Aspectos positivos de esta situación son que Chile, a diferencia del hemisferio norte, se encuentra en la estación estival, que permite actividades al aire libre, y además el elevado grado de vacunación de la población y que se esté considerando una cuarta dosis de vacunación para la población más susceptible y expuesta (¿trabajadores de la salud?) para febrero del 2022. La presencia de ómicron en Chile y su epidemiología, sin embargo, sugerirían que la fecha de esta vacunación, si bien beneficiosa, podría ser un tanto tardía para evitar el mayor impacto de su ola epidémica, que, aunque al parecer pudiera ser fugaz, podría provocar un desafío importante para los servicios de salud. De allí la relevancia de que mensajes sanitarios precautorios de un alto riesgo reemplacen a las señales de satisfacción con la actual situación, en que ómicron está, al parecer, diseminándose de manera silenciosa pero sostenida en el territorio nacional.
Respecto de la epidemia de COVID-19 en curso, “estamos en una situación epidemiológica muy positiva”, son los dichos del ministro Dr. Enrique Paris citados en el diario La Tercera, la segunda semana de diciembre. En el mismo diario, el 10 de diciembre y con grandes titulares, se anuncia con esperanza por el Dr. Jaime Rodríguez, de la Clínica Alemana, pero a mi modo de ver prematuramente y sin muchos fundamentos, que “probablemente estemos en la última etapa de la pandemia». El diario El Mercurio del 14 de diciembre publica también un artículo estableciendo “que no debería existir un quiebre en la tendencia” (en la disminución de casos de COVID-19), basado en la opinión de los más variados expertos. De acuerdo con El Mercurio del 16 de diciembre, el Dr. Paris agrega que «estamos bien preparados para enfrentar esta cepa”. En diciembre 21, el mismo diario indica que el ministro en la Comisión de Salud del Senado repite que “la situación sanitaria es bastante satisfactoria». Morigerando tanta feliz confianza y optimista pero dudosa certeza, La Tercera publica otro artículo un tanto cauteloso y con un aire de cierto fatalismo, el 20 de diciembre, en el cual variados expertos indican, también sin muchas razones, que tal vez en Chile habrá una ola benigna y tardía de infecciones por la variante ómicron, planteando además dudas sobre la futura existencia de esta.
En mi opinión, estos tranquilizantes pero aventurados y parcialmente infundados pronunciamientos, contrastan con noticias también nacionales de que la variante ómicron del virus COVID-19 había sido introducida al país por viajeros el 5 de diciembre a Valparaíso y estaría en unas semanas ya diseminada por lo menos en ocho regiones, incluyendo a la Región Metropolitana y centros urbanos en Los Lagos y Biobío, con un total de 133 casos detectados al 25 de diciembre. En un contexto nacional de limitaciones para aplicar estudios genómicos a un porcentaje significativo de muestras virales que permitan identificar ómicron sin confusiones, de falencias que permanecen pertinazmente sin mejorar en el sistema de TTA (testeo, trazabilidad, aislamiento) para COVID-19 y de lo que se conoce de la microbiología de ómicron, en el casi el mes de su súbita pero vaticinada aparición en África del Sur, los juicios discutidos aparecen aún más temerarios y frágiles científicamente. Desde el mes de su aparición, el virus ómicron ha demostrado, como resultado de algunas de sus mutaciones, tener una alta infecciosidad, evidenciada, por ejemplo, por su número reproductivo (R) de tres a aproximadamente cinco (casi tres veces la del COVID-19 original) y por su habilidad de doblar el número de infecciones en 2 días y no en 10-14 días como el virus inicial, de tal modo que los 133 casos detectados en Chile hasta ahora podrían corresponder en realidad a alrededor de mil o aún más casos, sin diagnosticar.
