Se estima que Santiago ya superó los 7 millones de habitantes y que la superficie de la ciudad (mancha urbana) es de unas 114.700 hectáreas. La densidad, por lo tanto, sería 61,24 habitantes por 1 hectárea (hab/ha), que es lo mismo que decir que hay unos 163 metros cuadrados de espacio urbano por habitante.
Se puede apreciar que, por ejemplo, la densidad (hab/ha) promedio de ciudades con más de 500 mil habitantes es 27,9 en Francia; 26,4 en Alemania; 29,7 en Italia; 49,7 en Reino Unido; 24,1 en Canadá; y un sorprendente 11,95 en Estados Unidos. Es decir, estamos hablando de densidades muy, muy bajas.
La ciudad más densa del mundo es Dhaka (Bangladesh): 16,8 millones de personas viven en solo 45.583 has (menos de la mitad de la superficie de Santiago; 40% para ser exacto, ¿se imagina eso?), lo que da una densidad de 369 habitantes por hectárea. Una locura. Por otra parte, las ciudades que están en el top de ranking de calidad de vida tienen densidades muy bajas (55 en Viena, 27 en Vancouver, 28 en Copenhague, 36 en Oslo, 27 en Auckland y 38 en Zúrich).
La conclusión es clara e irrefutable: países con alto PIB per cápita se caracterizan por tener ciudades con baja densidad poblacional. Es decir, ciudades con alta calidad de vida ofrecen, en general, más espacio urbano a sus habitantes. Esto ocurre porque a mayor ingreso, se demandan casas más grandes, segunda vivienda, más autos, parques, avenidas y espacio urbano en general, bienes con elasticidad ingreso mayor a 1, efecto que complementa la demanda de suelo por crecimiento de la población. En ciudades de países pobres, con baja calidad de vida, sus habitantes viven apiñados; tienen un déficit de vivienda e infraestructura.
Si fuésemos un país desarrollado y Santiago estuviese bien planificado desde un inicio, su superficie actual debería ser a los menos el doble. Toronto, por ejemplo, tiene casi 7 millones de habitantes y el tamaño de la ciudad es el doble de Santiago. Resultado: densidad de 30,3 hab/ha.
La gente se agrupa en ciudades dados los beneficios que ésta entrega, convirtiendo a la ciudad en una gran unidad productiva. Pero los beneficios de la concentración también traen aparejados desventajas. La problemática urbana, por lo tanto, está en el manejo (más) eficiente de las externalidades positivas y negativas que genera la ciudad. Santiago es un ejemplo de un mal manejo de las externalidades urbanas negativas, dentro de las cuales se destacan la congestión y la contaminación. Perder 3 horas al día (o más) en trasladarse en hora peak tiene un costo de oportunidad altísimo. ¡En hora buena teletrabajo!
Una eficiente política urbana es aquella que hace competir a las ciudades por captar a sus “clientes” (habitantes). Esto favorece la descentralización. Pero para que las ciudades compitan entre sí, se requiere que cada una tenga una mínima infraestructura interna y accesibilidad, junto con adecuadas megaobras de conectividad entre ellas. Así, una eficiente política urbana que genere dicha competencia entre ciudades, haría crecer positivamente aún más el segundo y el tercer centro urbano del país, que hoy están muy por lejos del tamaño de Santiago (lo cual es una muestra clara del desequilibrio): Valparaíso-Viña tienen 866 mil habitantes en unas 15.800 hectáreas; Concepción tiene 849 mil habitantes en 19.400 hectáreas.
Por supuesto, una política urbana eficiente requiere librarse de prejuicios y creencias erradas. Una de ellas, a nivel general y especialmente a nivel de urbanistas y arquitectos, es que la extensión de la ciudad es mala per sé. Normalmente cuando se expone sobre ejemplos de ciudades modernas, se enfatizan las “soluciones” con hermosos rascacielos que comparten “amigablemente” con su entorno. Esto podría estar bien como solución a problemas puntuales, pero la visión global, como solución integral de la ciudad, podría apuntar a una dirección totalmente opuesta a la densificación que se promueve como un mantra. Debemos tener muy claro que, en la medida que nuestro país converja al desarrollo, sus ciudades requerirán, necesariamente, expandirse (muy probablemente Santiago a una tasa menor que el resto, pero igual se seguirá expandiendo).
Como el mundo inmobiliario no repara mayormente sobre la visión global comentada en el párrafo anterior, sino que maximiza su beneficio de acuerdo a lo permitido por el plan regulador, es entonces el plan regulador el “responsable” de planificar la ciudad con una visión de largo plazo. Y aquí fallamos: vemos desde planes reguladores obsoletos (¿sorpresa con que el poco espacio urbano que queda lleva los precios del terreno a las nubes?) hasta planes que demoran varios lustros en aprobarse, pasando por la especulación por el cambio de uso de suelo.
A la mayor demanda de suelo producto del mayor ingreso general que tendrá nuestro país en su camino al desarrollo, se debe enfatizar que serán los segmentos más pobres de la población los que proporcionalmente tendrán un aumento mayor en su ingreso. La tasa de motorización seguirá aumentando, independiente de los esfuerzos que se hagan por mejorar el transporte público, y habrá una importante demanda por recambio de casas y su entorno, debido a la obsolescencia económica que ocurre mucho antes que la obsolescencia física. Santiago ya es una ciudad colapsada, si no se prepara para lo que inevitablemente se viene, nos pareceremos más a las ciudades del tercer mundo que a Toronto o Viena.
¿Y qué tiene que ver febrero con todo esto? Supongamos que en el peak de vacaciones en febrero implica que unos 1,5 millones de santiaguinos salen de la ciudad. La densidad caería a unos 48 (hab/ha). Por eso es tan agradable Santiago en febrero. ¿Podría ser así, o incluso mejor, todo el año?