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Economistas y economistas

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Gonzalo Martner
Por : Gonzalo Martner Economista, académico de la Universidad de Santiago.
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Suele hablarse de los economistas como si fueran un bloque compacto. Es como decir “los sociólogos dijeron” o “los epidemiólogos dijeron”. Las disciplinas científicas de distinto orden tienen algunas certezas que construyen a lo largo del tiempo y muchas controversias, sin lo cual, por lo demás, no avanzan.

Hoy hay una controversia en todas partes sobre el origen del aumento de la inflación  y sobre qué hacer al respecto. Permítaseme citar a J. Bradford DeLong, ex subsecretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos, profesor en la Universidad de California, Berkeley: «Algunos dicen que, más allá de si el mercado laboral es rígido o no, la inflación —ya sea impulsada por el lado de la oferta o por factores del lado de la demanda— es tan alta y destacada que las empresas y los hogares lentamente la incorporarán a sus expectativas. En consecuencia, la serpiente inflacionaria tiene que ser abatida ahora, mientras es pequeña, antes de que crezca y devore todo lo que tenga valor (…) Es sumamente probable que el repunte actual de la inflación de Estados Unidos simplemente sea la huella de un neumático en el camino, resultado de la recuperación pospandemia. No hay ninguna señal de que las expectativas de inflación se hayan desanclado de los objetivos (…) Frente a estos hechos, ¿por qué alguien podría decir que el “pecado original” fue el “Plan de Rescate Estadounidense sobredimensionado” y que ajustar la política monetaria a partir de ahora es la manera apropiada de expiarlo? Yo, personalmente, no entiendo esa lógica».

En materia chilena, la controversia es bastante parecida, pero aquí con una conducta distinta de las autoridades económicas. Parto por citar el más reciente Informe de Estabilidad del Banco Central: «la economía ha logrado recuperarse de la recesión causada por el Covid-19. Las políticas implementadas evitaron la quiebra de empresas y el contagio de la crisis hacia el sector bancario, que se mantiene resiliente. Las medidas de apoyo, junto con permitir que muchas empresas se mantuvieran funcionando, contribuyeron a que la economía se recuperara, sobre la base de un gran dinamismo del consumo privado. Los apoyos fiscales a los hogares aumentaron la liquidez y compensaron caídas de ingresos, contribuyendo a mantener bajo el nivel de impago.» 

Esta no parece la descripción de una economía cayéndose a pedazos. Hoy se produce más que antes de la crisis y el sistema financiero y la gran distribución mantienen altas utilidades. El problema es el rezago en el empleo y la persistencia de la precariedad económica de las familias, junto a un aumento de la inflación hasta 6% anual. No obstante, tiene fuertes componentes importados y sigue por debajo de la de Estados Unidos. Pero, contrariamente a ese país, el Banco Central ha acometido un precipitado aumento de tasas de interés, con una inflación sin productos volátiles que no es de 6% anual, sino de 3,9% anual, según sus propios cálculos (se pueden leer en su base de datos). Una hipótesis a considerar es que esta cifra no está desanclada de la meta de 3% en un horizonte de 24 meses, pues los productos volátiles, como el petróleo, los alimentos, los insumos para la construcción y diversos bienes durables, irán encontrando nuevos equilibrios en ese horizonte.

Lo que no se entiende en nuestro caso -como le pasa a De Long en el caso de los economistas norteamericanos que discrepan de la política prudente y cauta de la Reserva Federal- es que sea el propio Banco Central el que haya decidido pintar un futuro negro e incierto, a pesar de haber diagnosticado previamente que la economía no se derrumbó con la fuerte activación de la demanda: «el fuerte aumento del consumo privado ha empujado a la economía más allá de su potencial, las cuentas fiscales se han deteriorado y las liquidaciones forzosas de activos de los fondos de pensiones han creado un escenario complejo». Cabe subrayar que el aumento del consumo privado tuvo fuentes que se agotan: los retiros de AFP son por una vez y el gasto público está programado para caer -23% en 2022, en un ajuste brutal e injustificado. De paso, señalemos que las cuentas fiscales deben mejorar con una reforma tributaria, no deprimiendo la economía. Por su parte, la restricción de créditos hipotecarios no es la primera vez que ocurre y quedará atrás una vez que se recupere una mayor normalidad en los mercados de capitales.

