon como par y rival); esto también ha afectado a otros conglomerados en áreas tan dispares como aquella “gris” de la educación y la industria de la cirugía plástica.
Aunque en este tema China tendría aliados importantes, como la Primera Ministra neozelandesa (quien ha criticado duramente a este tipo de cortes de fantasía, llamándolas una vergüenza, y prometiendo continuar con su lucha por cambiar este aspecto del TPP ―cabe recordar su crítica al gobierno chileno de la época por no apoyarla en esa pelea–), el lobby de las multinacionales en los otros países defendería este Capítulo 28 con todas sus armas. Aquí habría dos posiciones absolutamente irreconciliables.
2.– China tampoco podría aceptar el Capítulo 17 del TPP-11, que restringe las actividades de las empresas públicas. Estas pueden existir, pero cualquier cosa que hagan que no les guste a las privadas (incluso ponerles presión por ser más eficientes), se define como competencia “desleal”. Recordemos que la base del éxito del modelo chino es la eficiencia de sus empresas públicas, las cuales han llegado a representar hasta el 80% de la inversión nacional.
Hay que recordar, además, que parte de la racionalidad de lo restrictivo que es el Capítulo 17 es que las multinacionales estadounidenses que impulsaron el TPP-11 querían precisamente evitar que el éxito del modelo chino en este aspecto fuese contagioso en otros países. Este es uno de los pilares del TPP ―uno de los tantos temas que no tienen nada que ver con un tratado “comercial”, pero que igual se incluyen para hacerlos pasar “por viento de cola”–. De igual forma, lo contrario es un fundamento estructural del modelo chino.
3.– Otro aspecto absolutamente irreconciliable entre la base del modelo chino y lo que impusieron las multinacionales involucradas en la negociación del TPP-11, se refiere a que estas buscaban restringir al máximo el espacio de maniobra del Estado en materias de política económica y regulación. Algo que, como ya hemos analizado en otras columnas, es totalmente contradictorio con la economía neoclásica que supuestamente informa estos tratados, en especial con el gran espacio de maniobra en materias de política económica que exhorta el “Teorema del Second Best”. Pero como bien sabemos en Chile, cuando la lógica al interés nacional se contrapone a los intereses de los conglomerados no es sorpresa quien gana.
Paradójicamente, un país comunista parece entender mejor que nadie qué es lo que se necesita para hacer funcionar el capitalismo en forma eficiente y autosustentada en el mundo real… Son de los pocos que parecen haber entendido el tema myrdaliano/youngiano/keynesiano/kaldoriano de la “causalidad cumulativa”.
En el TPP-11 cualquier cambio en estas materias que afecte la rentabilidad de las multinacionales (del país o extranjeras) es sujeto a compensación ―dando exactamente lo mismo cuál sea la razón por la cual se realiza el cambio–. Por ejemplo, si estuviésemos en el TPP y se aprobara el proyecto de ley en el Senado sobre el royalty, las grandes mineras tendrían derecho a compensación. Les cobraríamos el royalty con una mano y se lo tendríamos que devolver con la otra (ver, ver también).
Recordemos que otro de los fundamentos del modelo chino es la capacidad del Estado para “disciplinar” al sector privado, tanto a comportarse de una forma considerada socialmente óptima (por ejemplo, a pesar de todos sus problemas medioambientales, hoy los conglomerados chinos realizan el 75% de toda la inversión del mundo en nuevas tecnologías “verdes”), como a asignar recursos hacia actividades de mayor potencial de crecimiento de la productividad en el largo plazo.
China, por cierto, no se quedó pegada en el rentismo fácil como nosotros (en nuestro caso, lo meramente extractivo), sino que siguió dando los pasos siguientes en la tan necesitada diversificación productiva. Recordemos que nosotros, después de medio siglo del modelo, seguimos clavados en el concentrado de cobre, la astilla de madera y el salmón susceptible a la anemia infecciosa (con hasta 1.400 veces más antibióticos que un similar en Noruega). De hecho, el crecimiento conjunto de la productividad en nuestra agricultura y minería cayó del 9.4% anual entre 1986 y 1998, a apenas un 0.3% en los últimos 20 años. Pero nadie hace realmente algo al respecto; las multinacionales felices en su rentismo fácil y depredador, y a nuestros Gobiernos no les da para más que para crear comisiones. No por nada nuestras exportaciones, parte de un modelo ya obsoleto, pues ya dio lo que podía dar, ahora pierden rápidamente participación de mercado ―en el cobre, por ejemplo, han caído en más de un tercio, colapsando del el 42% del total mundial en 2004, a apenas un 27% en 2018 y 2019–.
