Después de que en varias oportunidades Vladímir Putin haya mencionado directa o veladamente el uso de las armas nucleares para defender la seguridad de Rusia sin que se le haya tomado muy en serio, algunos observadores europeos han comenzado a considerar que habría que prestar más atención a dicha posibilidad. Pero esta reflexión proviene sobre todo de Europa, más que de Estados Unidos, donde el presidente Joe Biden sigue repitiendo que la amenaza es únicamente un bluf de Putin al que no hay que dar mayor credibilidad.
Hay coincidencia acerca de que las probabilidades del uso del arma nuclear son inversamente proporcionales a la posibilidad de que conduzca a una destrucción mutua asegurada. Algo que sucedería si Rusia empezara un ataque nuclear a escala intercontinental. Por ello, esta situación es poco probable. Aumenta el riesgo, sí, como sucedió en los años ochenta del pasado siglo; se plantea una guerra nuclear limitada (a Europa en aquel entonces), pero parece poco probable que un intercambio nuclear sobre algún país europeo no acabe deslizándose rápidamente hacia un conflicto global. Sin embargo, esta situación cambia radicalmente si el escenario del conflicto se reduce a la guerra de Ucrania.
Hay dos razones que podrían favorecer el uso del arma nuclear por parte de Rusia en esta guerra. En primer lugar, porque no está claro que el uso táctico del arma nuclear sobre suelo ucraniano vaya a tener una respuesta también nuclear de parte de Occidente. Si Rusia decidiera destruir una pequeña ciudad ucraniana mediante un ataque nuclear limitado, no es evidente que Occidente respondiera de igual forma y empezara una escalada que podría conducir a una destrucción mutua global. El problema es que eso también lo sabe Putin.
En segundo lugar, todo indica que el Kremlin estaría dispuesto al uso táctico del arma nuclear en caso de que resulte muy evidente que Rusia pudiese perder la guerra en Ucrania. La derrota de Rusia es algo inaceptable para Putin porque significaría su muerte política. Por ello, es muy probable que optara por el uso del arma nuclear limitándose solo a Ucrania. Como afirma el periodista del periódico El País, Enric González, “es demasiado peligroso arrinconar a una potencia atómica y no dejarle otra opción que el botón rojo”.
Aludiendo a la posibilidad de que el apoyo militar occidental al ejército ucraniano sea tan elevado que signifique una derrota rusa en la actual batalla en el Donbás, Putin ha mencionado que Rusia respondería “de forma contundente e inmediata”. Y existe el consenso de que estaba aludiendo de forma velada al uso táctico del arma atómica.
De esta forma, la única alternativa real al uso del arma nuclear consiste en que Rusia obtenga una victoria en el Donbás o, al menos, una victoria aparente, aunque en realidad signifique un final en tablas de la guerra. Lamentablemente, esa victoria parcial significará una división del territorio ucraniano, quedando el este del país en poder de estados prorrusos y el oeste bajo la influencia de las potencias occidentales.
Desde esta perspectiva, el discurso de Washington de que la amenaza nuclear de Rusia es un bluf es irresponsable y parece impulsar el conocido juego estadounidense Chicken, en el cual dos autos se enfrentan en la carretera a alta velocidad para ver quién se aparta primero. Washington aumenta poderosamente la presión con el envío masivo de armas a Ucrania para ver si derrota a Rusia, convencido de que esta no se atreverá a usar armas nucleares tácticas, y Moscú amenaza con usarla en caso de que el envío de armas conduzca a su derrota en el Donbás. ¿Quién se apartará primero de la línea de choque?
En todo caso, el resto del mundo no puede quedarse impasible observando cuál es el resultado final de esta insana carrera. Entre otras razones, porque implicaría la devaluación del esfuerzo realizado hasta el momento por aquellas regiones que se han declarado libres de armas nucleares, como es el caso de América Latina mediante el Tratado de Tlatelolco. Es necesario aumentar el esfuerzo para lograr un alto el fuego cuanto antes. Las gestiones de Naciones Unidas para lograrlo deben tener el respaldo intenso de los países que rechacen la guerra.
Es difícil comprender que Washington no haya aceptado la solicitud de Kiev de neutralizar el espacio aéreo ucraniano por temor a una conflagración directa, y que ahora esté dispuesto a pertrechar hasta los dientes al Ejército ucraniano para posibilitar que derrote a Rusia en la batalla del Donbás. A Moscú le da igual si pierde el combate en el aire o en tierra, simplemente esa opción le resulta inaceptable. Y como Putin sabe que no está claro que Occidente vaya a responder a un uso táctico del arma nuclear en suelo ucraniano, parece que están dadas las condiciones para que eso pudiera suceder.
Desde luego, el uso del arma atómica no dejaría de tener inconvenientes para el Kremlin. En primer lugar, el uso táctico con “armas nucleares pequeñas” no tendría un efecto menor del que tuvieron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, algo que no cubriría precisamente de gloria a Moscú. Y en relación con ello, porque conllevaría reconocer que tuvo que acudir al uso del arma nuclear porque su fuerza militar convencional es mucho menos poderosa de lo que presumía.
Ante este panorama, la única estrategia responsable de Occidente es la denominada de doble carril. Por un lado, el apoyo a Kiev para evitar que el fin de la guerra conlleve un aplastamiento de Ucrania, pero al mismo tiempo poner el esfuerzo en lograr un alto el fuego cuanto antes. De hecho, esta fue la opción de la UE durante el primer mes del conflicto, antes de que se sumara a la perspectiva de que es posible una derrota militar de Rusia. Sin embargo, dado que ese horizonte es inaceptable para Moscú, han comenzado a crecer las probabilidades de que lo impensable pudiera suceder en el escenario bélico de Ucrania.