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Diez claves para entender el ascenso chino y por qué hay que estudiarlo sin anteojeras ideológicas Opinión Crédito: Reuters

Diez claves para entender el ascenso chino y por qué hay que estudiarlo sin anteojeras ideológicas

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Carlos Monge
Por : Carlos Monge Periodista y analista internacional.
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Situar a la emergencia de China en el contexto de un eventual “choque de civilizaciones”, si se sigue el clivaje enunciado por Huntington (1996) para dotar de una base interpretativa común a buena parte de las tensiones internacionales de nuestra época, es, a nuestro juicio, un error mayúsculo. O, al menos, una visión problemática y compleja, pues la experiencia china indica que en la elaboración, diseño e implementación de sus políticas públicas de corto y largo plazo se mezclan elementos civilizatorios y principios doctrinales que son tanto de origen occidental como oriental.


¿Por qué el ascenso de China en el sistema internacional es el eje a partir del cual se ordenan hoy la mayoría de los conflictos y espacios de disputa de poder contemporáneos –incluida, por cierto, la declinación de EE.UU., que hasta hace poco tiempo vivió un “momento unipolar” y fue calificado como “hiperpotencia”, con una hegemonía aceptada casi en forma unánime?–.

Para responder a esta interrogante, desde un punto de vista académico y sobre la base de las herramientas que aporta la disciplina de las Relaciones Internacionales (RRII), conviene analizar diez ideas-fuerza que contribuyen a comprender este fenómeno y sus derivaciones globales. A saber:

• El ascenso chino es un aspecto central del actual escenario mundial, si no el más determinante, pues genera tensiones, temores y realineamientos, como todo proceso de transición de poder. Y reconfigura el panorama general y la disposición de agentes y vectores de transformación de un sistema dado en torno a una contradicción –China versus EE.UU.– que actúa como un divisor de aguas. Si bien Trump explicitó esta disyuntiva al declarar, en 2018, una competencia abierta con China, con el inicio de una “guerra comercial”, la pugna venía desde mucho antes. Así lo expresa la estrategia del “Pivot al Asia” de Obama, lanzada ante el Parlamento australiano, en 2011, y anunciada antes por Hillary Clinton, en un artículo en Foreign Policy (2010).

• La competición entre una potencia dominante y otra ascendente, que cuestiona el statu quo u orden generado por el Estado hegemónico, es un tema clásico de las RRII y ha sido abordado desde perspectivas que van desde el “sistema-mundo” de Wallerstein hasta el neorrealismo o realismo estructural, en todas sus variantes. Aunque su desarrollo más específico fue elaborado por Organski (1958,1980) y expandido luego por otros autores, a través de la “Power Transition Theory”. Un cuerpo teórico que se ocupa de analizar, con una visión de conjunto y sistémica, cómo la dinámica que ordena la escala de jerarquía y distribución de poder de las naciones, en el sistema internacional, se articula con diversos grados de cooperación y confrontación que generan un constante rebalanceo de fuerzas. Esta disputa compromete a todos los actores del sistema, al margen de su voluntad y sus subjetividades, y de si sus posiciones son centrales o periféricas, pues representa un movimiento tectónico que reconstruye la arquitectura del poder global tal y como la conocemos.

Traslado del eje del poder mundial

• Esta transición de poder se inscribe, asimismo, en el marco mucho más amplio del traslado lento pero inexorable del eje de la economía, la riqueza y el poder mundial desde el Atlántico, donde este estuvo localizado en los últimos tres o cuatro siglos, con gran predominancia de Gran Bretaña y EE.UU., hacia la cuenca del Asia-Pacífico, con sus inevitables secuelas geopolíticas. Es claro que esta tendencia o rumbo histórico no está asegurado “per se” ni podría ser garantizado de antemano, dado que las ciencias sociales no son una ciencia exacta y eventos no predecibles –los llamados “cisnes negros”– pueden alterar cualquier análisis de probabilidades preestablecido. Pero aun cuando hay quienes cuestionan esta hipótesis con argumentos atendibles (ver Minxin Pei o Castañeda, 2021, como paradigmas del escepticismo frente a una eventual supremacía sinocéntrica), existe un amplio consenso entre los analistas en que este desplazamiento del eje del poder parece ser una tendencia firme y sostenida.

• Dicha transición de poder se da, además, en el gran cuadro de un proceso evolutivo, pausado pero aparentemente irreversible, en el que un Estado-civilización, el chino, de origen milenario, recupera el lugar de preponderancia que históricamente ha ocupado en el mundo, en general, y en particular en su área más directa de influencia, que es Asia oriental, con proyecciones hacia Eurasia y todo el Sur global. Los trabajos de Maddison (2001) dejan en evidencia que el Imperio del Centro tradicionalmente estuvo situado en un lugar de privilegio, desde el punto de vista económico, si se compara la evolución de la Humanidad en una perspectiva larga. Y que esa posición solo se vio amenazada e interrumpida por las restricciones que le fueron impuestas desde afuera en el llamado “Siglo de la Humillación”, que en rigor duró más de cien años, pues se inició con la Primera Guerra del Opio (1839-1852) y se extendió hasta el triunfo de la Revolución liderada por Mao Zedong (1949).

