El abordaje del envejecimiento día a día se posiciona con fuerza en nuestra sociedad, lo cual pone en evidencia sus distintas aristas y permite poner sobre la palestra la existencia de una brecha histórica respecto a la diferencia de género que aún prevalece latente frente a diversos aspectos del envejecimiento, especialmente en el rol que ejerce la mujer mayor en la sociedad.
Actualmente el promedio de vida es mayor en el caso de las mujeres, pero vivir más ¿significa vivir mejor? A medida que aumentan los intervalos de edad, sobre todo después de los 80 años, desde los 60 años, se envejece en peores condiciones de vida: mayor prevalencia de enfermedades crónicas (Minsal 2019), en peores condiciones socioeconómicas ($156.000 versus 262.000, Fundación Sol). El hecho de ser más mujeres en edades avanzadas también significa ejercer el rol de cuidadoras de la población de personas mayores, concentrándose hasta en un 86% según el estudio de Chile Cuida, SENAMA. Las mujeres que actualmente son mayores, en un alto porcentaje, poseen baja escolaridad, vivieron situaciones de vulneración laboral y muy probablemente inseguridad en cuanto a salud se trata, enfrentándose a un sin número de inequidades.
Pero, ¿llegamos a los 60 años como mujeres, y comienzan las desigualdades e inequidades? La discriminación está presente a lo largo del transcurso de vida, donde encontramos diversos estudios e investigaciones que lo avalan. Por ejemplo, se ha identificado el acceso a empleos con peores condiciones contractuales, de menores ingresos, y de plazo fijo (lo que se traduce en recibir pensiones un 27% menor que los hombres, Fundación Sol); la exposición a la violencia física y psicológica en las relaciones de pareja (el contexto nacional de pandemia ha generado un aumento en un 70%, Sernameg), proveer de cuidados: no sólo enfocado en el trabajo que conllevan las labores del hogar, donde un 96,6% equivale a las mujeres inactivas por aquella razón (Fundación Sol), sino que también a aquellos cuidados a personas que se encuentran en situación de dependencia y que son de largo plazo. Esta la cifra asciende a un 98% según la segunda encuesta de asociación Yo Cuido (2019). Ahora si le agregamos a la discriminación social existente hacia las personas mayores, el enfoque de género, se genera una doble discriminación: ser mujer y vieja.
Frente al escenario de cambio gubernamental y constitucional, es urgente que el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género aborde el fenómeno de la feminización de la vejez. Este ministerio, creado en el año 2015 bajo el mandato de la ex presidenta de la República Michelle Bachelet, es el encargado de colaborar en el diseño, coordinación y evaluación de las políticas, planes y programas destinados a promover la equidad de género, la igualdad de derechos y de procurar la eliminación de toda forma de discriminación arbitraria en contra de las mujeres. No obstante, las políticas públicas para la equidad de género parecieran responder sólo a una sociedad de mujeres adultas, donde el sentido de lo social está dado por edades y generaciones anteriores a la de la vejez.
Entonces resolver la feminización de la vejez en Chile debiera comenzar por integrar no sólo un modelo de Derechos, que significa que la política nace desde el reconocimiento de los derechos humanos en igualdad de condiciones, sino que incorporar la perspectiva de género en la política gerontológica que tiene como finalidad, visibilizar y corregir las desigualdades e inequidades de género. El Ministerio de la Mujer y Equidad de Género tiene la facultad para trabajar de forma intersectorial y coordinada con la red ya existente, lo que podría generar una respuesta integral a las necesidades de las mujeres mayores. Abordando no sólo los determinantes de la salud individual, sino también los determinantes sociales, culturales, económicos y geográficos que impactan de igual manera el bienestar y calidad de vida de nosotras.
Generar instancias de educación y concientización, utilizando las herramientas que tenemos disponibles siempre será una manera de trascender respecto a lo que de manera hemos percibido como requerimiento a través de las interacciones que nuestra propia experiencia nos entrega. Todas somos agentes de cambio.