En Europa, todo empezó con la Comunidad europea del Carbón y del Acero (CECA) y el Tratado de París, que incluyó a Bélgica, Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos. El tratado fue firmado el 18 de abril de 1951 y entró en vigor el 23 de julio del año siguiente. Esta fecha marca un evento histórico: es la primera vez que seis Estados de Europa aceptaban seguir la ruta de la integración económica. Pero no fue fácil. Europa —y el mundo entero— sufrieron los horrores de una guerra mundial y la pérdida de decenas de millones de vidas humanas antes de intentarlo. Y lo lograron. Quién puede dudar hoy, que la Unión Europea es una potencia política y económica global.
Según EUR-Lex, el objetivo de CECA, Comunidad Europea del Carbón y del Acero, “…tal como se recoge en su artículo 2, era contribuir, gracias al mercado común del carbón y el acero, a la expansión económica, al empleo y a la mejora del nivel de vida. Las instituciones debían velar por el abastecimiento regular de carbón y acero al mercado común garantizando un acceso equitativo a los medios de producción, velando por el establecimiento de los precios más bajos y por la mejora de las condiciones laborales. A todo ello debía unirse el desarrollo de los intercambios internacionales y la modernización de la producción… […] … Al crear un mercado común, el Tratado instauraba la libre circulación de productos sin derechos de aduana ni impuestos. Prohibía las medidas o prácticas discriminatorias, las subvenciones, las ayudas estatales o las cargas especiales de los Estados y las prácticas restrictivas” (EUR-Lex; Sitio Oficial de UE; “Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, Tratado CECA”). ¿Se imaginan qué ocurriría si intercambiáramos en este texto las palabras “carbón” y “acero” por “alimentos” y “América Latina”? A mí me crea la esperanza de que sí se puede y sí, creo que debemos intentarlo.
Al respecto, cabe recordar que el programa de gobierno del entonces candidato Gabriel Boric —hoy presidente electo— proponía una política exterior y comercial con “apellidos” tales como “feminista”; “turquesa y verde”; “descentralizada” y “participativa” proponiendo, también, la posible revisión de los tratados comerciales, y destacando a través del texto la necesidad de mayor cooperación y la integración regional. No tengo claro cuánto de todo esto es aún parte del programa de gobierno del futuro presidente y cómo intenta llevarlo a cabo. Sería trágico que dejemos pasar esta nueva oportunidad, que las presiones diarias nos distraigan de la dirección propuesta y que este programa pronto caiga en el olvido. Los eventos de hoy en Ucrania, ponen aún más presión. Abajo, intentaré argumentar cómo y por qué debemos avanzar en el proyecto de integración que delineó el programa del candidato Boric.
Para empezar, propongo que intentemos ir más allá de lo poco que hemos logrado —hasta ahora— en materia de comercio regional e iniciemos una nueva conversación sobre integración, ahora con un foco más limitado y centrado en un sector dinámico y relevante para América Latina, como es el comercio agrícola y alimentario. El objetivo final es crear una “Comunidad Agroalimentaria de América Latina/América del Sur”. No me hago ilusiones. No será fácil concretar un proyecto de esta naturaleza y, más de algún país “pondrá palitos en el camino”. Sin embargo, tengo la convicción de que sí es posible lograr esa meta. Está a nuestro alcance. Al examinar el texto citado arriba, en lo fundamental, propone dos áreas centrales de trabajo para lograr el objetivo final de un “mercado común” que llevaría a la expansión económica, a más empleo, mejores condiciones de trabajo y de vida, y acceso a carbón y acero a precios razonables. Así, para el desarrollo de dichas industrias y la creación del mercado común, se propuso primero “nivelar la cancha”, promoviendo el intercambio internacional, la libre circulación de ambos productos, la eliminación de medidas o prácticas restrictivas y discriminatorias y, al mismo tiempo, modernizar la producción. Y así empezó CECA, para luego llegar a la Unión Europea de 27 miembros. ¡Notable!
Podemos “nivelar la cancha” en la producción y el comercio agroalimentario, y modernizar la industria. Son varias las razones que me llevan a ilusionarme con un proyecto de esta naturaleza. Para empezar, las exportaciones agroalimentarias contribuyen con casi un cuarto del intercambio comercial al interior del grupo de los países que componen la ALADI, destacando como el sector más activo en materia comercial: unos $28.222 millones de dólares, promedio anual durante 2018 – 2020 (Códigos HS01-24; HS44 y HS47; Base de datos ONU – ITC). Creo que este intercambio posibilita una mayor interacción y —con los debidos estímulos y condiciones— puede llevar también a crear las bases de un “mercado agroalimentario sin barreras” para —luego— avanzar hacia un “mercado común” y a la integración económica. En esta industria existe un enorme espacio para la cooperación pues —a pesar de ser el sector con mayor intercambio comercial relativo al interior de la ALADI— éste es el que enfrenta los mayores desafíos para continuar desarrollándose de manera sustentable, prosperando económica y socialmente, y creando trabajos de “calidad”.
