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Le puede pasar a cualquiera Opinión

Le puede pasar a cualquiera

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Susana Sierra
Por : Susana Sierra Ingeniera comercial. Socia y fundadora de BH Compliance.
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La corrupción va en aumento, pero la seguimos viendo lejana, como si le pudiera pasar a otros, pero jamás a nosotros.

El gran problema es que asociamos la palabra corrupción a grandes escándalos como el de empresas financiando irregularmente campañas políticas, colusiones o grandes fraudes municipales, pero no la vinculamos a pequeños actos que, en menor escala, también son corrupción.

Y esto se da porque hemos normalizado una serie de conductas cotidianas que llevan años sucediendo, y en las que, por lo tanto, no vemos una mala intención. Un ejemplo es lo que se da en torno a “estrategias comerciales”. A nadie le causa extrañeza cómo empresas ofrecen a sus clientes entradas para conciertos, invitaciones a viajes y otros regalos costosos, porque es una práctica que lleva años sucediendo y en la que no vemos maldad alguna. Y puede ser que en la misma empresa que ofrece los regalos, no haya un objetivo perverso detrás, sino una forma de cautivar y mantener clientes.

Sin embargo, lo que no vemos, es que esto se puede calificar como soborno entre privados, y que, en el mismo momento en que el cliente acepta esa entrada al concierto, cambia la relación laboral y, de alguna forma, cambia la relación de poder e influencia.

El delito de soborno entre privados o entre particulares, se agregó recién en 2018 al Código Penal chileno, con el fin de hacer frente a la corrupción que existe entre organizaciones privadas y donde no interviene un funcionario público. Se da en casos que revisten mayor envergadura, como ofrecer coimas a un proveedor o viceversa, o en situaciones más “pequeñas” ofreciendo o recibiendo beneficios, regalos o acceso a eventos.

La pregunta es si somos realmente conscientes de que en los negocios no existen los favores, que nada es gratis y que recibir cualquier regalo, pueden ser actos de corrupción, y que, en caso de ser aceptado, debe ser declarado bajo una estricta política de regalos, para regular la recepción y entrega de presentes e invitaciones a sus grupos de interés, y reducir el riesgo de soborno. No se trata de una burocracia más, sino de un ítem fundamental y necesario para prevenir malas prácticas.

En ese contexto, las empresas deben poner especial atención en los incentivos mal puestos, porque por exigencias de metas de cumplimiento, búsqueda de bonos y ganancias de corto plazo, los empleados pueden caer en delitos, buscando la manera fácil de “ser ejemplar” o “exitoso”. Toda meta debe ir de la mano de una exhaustiva revisión de buenas prácticas, de lo contrario, los bonos de cumplimiento, serán más bien un premio para el más pillo. Y en el caso de la entrega de regalos, las empresas deben cuestionarse el por qué llevan adelante estas práctica y qué es lo que buscan realmente.

Asimismo, deben existir controles cruzados y no dejar las decisiones de un negocio o contratos en las manos de una sola persona, porque facilita el camino para que se llegue a acuerdos entre cuatro paredes.

Es importante poner este tema sobre la mesa, porque la línea es lo suficientemente delgada para que tomemos consciencia de que las posibilidades de caer en corrupción, son mucho más altas y frecuentes de lo que pensamos.

El soborno entre privados termina afectándonos a todos, porque si las empresas eligen a un determinado proveedor en base a regalos, puede que no estén eligiendo al mejor ni el más eficiente, y eso, a la larga, se verá reflejado en el precio, además de distorsionar la libre competencia.

Quejarnos del aumento de la corrupción y exigir mayores medidas, debe ir de la mano con nuestro propio actuar. Es cierto que muchas veces no la notamos, por eso mismo, abramos los ojos y atrevámonos a decir “no” cuando nos veamos enfrentado a estos casos, porque puede que la misma persona que ofrece un beneficio, no se dé cuenta que está actuando mal, justamente porque además de estar normalizado, todos lo callamos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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