• El “sueño chino de rejuvenecimiento nacional” –término empleado por Xi Jinping, al asumir la conducción del PCCh, en noviembre de 2012– tiene una hoja de ruta, abierta y conocida, en la que se establecen metas estratégicas que deben ser alcanzadas dentro de determinados plazos. De hecho, al divulgarse los resultados del XIX Comité Central del Partido, a fines de octubre de 2020, no solo se plantearon los logros a obtener con el Plan Quinquenal 2021-2025 y se reafirmó el proyecto “Made in China 2025”, que data de 2015. También se trazaron las tareas a cumplir hasta 2035, año en que China se propone alcanzar la “autosuficiencia tecnológica”. Y, en palabras de Xi, se espera que en 2049, al cumplirse el Centenario de la Revolución, su país se haya convertido en “una gran nación socialista, moderna, próspera y poderosa”, al “nivel de otros países moderadamente desarrollados”. No hay motivos plausibles para conjeturar que Beijing se vaya a desviar de esta senda, salvo que se produjeran eventos catastróficos en el escenario interno que modificaran el sentido de esa “larga marcha” hacia la recuperación de un lugar de peso en los asuntos mundiales.

• Situar a la emergencia de China en el contexto de un eventual “choque de civilizaciones”, si se sigue el clivaje enunciado por Huntington (1996) para dotar de una base interpretativa común a buena parte de las tensiones internacionales de nuestra época, es, a nuestro juicio, un error mayúsculo. O, al menos, una visión problemática y compleja, pues la experiencia china indica que en la elaboración, diseño e implementación de sus políticas públicas de corto y largo plazo se mezclan elementos civilizatorios y principios doctrinales que son tanto de origen occidental como oriental, cual lo subraya Gray (2021).

Desarrollo basado en un modelo original e inédito

• El crecimiento y desarrollo socioeconómico de China, en una escala pocas veces vista en la historia de la especie humana, constituye un evento que por sí solo, dejando incluso de lado por un momento las implicancias internacionales que esto conlleva, requiere ser estudiado de la manera más objetiva posible. La erradicación de la extrema pobreza –casi 100 millones de personas sacadas de esa condición entre 2010 y 2020, y 800 millones, si nos remontamos a 1949– y la transformación de un país que hasta los años 80 del siglo pasado era una economía principalmente agraria, con una base industrial inspirada en el modelo soviético de priorización de la industria pesada, en una potencia exportadora mundial, que se ha expandido, además, hacia el uso y dominio de las más innovadoras tecnologías, obliga a realizar un análisis de las claves ocultas que permitieron este enorme salto. Y revisar cómo se eslabonaron una serie de circunstancias que favorecieron una mutación tan sustancial del modelo productivo, en un período relativamente breve. Otra vez se puede afirmar que, independientemente de los juicios de valor que se tenga con respecto a la experiencia china y su sistema político, este proceso fue coronado por el éxito, medido sobre la base de indicadores objetivos. Y fue capaz incluso de superar desastrosos ensayos de “prueba y error”, como el Gran Salto Adelante, en la segunda mitad de los años 50 del pasado siglo, y la Revolución Cultural Proletaria (1966-1976).

• Se impone, por lo tanto, la necesidad imperiosa de estudiar lo que algunos autores han llamado la “globalización con características chinas” (Dussel Peters, 2018; Ramón-Berjano, 2018; Magnus, 2020), que se sustenta en la proyección, a nivel global, de un modelo de país con un tipo de gobernanza radicalmente distinto al que rige en la mayoría de los países occidentales. Y que le posibilitó aprovechar las ventajas y oportunidades que le ofreció la globalización capitalista al estilo neoliberal, impuesta sin contrapesos por Reagan y Thatcher, desde antes de la implosión de la Unión Soviética y su bloque aliado, y profundizada con el fin de la Guerra Fría. Todo ello sin renunciar a mantener un régimen altamente centralizado y que detenta el control sobre palancas macroeconómicas decisivas, como el tipo de cambio, la cuenta de capitales, la reserva de sectores considerados estratégicos y el no acceso a los mismos de la inversión extranjera, la planificación y una poderosa área de empresas –las “State Owned Enterprises (SOE)”– y bancos estatales. La suma y la combinación virtuosa de estos mecanismos de apalancamiento de la actividad productiva ha permitido que los “espíritus animales” de las fuerzas del mercado, descritos por Keynes (1936), interactúen, en un juego no exento de contradicciones, con el poder del Estado, que no abre mano de su rol de gran regulador, planificador e impulsor de la innovación y el desarrollo, en un estilo, si se quiere, schumpeteriano, de conducción de los asuntos públicos.

