Las relaciones políticas de las religiones con el Estado están en tabla. El año 1925 se consagró la separación de la Iglesia católica y de la República. Este logro constitucional favoreció el pluralismo. Una Constitución con pretensión refundadora tendría que hacerse cargo del tema religioso. A una Carta Fundamental no se le puede pedir mucho, pero sí un mínimo. Con muy poco se conseguirá algo importante. Bastaría con que la Constitución de 2022 confirme estos derechos, tan propios de la modernidad, y respalde las actividades interreligiosas que favorezcan la justicia, la paz, la diversidad y la alegría. Ayudas pueden ser muchas, distintas al financiamiento de las iglesias. Pues las religiones representan a dioses, espiritualidades e inspiraciones gratuitas por excelencia.
Por los años cuarenta del siglo pasado, Alberto Hurtado escribió un libro: ¿Es Chile un país católico? Título provocador. Se le vinieron encima. ¿Qué le preocupaba? La mala calidad del catolicismo chileno y, particularmente, la injusticia de la oligarquía.
¿Es deseable que Chile vuelva a ser un país católico? De ninguna manera. El país cambió. La Iglesia católica dejó de ser mayoritaria y el Concilio Vaticano II le impuso no ser proselitista. El pentecostalismo se consolidó. Las otras iglesias y comunidades cristianas salieron a la luz del sol. Judíos y musulmanes encontraron por acá un espacio amistoso. Unas gotas de budismo también gustan. Comienza a ser valorada la naturaleza espiritual de las culturas originarias. En suma, Chile ha enriquecido su acervo religioso.
Pero ¿es la religiosidad chilena vigorosa? Está por verse. Las religiones tienen delante un desafío sin precedente. Deben ahora alentar a una humanidad al borde de un colapso diluviano. Los cambios que hemos de hacer para revertir el curso a una catástrofe medioambiental necesitan inspiraciones espirituales. Los diversos credos y formas de relación con la divinidad debieran dejar atrás mezquindades y particularidades esotéricas, y cooperar a la salvación del planeta. Urge trascender, ir más lejos, ir más adentro. Aun cuando no seamos capaces de frenar la emisión de los gases de efecto invernadero y neutralizar sus peores efectos, las religiones, los místicos y los chamanes han de acompañarnos en morir y extinguirnos. Pues estos, y no los gobiernos ni la ONU, deben enseñarnos cómo se vive cuando la muerte quiere devorarnos de una vez para siempre.
Chile tiene la fortuna de contar con pueblos originarios que saben cómo localizar al ser humano en un cosmos que, a pesar nuestro, aún nos ama. Las espiritualidades nativas hacen que sus gentes aprendan que el planeta les pertenece no menos de lo que ellas pertenecen al planeta. ¿No es algo así lo que han perdido las grandes religiones monoteístas? Sus representantes, hasta hace poco, han presentado a la Convención Constitucional una carta para asegurar la libertad de conciencia y la libertad religiosa. Ahora último los líderes cristianos, musulmanes y judíos han sumado voces de pueblos originarios. Son pasos inéditos, muy auspiciosos. Los chilenos tendríamos que celebrar la pluralidad religiosa y reivindicar la índole espiritual de las culturas indígenas.
Las relaciones políticas de las religiones con el Estado están en tabla. El año 1925 se consagró la separación de la Iglesia católica y de la República. Este logro constitucional favoreció el pluralismo. Una Constitución con pretensión refundadora tendría que hacerse cargo del tema religioso. A una Carta Fundamental no se le puede pedir mucho, pero sí un mínimo. Con muy poco se conseguirá algo importante. Bastaría con que la Constitución de 2022 confirme estos derechos, tan propios de la modernidad, y respalde las actividades interreligiosas que favorezcan la justicia, la paz, la diversidad y la alegría. Ayudas pueden ser muchas, distintas al financiamiento de las iglesias. Pues las religiones representan a dioses, espiritualidades e inspiraciones gratuitas por excelencia.