El Banco Central actuó con presteza para bajar tasas de interés (no como en 2008) y para lograr un impulso monetario. En cambio, los apoyos gubernamentales fueron tardíos, lo que llevó a una caída del PIB en 2020 de -5,8%. Se terminaron ampliando más por razones electorales que de diseño hacia mediados de este año. Y llevó a que el sistema político diera curso, por presión ciudadana, a tres retiros de fondos desde AFP, los que fueron fundamentales para recuperar la economía. Disminuir el ahorro en una grave recesión no es sino una buena política económica.  Pero al poner en cuestión la viabilidad en el largo plazo del sistema privado de pensiones basado en AFP, impuesto por la dictadura en 1981, sus defensores entraron en pánico. Su mal desempeño ya había ido obligando a un creciente rol público y planteado inevitablemente la discusión sobre el paso a un sistema mixto. 

El hecho es que ese debate es legítimo y que, sin ir más lejos, en Estados Unidos y Reino Unido, los países capitalistas centrales con menos intervención del Estado, la base de los sistemas de pensiones son públicos y de reparto («pay as you go»). Si, léase bien: públicos y de reparto. Esto en Chile se ha convertido en una mala palabra por los que repiten vacuidades sin pensar y sin conocer las realidades del mundo, pero con una ideología libremercadista de hierro que se toma como única verdad posible. 

Para reestablecer el ahorro de largo plazo, se necesita partir desde otro ángulo: más motores de inversión y crecimiento sustentable en la economía real. Estos obtendrán financiamiento: a) desde el sistema bancario y el autofinanciamiento de las empresas que reinvierten utilidades en actividades dinámicas y rentables (que, como las brujas, de haberlas las hay en diversos sectores y las habrá aún más con sucesivas reconversiones productivas empujadas por una política industrial inteligente); b) desde la capitalización colectiva propuesta para un nuevo sistema de pensiones (que de aprobarse aumentará la parte de la remuneración del trabajo que irá a ahorro para pensiones del 10% al 18% en vez de disminuirlo, como ha ocurrido bajo este gobierno por su completa incapacidad de ofrecer alternativas) y desde el incentivo del ahorro voluntario de las familias y finalmente c) desde los mercados externos de capitales, que siguen proveyendo fondos a costos razonables. El margen de riesgo con que operan los mercados financieros internacionales («spreads soberanos» informados por el EMBI Global Spread) subió en Chile de 117 puntos base en el primer trimestre de 2018 a 141 en el tercer trimestre de 2021. Pero en Europa subió de 221 a 313 en el mismo período. La inversión extranjera directa ha fluido este año con más intensidad que nunca hacia Chile, lo que muestra que existe una confianza internacional en el futuro de la economía chilena. Si en Chile existen dificultades, en el resto del mundo también, por lo que las oportunidades de inversión no se desechan así no más. Los capitalistas nacionales que sacan sus fondos al exterior estarán perdiendo parte de esas oportunidades. Allá ellos.

El problema, entonces, es el predominio en Chile de un pensamiento económico rígido y en muchos sentidos inadecuado que inspira políticas económicas recesivas de la actividad y el empleo y conductas de temor infundado. Sus portadores son los mismos que se quejan de la violencia social -y piden la consabida mano dura- pero que no hacen nada por impedirla desde sus causas: la desigualdad, la inestabilidad generalizada de los que viven de su trabajo y la ausencia prolongada de oportunidades de prosperar para la mayoría. Por eso un cambio de enfoque es indispensable.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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