El contexto del comercio internacional se está modificando a pasos agigantados, y eso exige no insistir en una reedición pura y simple de los tratados gestados en décadas anteriores. Todos merecen ser objeto de revisión permanente.
Si se analizan las exportaciones chilenas no desde el punto de vista de los valores involucrados, sino desde el punto de vista del número de empresas exportadoras chilenas involucradas y de los países de destino, se descubren algunos datos interesantes y poco conocidos.
Un reciente estudio de la Subsecretaría de Relaciones Económicas Internacionales («Caracterización de las empresas exportadoras de Chile») informa que en el año 2020 hubo en Chile 7.600 empresas que llevaron adelante alguna actividad exportadora. Esa cifra es menor que la que se había presentado a lo largo de los últimos 7 años, lo cual pone de relieve que una crisis internacional como la del 2020 afectó a la cantidad de empresas involucradas en el esfuerzo exportador chileno, pero no necesariamente a los valores exportados. La economía tiene, en ese sentido, una suerte de colchón de ajuste que puede sacrificarse en épocas de dificultades comerciales.
De esa cantidad, 4.889 empresas, es decir, más del 50 % del total de empresas exportadoras, realizaron actividades exportadoras hacia diferentes países de América Latina, lo cual también representa la cantidad de empresas exportadoras hacia América Latina más baja desde el 2011. A través de toda la década, en todo caso, los países de América Latina se han mantenido como los principales socios comerciales de los exportadores chilenos. Como punto de referencia se pude visualizar que hacia Europa solo hicieron exportaciones 2.395 empresas chilenas.
Si se contabiliza la cantidad de empresas que exportan a los diferentes países de destino, se pone en evidencia que, en el 2020, hubo 2.209 empresas que realizaron operaciones de exportación hacia Estado Unidos. Sin embargo, hacia Perú, la cantidad de empresas chilenas vinculadas a dicho país por operaciones de exportación fueron 2.121, cantidad no muy lejana de la de empresas que venden a Estados Unidos. Le sigue como tercer país de destino China, con 1.250 empresas que venden en dicho mercado. Posteriormente, en orden decreciente, se ubican Argentina (1.195 empresas), Brasil (1.135 empresas), Colombia (952 empresas), México (860 empresas), Bolivia (860 empresas), Ecuador (848 empresas) y solo después aparecen en ese ranking países como España, Alemania y Holanda.
Estos antecedentes llevan a pensar que la cantidad de empresas chilenas que exportan o que están deseosas de exportar hacia algún país latinoamericano no puede deberse solo a la cercanía geográfica o a las facilidades que brinda un idioma común. Es dable suponer que la red de acuerdos y tratados que ha venido tejiendo Chile, a lo largo de los últimos 30 años, con prácticamente todos los países de la región –quizás con la sola excepción de Guayana– tiene mucho que ver con la situación que describimos. Efectivamente, los acuerdos y tratados de libre comercio con los países de América Latina tienen la cualidad de ser acuerdos entre iguales. Se trata de países de similar grado de desarrollo económico, industrial y tecnológico, lo cual genera nichos y ofertas comerciales que tienen un mayor potencial de complementación. Esto hace una diferencia con los tratados con los países altamente desarrollados, con los cuales el comercio se centra en el tradicional intercambio de bienes de elevada manufactura y tecnología, versus bienes primarios con escasos niveles de valor agregado. El comercio con América Latina tiene, de hecho, un mayor contenido de bienes manufacturados que el resto de nuestras exportaciones hacia el mundo.
El hecho de que exista una gran cantidad de empresas vinculadas comercialmente a los diferentes países de América Latina, implica que existen grandes posibilidades de avanzar en las nuevas etapas de los procesos de integración a nivel regional. La rebaja o eliminación recíproca de aranceles jugó un rol importante en los grados de integración que se lograron en décadas pasadas, y todavía esa situación genera el marco propicio como para actividades emprendedoras en el campo del comercio exterior. Pero los nuevos grandes saltos adelante en materia de integración requieren de una mayor complementación física –ferroviaria, lacustre, aérea y terrestre–, de una sustantiva reducción de trámites recíprocos para los intercambios intrarregionales, lo cual pasa, a su vez, por convenios de validación recíproca de documentos y por ventanillas únicas compartidas, y requiere también del fortalecimiento de las cadenas de valor entre empresas de diferentes países. Y en todas esas metas, la existencia de más de 4 mil empresas que conocen el terreno constituyen un capital de primera importancia.
El contexto del comercio internacional se está modificando a pasos agigantados, y eso exige no insistir en una reedición pura y simple de los tratados gestados en décadas anteriores. Todos merecen ser objeto de revisión permanente. En ese delicado estudio de lo viejo y de lo está por nacer en materia de arquitecturas comerciales internacionales, el tejido institucional presente con los países de la América Latina creo que forman parte de lo positivo y conservable, aun cuando también de lo modificable y mejorable.