“Las lluvias tocan las cuerdas de su aire
y, arriba, es el coro que lanza el sonido de la fertilidad
Muchos animales hubo -va diciendo montes, lagos, aves buenas palabras
Avanzo con los ojos cerrados: Veo, en mí, al anciano que esperando el regreso
de las mariposas habita los días de su infancia
No me preguntes la edad -me dice y estaré contento
¿para qué pronunciar lo que no existe?
En la energía de la memoria la Tierra vive
y en ella la sangre de los Antepasados
¿Comprenderás, comprenderás por qué -dice aún deseo soñar en este Valle?”,
Elicura Chihuailaf.
La muerte de la activista ambiental Macarena Valdés el año 2016, transformó a su pareja, Rubén Collio, en un actor protagónico de la lucha contra los proyectos energéticos que amenazan el ecosistema de los territorios y a quienes los habitan. De visita en el sur de Chile, el verano del 2018, conocí a Rubén en una actividad organizada por el Centro Cultural Museo y Memoria de Neltume, en la cual fueron informados los antecedentes de un peritaje privado (encargado por la familia de Macarena Valdés), que contrastaba con la versión entregada por el Servicio Médico Legal, institución que establecía como causa de muerte el suicidio.
Rubén Collío nos compartió una íntima reflexión sobre la partida de su compañera y madre de sus hijos. De ese momento, quisiera recordar un pequeño fragmento que atesoro hasta el día de hoy. Se trata de la diferencia entre los conceptos “bienvenido” y “bienllegado”, este último desconocido para mí, pero que puede contribuir de forma significativa a pensar la crisis migratoria que estamos atravesando.
En efecto, “bienvenido” sería un término constitutivamente excluyente, en la medida que dependiendo de dónde se proceda, el recibimiento es amistoso (o no) por parte de quienes aguardan el arribo. Que alguien sea “bien venido”, como alguien “bien nacido”, supone que hay otros “mal nacidos” y también “mal venidos”. Implica una relación negativa del nosotros con los otros, ya que el valor de quien llega, como de quien nace, está sometido a los criterios particulares de la comunidad receptora, que al aplicarlos aspira a que a estos adquieran validez universal.
En cambio, alguien “bienllegado” no importa de dónde provenga, lo que importa y se celebra es su presencia en el lugar, sin ser sometida a la abstracción de una representación trascendente. Cuando se ha sugerido que en las expresiones Mapuche ligadas a la política autonomista se despliega un “nacionalismo étnico”, opera una mirada que le otorga a la cultura occidental un privilegio antropológico por sobre las otras culturas, suponiendo que lo que el pueblo Mapuche entiende por “nación” es idéntico a lo que entiende la sociedad chilena, que además reconoce su pasado histórico en Europa y no tanto en América Latina.
Pero la explicación del “bienllegado” me hizo entender la importancia que para el pueblo Mapuche tiene la convivencia amistosa con otros pueblos, ya que en su cultura no existe una disposición colonizadora. Si en el bienvenido hay un aparato prejuicioso que recae sobre el que llega, un sistema de reglas que se le impone, una exigencia de adaptarse a la cultura que lo acoge ante el riesgo de autodisolverse producto de la contaminación con el afuera común, en el bienllegado hay reciprocidad y gestos compartidos. Si en el primero prevalece la identidad, en el segundo prevalece la diferencia.
Para quienes consideran que el lenguaje no es más que un instrumento de la razón, difícilmente estas palabras puedan tener sentido. Quienes creemos que el lenguaje es la base ontológica de nuestras prácticas vitales, la distinción que nos señaló Rubén tiene implicancias profundas, porque remite a dos modos irreductibles de comprender nuestra existencia en el mundo. Quisiera advertir que el recuerdo de esta reflexión está enmarcado en la oralidad, ya que no guardo registros de ella mediados por la tecnología.
Es decir, no puedo citar con exactitud el discurso de Rubén, y sin embargo me permito rememorar lo que sentí en ese momento, porque la filosofía está inevitablemente ligada a los afectos del ser humano. Y en esa rememoración es probable que me extravíe de lo que fueron sus enunciados en aquella estancia (como se dice coloquialmente, tal vez le pongo de mi cosecha), contribuyendo así a tejer la red de los saberes que se van ampliando en la medida que inventamos otros motivos cuando nos disponemos a recordar lo que alguna vez aprendimos en la conversación honesta.
Es una manera de homenajear a Rubén Collío y a la sabiduría ancestral de su pueblo. Nunca más lo volví a ver después de esa jornada, pero llevé conmigo esa enseñanza como un amuleto. Y aunque el paradigma del “bienvenido” se ha vuelto hegemónico, el “bienllegado” va emergiendo de la digna resistencia de los pueblos.
Rubén muere hace unos días en un accidente de tránsito y la noticia nos golpea, justo cuando en la frontera norte de Chile, miles de vidas que anhelan un pasar mejor en la Tierra deben sortear el implacable clima, un cerco policial y militar y también el rechazo de una parte de la sociedad que se jacta de querer al amigo cuando es forastero, pero solo cuando no es pobre y su piel no es morena. Porque a estas alturas para qué negarlo: hay racismo en este país, que se nutre de un precepto malthusiano, normalizado como sentido común, acerca de que los recursos son escasos —incluyendo el trabajo— y que entonces no alcanzan para todos.
Sabemos que la presión migratoria es un fenómeno que afecta de distintas maneras a Chile. Que es inadmisible que cientos de personas, incluyendo niños y adultos mayores, pernocten en carpas en el centro de una ciudad, como también que bandas criminales hagan de la migración un negocio, exactamente como las grandes empresas que usan la irregularidad migrante para pagar salarios de hambre. Por cierto, la responsabilidad de ello no recae en los migrantes, sino en los inescrupulosos que, gracias al neoliberalismo, se pueden aprovechar de las miserias humanas.
Es la verdad del mercado que rige a la sociedad chilena, la lógica del “sálvese quien pueda”, del agente competidor cuyo éxito depende del fracaso o la destitución (y hasta la muerte) de los otros, en medio de una situación paradójica, pues los capitales pueden circular libremente, no así los seres humanos. La política será capaz de revertir estas condiciones si van más allá de la simple gestión del problema, porque en el fondo hay una manera de entender la convivencia humana que se quiere convertir, peligrosamente, en el único modo (potencialmente destructivo) de estar el mundo.
Cuando miro hacia el Wallmapu, y resuena en mi memoria la voz lúcida de Rubén Collío, pienso en cuánta falta nos hace la verdad del “bienllegado”, porque solo así el ser humano, entre otras cosas, deja de desear su propia opresión y puede aspirar a ser realmente libre.