Una demostración de este gran poder infeccioso es que en dos a tres semanas el ómicron ha llegado a constituir el 75% de los virus detectados en los cientos de miles de infecciones en EE.UU. (y el 90% de ellas en algunos estados) y la mayoría de las infecciones en varios países de Europa, donde existen mejores niveles de TTA e identificación genómica que en Chile. Agregado a esta alta infecciosidad, el virus pareciera tener un más corto periodo de incubación, lo que dificulta su diagnóstico precoz y la eficiencia del TTA, para bloquear su potencial diseminación. Ómicron pareciera tener además la habilidad de disminuir en menor o mayor grado la efectividad de la protectora respuesta inmune generada prácticamente por todas las vacunas actualmente en uso y, además, la respuesta inmune generada por la misma infección, favoreciendo reinfecciones.
Ómicron, por ejemplo, ha sido capaz de infectar a personas vacunadas con tres dosis de la efectiva vacuna de ARN de Pfizer. Esto indicaría que potencialmente podrían producirse epidemias de infecciones en individuos vacunados y no vacunados, con mayores complicaciones y mortalidad en la población sin vacunar, pero también tal vez en menor escala en la población vacunada, y esto pareciera estar sucediendo ya en algunos países. A pesar de que ómicron pareciera producir una enfermedad leve, el potencial aumento del número de casos tiene la posibilidad de sobrecargar nuevamente los servicios asistenciales, como al comienzo de la epidemia, y de aumentar la mortalidad por el virus y por otras causas mórbidas, que dejan de ser atendidas por la emergencia.
El conocimiento microbiológico de la capacidad de COVID-19 para variar, generando cambios en su biología que son deletéreos para la especie humana y demostrados tan claramente por la variante ómicron, indica que pareciera que aún no es el tiempo para sacar cuentas alegres y para injustificadas predicciones, que tiendan a relajar en la población el importante concepto de riesgo frente a estos virus y el rol de la vacunación y de la conservación, y aún el aumento, de las medidas físicas y sociales útiles para la prevención.
Chile hasta ahora ha tenido la ventaja de estar alejado de los centros geográficos donde se originara el COVID-19 y, luego, muchas de sus variantes más infecciosas, lo que ha provisto al país de una ventana de varias semanas para potencialmente instaurar medidas que puedan prevenir el mayor impacto de estos patógenos virales sobre la población. Sin embargo, esta propicia ventana fue desperdiciada, al comienzo de le epidemia (marzo-abril 2020) por las ofuscaciones y las dilaciones de la autoridad sanitaria de la época, que resultaron en las importantes, pero parcialmente prevenibles mortalidades del invierno del año pasado. Desearíamos compartir el optimismo, discutido al comienzo de esta opinión, pero desafortunadamente este contrasta dramáticamente con la seriedad, con la alarma y con las drásticas medidas con que se está enfrentando la aparición de ómicron en la mayoría de los países afectados por su diseminación.
Esta alarma, y las enérgicas medidas de prevención (cierre de escuelas y universidades, postergación de eventos públicos, cancelación de viajes, cierres de fronteras, aumento de ensayos rápidos de diagnóstico) parecieran responder de mejor manera a las difíciles características microbiológicas de este virus. Características que podrían generar una situación de déjà vécu epidemiológico al poner nuevamente en jaque, como al principio de la pandemia, a los servicios asistenciales de un gran número de países con más recursos que Chile.
Aspectos positivos de esta situación son que Chile, a diferencia del hemisferio norte, se encuentra en la estación estival, que permite actividades al aire libre, y además el elevado grado de vacunación de la población y que se esté considerando una cuarta dosis de vacunación para la población más susceptible y expuesta (¿trabajadores de la salud?) para febrero del 2022. La presencia de ómicron en Chile y su epidemiología, sin embargo, sugerirían que la fecha de esta vacunación, si bien beneficiosa, podría ser un tanto tardía para evitar el mayor impacto de su ola epidémica, que, aunque al parecer pudiera ser fugaz, podría provocar un desafío importante para los servicios de salud. De allí la relevancia de que mensajes sanitarios precautorios de un alto riesgo reemplacen a las señales de satisfacción con la actual situación, en que ómicron está, al parecer, diseminándose de manera silenciosa pero sostenida en el territorio nacional.