[cita tipo=»destaque»]Para poder descifrar las piezas que conforman este intrincado rompecabezas y el juego de presiones redobladas que este supone y trae consigo, no queda otro camino que intentar incrementar de manera exponencial los niveles de conocimiento acumulado que hasta ahora poseemos sobre todas y cada una de estas variables. De otro modo, estaremos condenados a seguir contemplando, desde posiciones subalternas y como simples actores de reparto, este escenario en disputa con anteojeras o marcos de referencia impuestos desde el exterior, por jugadores con agendas propias o involucrados directamente en esta pugna. O, peor aún, en un estado de ceguera o ignorancia imperdonable frente a una contienda histórica de vastas proporciones, que ya ha empezado a moldear nuestro presente y nuestro futuro.[/cita]

Enfrentamiento y cooperación

• A la luz de la confrontación hegemónica en marcha entre EE.UU. y China, conviene analizar cómo se concilian dos dinámicas aparentemente opuestas, como son las del enfrentamiento abierto –con realineamientos, maniobras de contención, aprontes estratégicos, despliegue de efectivos y equipos militares, anuncios de “líneas rojas” y competencia intensa y sostenida por la ampliación de las esferas de influencia–, con la cooperación entre el hegemón dominante y la potencia desafiante; y entre ambos y el resto de los actores del sistema internacional. Siendo, como se sabe, esta última, la faceta colaborativa, absolutamente necesaria en temas de alcance y preocupación global, como son el cambio climático y el manejo de la pandemia y de la pospandemia del COVID-19, con sus efectos socioeconómicos, ambientales y migratorios. En ese sentido, especial atención debe concederse al desarrollo del decoupling (o desacoplamiento), donde ni aún la “guerra comercial” ha podido desarmar el complejo entramado de vínculos que liga a la economía estadounidense y del resto del mundo con la economía china. Aquí cabe, a su vez, considerar si estamos enfrentados al dilema de una nueva “trampa de Tucídides”, como postula Allison (2017), y si el choque militar entre la potencia dominante y la revisionista es o no inevitable.

• Por último, pero no menos importante, emerge, desde la perspectiva de los países periféricos, frente a este gran embate, donde se juega la primacía tecnológica, comercial y bélica, la alternativa de propiciar el denominado “No Alineamiento Activo”, concepto usado por Heine, Fortín y Ominami (2020). Una formulación que de alguna manera se relaciona con la “autonomía estratégica”, postulada por la Unión Europea, en su Estrategia Global de 2016. Y en función de ese impulso aparecen, asociados, los dilemas y encrucijadas que esta opción presenta para países como los nuestros, en Latinoamérica, cuyos atributos y recursos de poder son asimétricos tanto en relación con Beijing como con Washington. Con la dificultad adicional que plantea el estar ubicados dentro del “patio trasero” de EE.UU. y su “hinterland” o santuario estratégico, y el hecho de que nuestros lazos comerciales, como subregión, se han ido intensificando cada vez más en relación con el gigante asiático. Lo que nos obliga a estar atentos frente las vicisitudes y logros que ambas naciones vayan enfrentando, en lo global y en lo doméstico. Y a observar cómo se ha ido consolidando, poco a poco, una suerte de “triángulo escaleno” (Serbin, 2016) –Estados Unidos, China, América Latina–, en el que la región aporta el componente más débil y dependiente.

En suma, para poder descifrar las piezas que conforman este intrincado rompecabezas y el juego de presiones redobladas que este supone y trae consigo, no queda otro camino que intentar incrementar de manera exponencial los niveles de conocimiento acumulado que hasta ahora poseemos sobre todas y cada una de estas variables. El desafío central debe ser pasar desde la etapa de la acción deliberativa –que comprende el estudio y procesamiento de insumos del más diverso origen–, al momento de la toma de decisiones y la adopción de políticas proactivas y propositivas. Y todo ello a partir de la elaboración de puntos de vista propios y la proyección de escenarios anticipados lo más objetivos y lo menos contaminados ideológicamente que nos sea posible asumir.

Esto implica, a su vez, hacer uso de un enfoque interdisciplinario, donde converjan y se potencien los más actualizados aportes de disciplinas tales como las RRII, la historia, la economía y la ciencia política. Y compromete a los poderes del Estado en su conjunto, a la sociedad civil, a las universidades y a un sistema de política exterior renovado, en la tarea de mancomunar esfuerzos, públicos y privados, para ampliar y multiplicar nuestras herramientas y recursos cognitivos. A través, por ejemplo, de “think tanks” no sesgados, que tengan como misión principal generar conocimiento y visión prospectiva, guiados por el eje común de la defensa del interés nacional, en medio de este auténtico “Juego de Tronos”.

De otro modo, estaremos condenados a seguir contemplando, desde posiciones subalternas y como simples actores de reparto, este escenario en disputa con anteojeras o marcos de referencia impuestos desde el exterior, por jugadores con agendas propias o involucrados directamente en esta pugna. O, peor aún, en un estado de ceguera o ignorancia imperdonable frente a una contienda histórica de vastas proporciones que ya ha empezado a moldear nuestro presente y nuestro futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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