Recuerdo que, al terminar la dictadura pinochetista, una de las grandes reivindicaciones del mundo cultural, giraba en torno a la tolerancia. Nos faltaba aire y diversidad. Entonces solo se aceptaba una religión, un modelo de familia, dos orientaciones sexuales, ser indio era otro modo de ser pobre, un Manual de Carreño, muy pocos colores y demasiado recato. Mucho de esto ha cambiado, y basta estar un día adentro de la Convención para constatarlo. Pero lo que una Carta Fundamental que aspira a expandir la democracia nunca puede olvidar, es que las tiranías del pasado suelen encontrar nuevas formas en el futuro.
“Quisiéramos saber si aquí hay disposición de apoyar alguna norma de la derecha, porque nosotros no estamos dispuestas”, dijo la representante de Movimientos Sociales al comenzar una reunión para acordar –entre todos los colectivos de oposición, menos El Apruebo–, las normas que votaríamos “en general” al día siguiente. La comisión de Derechos Fundamentales, a la que yo pertenezco, es la que acumuló más iniciativas de normas y debe escoger, de entre las 331 que le llegaron, aquellas que servirán de base para las indicaciones y votaciones en el pleno. Poquísimas de ellas llegarán a la nueva Constitución tal cual nacieron. Se transformarán buscando el apoyo de al menos los 2/3. Las indicaciones que las modifiquen tenderán a recortarlas, ampliarlas o pulirlas. No sobrevivirán siempre las mejores –¿quién decide, además, cuáles son esas?–, sino aquellas en que puedan habitar juntas las grandes mayorías de la Convención. Todos cederán. Falta saber cuánto y qué. Hasta el momento, hay voces que han sonado con mucha más fuerza y repercusión mediática, quizás porque son más impresionantes, quizás porque las otras no gritan tanto, quizás porque temen a las funas, quizás porque recién se dan cuenta de que si sus votantes los pusieron ahí, es para hacerse escuchar.
En esa reunión conseguimos concentrar las discusiones por venir en torno a 12 artículos, de los 50 que abordaba ese primer bloque normativo. Renunciamos a parte de la propia autoría con tal de confluir en un camino conjunto. Las correcciones de cada cual se pondrán en juego a continuación. De no existir ese acuerdo, quizás todavía estaríamos votando. Los del Apruebo se sumaron a varios, y dos ganaron por unanimidad. Para desagrado de algunos, incluso la derecha votó por ellas.
Lo cierto es que para una parte de la Convención, la derecha es vista como una especie venenosa. Mientras están en el patio, pueden ser considerados interlocutables, aunque no todos. Bárbara Rebolledo ha dado cátedras de cómo preparar el mate, rodeada de plurinacionales. Hay, sin embargo, quienes nunca se han fumado un cigarrillo con los del frente. Porque no fuman, por desprecio o por miedo.
En comisiones o en el pleno, el asunto es rudo. Concederle la razón en algo a los representantes de ese sector, es para una parte de la izquierda un acto despreciable. Ni hablar de darles un voto. Encarnan la casta opresiva, la defensa de los privilegios, la herencia pinochetista. No son todos lo mismo, pero provienen de un mismo planeta. Con unos puede haber más simpatía, pero jamás complicidad. El más mínimo asomo de ella es considerado un acto de traición.
Las culpas con que carga esa derecha, en efecto, no son pocas. Arrastramos una historia de discriminaciones, desigualdades, violencias y desdenes difíciles de ignorar. Hay buenas razones para el resentimiento, pero la tarea en que nos hallamos envueltos, exige ir más allá de ellos. La Constitución que deseamos no cumplirá su objetivo transformador si queda presa de la venganza y se limita a rabiar con el pasado. Los grandes ejes de la discusión en que nos encontramos, en su mayoría son nuevos y no responden a los debatidos por la Guerra Fría: Feminismo, Diversidad, Ecología, Plurinacionalidad, Descentralización, Participación Ciudadana. La superación del Estado Subsidiario, para constituir uno Social de Derechos, es lo más próximo que tenemos a lo debatido durante el siglo XX. Si aspiramos a darle fuerza y permanencia a este proyecto democratizador y de futuro, debiéramos procurar que lo hagan suyo la mayor cantidad posible de chilenos. En lugar de repeler a quienes hoy están dispuestos a asumirlo por primera vez, darles la bienvenida. Es todo lo contrario de una renuncia: se parece, más bien, a aceptar una victoria cultural con ese ánimo incluyente que tanto les faltó a las arrogancias del pasado. En vez de acentuar lo que separa –Jorge Baradit habla de un río que no está dispuesto a cruzar–, facilitar la construcción de puentes que nos ayuden a convivir en paz. Una de las principales tareas del proceso constituyente consiste en religar las fracturas de nuestra sociedad.
La Convención contiene una representación sociocultural de Chile nunca antes vista en una institución republicana. Sus miembros provienen de las más diversas tradiciones, territorios y experiencias. Su representación política, sin embargo, es más discutible. Sabemos que en nuestro país, como en muchas partes del mundo, esta se mueve a un ritmo impredecible. Apostaría que cada uno de quienes estamos ahí dentro, tenemos padres, hermanas, amigos, vecinas que, compartiendo nuestras mismas realidades, piensan distinto. Muchos de ellos votaron por Kast, por Sichel, por Yasna, y no solo por el Presidente electo. La composición del Parlamento es muy distinta que la de la Convención y sería autocomplaciente y flojo explicarlo simplemente por su sistema electoral. Hemos visto a no pocos de nuestros cercanos mutar su percepción de este proceso constituyente cuando noticias aisladas lo muestran alejándose de sus sentidos comunes. De pronto lo que era un deseo compartido, llevado demasiado lejos, se convierte en preocupación. La mayoría tiene clara conciencia de que requerimos un nuevo acuerdo comunitario (un 80% votó a favor de este proceso), pero también sabe que hay mucho que cuidar. Que no partimos de la nada y que, como ha dicho Gabriel Boric citando a Isaac Newton, nos paramos “sobre hombros de gigantes”. Newton aseguraba que al hacerlo se podía ver más lejos.
El gran reto para el tiempo que nos queda, ni más ni menos que aquel en que decidiremos el texto constitucional, es conseguir esa articulación capaz de mirar hacia todas las direcciones y amasar mayorías atentas a las minorías. Es un hecho que la derecha no tiene la sartén por el mango, pero eso no significa que debamos freírla adentro.
En nuestra sesión del día jueves, le cantamos Feliz Cumpleaños a Teresa Marinovic. Dijo, bromeando, que entendía el agasajo como un reconocimiento a su paciencia. Acto seguido reculó, para agradecer sinceramente, “y que ustedes me tengan paciencia a mí”. Lo cierto es que en una sociedad democrática, todos nos debemos paciencia.
Recuerdo que, al terminar la dictadura pinochetista, una de las grandes reivindicaciones del mundo cultural, giraba en torno a la tolerancia. Nos faltaba aire y diversidad. Entonces solo se aceptaba una religión, un modelo de familia, dos orientaciones sexuales, ser indio era otro modo de ser pobre, un Manual de Carreño, muy pocos colores y demasiado recato. Mucho de esto ha cambiado, y basta estar un día adentro de la Convención para constatarlo. Pero lo que una Carta Fundamental que aspira a expandir la democracia nunca puede olvidar, es que las tiranías del pasado suelen encontrar nuevas formas en el futuro. Y no es la reivindicación de casos puntuales lo que un cambio constitucional debiera establecer, sino aquellos principios y acuerdos capaces de controlar los abusos, sean cuales fueren y vengan de donde vengan.