Además, la producción agroalimentaria es el sector económico de mayor cobertura regional al interior de los países en América Latina y todos ellos tienen —con diferencias, por cierto— una amplia base de producción agrícola y de alimentos, y de población campesina y/o originaria. Población que cuenta —con algunas diferencias de país en país— con una importante participación de las mujeres en las labores de producción agroalimentarias. Además, corresponde recordar que las áreas rurales, su población y las economías campesinas han sido las menos “beneficiadas” con los actuales arreglos comerciales existentes en América Latina. Esto no debe seguir ocurriendo.
No veo problemas con la idea de intentar “nivelar la cancha” en el área del comercio agroalimentario en América Latina —está harto dispareja por lo demás— y menos problemas aún, en tratar de modernizar la producción agroalimentaria. Con esto, por lo demás, estaremos en mejores condiciones de competir internacionalmente, enfrentar la crisis climática e incorporar métodos de producción amigables con el medio ambiente y compatibles con estándares internacionales de bienestar animal. Podemos, también, intentar alcanzar otros objetivos como crear mejores condiciones para que las regiones y las Pymes se integren al intercambio comercial, mejorar las condiciones de trabajo en la industria, en particular de la mujer campesina, de otras minorías y de los pueblos originarios, además de asegurar el abastecimiento alimentario (tema muy comentado en estos días).
Por ahora, propongo ilustrar el “nivelado de cancha”. Estoy convencido de que aquí existe un amplio campo para la cooperación regional. El “nivelado” debería cubrir dos ámbitos de trabajo: armonizar y estandarizar las normas y regulaciones aplicadas al comercio agroalimentario entre los países participantes, así como modernizar la institucionalidad comercial, a fin de que pueda resolver colectiva y cooperativamente los desafíos que se deberá enfrentar. Todo ello es una manera práctica, efectiva y realista de incrementar el intercambio y la cooperación regional, para “dar el salto” a la integración. Las áreas de trabajo posibles en el ámbito de la normativa y regulaciones son numerosas. Por ahora, a modo de ilustración puedo mencionar, por ejemplo, la normativa zoo y fitosanitaria; de higiene e inocuidad alimentaria; los estándares y normas técnicas; las inscripciones y auditorías de los establecimientos; las inspecciones y controles aduaneros de alimentos, así como la eliminación de medidas o prácticas discriminatorias o restrictivas del comercio.
Armonizar y estandarizar la aplicación de la normativa comercial es necesaria, pero no es suficiente, es solo el comienzo, pero un comienzo esencial. Sin ello, nos estancaremos y nos aferraremos al “cada uno por su cuenta”. Y —una vez más— la integración económica será solo un discurso. Esta primera fase debe ir necesariamente acompañada de la modernización de la institucionalidad comercial de los países que finalmente participen. Ya lo hemos mencionado anteriormente en el caso de Chile. A pesar del trabajo ya ralizado, la institucionalidad comercial actual en la Región da cuenta y responde —principalmente— a las necesidades de un modelo de “integración unilateralista” a la globalización y al comercio internacional. Para empezar, la institucionalidad que deberemos “reconstruir” deberá facilitar y garantizar la correcta aplicación de la normativa “armonizada” y “estandarizada”. Mas importante aún, deberá liderar y asegurar el cumplimiento de objetivos adicionales: la nueva institucionalidad no podrá ser excluyente y deberá promover la activa inclusión y participación de las regiones, así como de sus Pymes, de la agricultura campesina, agricultura de los pueblos originarios y de los alimentos ancestrales en el comercio internacional. Además, deberá velar por la seguridad alimentaria y la sustentabilidad de la producción agroalimentaria en la región, promoviendo el uso de cultivo y de plantaciones, así como de métodos de producción que mitiguen los efectos de la crisis climática.
Y, para concluir, queremos proponer que los países que pueden más, pongan algo más sobre la mesa de conversaciones como, por ejemplo, encabezando las iniciativas y actividades desarrolladas en el ámbito de la cooperación técnica y capacitación, así como en el fortalecimiento y desarrollo institucional. ¡Vamos Tigres, a trabajar …!