Otra vez, una entrada al TPP sería obstaculizar artificialmente lo que ha sido la base de la increíble diversificación productiva del modelo chino; sería redefinirlo en su esencia. Acomodar esto para adaptarse el TPP no solo sería un acto de masoquismo colectivo, sino negar la razón de ser de su modelo productivo ―el cual desde 1980 ha multiplicado su PIB por 34, algo inédito en la historia universal (nosotros apenas por 5)–.
4.– El otro gran tema en discordia es el relacionado con los derechos de propiedad intelectual. Como ya he analizado en detalle, el TPP insiste en un concepto de propiedad intelectual no solo ya más que obsoleto, sino uno que de hecho se ha transformado en un obstáculo –en lugar de un incentivo– a la creación de conocimiento. China es el otro extremo, transformándose en el mayor “free rider” de la historia en estas materias (en mi última visita a Hanoi, un alto funcionario de Intel me contaba que había tenido que trasladar su fábrica de chips de China a Vietnam, por la increíble eficiencia de los conglomerados chinos, tanto privados como públicos, para estar “al día” en todo el desarrollo tecnológico de su empresa…).
Otra vez, ambas posiciones, la China y la de los TPP, son como un diagrama de Venn sin ningún elemento en común.
5.– Igual cosa con las cláusulas que restringen los requerimientos indirectos de contenido local (Capítulo 3).
6.– Finalmente, también hay una variedad de otros temas donde la idea de encontrar puntos de acuerdo entre China y los países miembros del TPP es inconcebible. Solo para mencionar dos, el Capítulo 14, donde existen aspectos muy controvertidos sobre comercio electrónico es uno; el otro es que China también coloca grandes restricciones al flujo transfronterizo de datos.
En resumen, lo característico del TPP es incluir una serie de temas que no solo no tienen nada que ver con lo comercial, sino que son también la antítesis del modus operandi en China; temas que dicho país ha dejado fuera explícitamente en los otros tratados comerciales que ha diseñado. La probabilidad ahora de que unos u otros se den una voltereta en el aire, es nula. Sería una de las grandes ironía de la historia que lo único sustantivo que resulte de esta movida china es que en Chile los “usual suspects” logren utilizarla con éxito para aprobar el TPP en el Congreso…
Como bien decía el Financial Times, «la razón de ser del TPP es excluir a China… Esa es precisamente su razón de ser”. Por eso la movida china descoloca al gobierno de Biden, quien prácticamente en lo único que sigue a Trump es en la agresividad de su política con China.
Como se sabe, lo fundamental del TPP-11 es que “lo comercial” no es más que un anzuelo para aprobar otras cosas que no tienen nada que ver con eso. Y en el caso chileno, más encima, los pocos beneficios que aporta en lo comercial son muy poco significativos, pues ya tenemos tratados comerciales con los otros 10 países del tratado.
Como bien dice el New York Times: “La prioridad [en el TPP] es la protección de los intereses corporativos, y no el promover el libre comercio, la competencia, o lo que beneficia a los consumidores”. Eso no puede ser más obvio.
El TPP es tan absurdo que no solo les da a las multinacionales el derecho a compensación por cualquier cosa que afecte su rentabilidad –dando lo mismo la lógica o lo democrática que sea la medida–, sino también les da el “derecho” a demandar a los Estados por el “costo moral” que les podría significar haber tenido que demandarlos. Hasta Ionesco debe sentirse reivindicado en su tumba –el teatro del absurdo en un mundo que ya no tiene significados–.
Como ya parece costumbre, el aprovecharse de la realpolitik china para revivir este tratado es hipocresía. En este sentido, como en tantos otros, Freud nos ayuda a entender el problema de fondo: “Es innegable que nuestra civilización contemporánea favorece al extremo la producción de hipocresía. Uno podría aventurarse a decir que ella se construye sobre tal hipocresía…”. De igual forma, decir que se puede avanzar en muchas agendas importantes en forma sustantiva, a costa de sacrificar la económica, es cuento.