Las fechas emblemáticas suelen fijar en las memorias colectivas e individuales experiencias significativas marcadas por ciertas prácticas culturales en torno a qué debemos celebrar con jolgorio o rememorar con un sentimiento contrario. El “Día de los Patrimonios” responde a la primera variante de fechas que tratan de fijar en el tiempo a través del festejo y la celebración de aquello que por su propia condición es fugaz y transitorio. Pues bien, el Día Nacional del Patrimonio Cultural es una celebración que fue instaurada hace 22 años que, además de poner en valor, conservar y salvaguardar el patrimonio en sus diversas variantes, abre a las personas la posibilidad de participar de la vida cultural de la sociedad. A través de un sinnúmero de experiencias, algunas de ellas oficiales y planificadas, otras informales e improvisadas por la ciudadanía, dan vida, visibilidad a los museos, archivos, bibliotecas, centros culturales, sitios de memoria, monumentos nacionales, sitios de patrimonio mundial, visitas guiadas en los centros históricos, y festivales artísticos y culturales.
Este año, el Día de los Patrimonios invita a pensar un cambio en la forma de concebir las herencias culturales más allá de la univocidad que han tratado de configurar las narrativas oficiales forjadas por los Estados nacionales. Así, como sentencia su convocatoria, se cambió el nombre y se enfatizó el carácter plural de todo “patrimonio”, visibilizando la diversidad de identidades y expresiones culturales que conforman los paisajes de nuestro país. En este desplazamiento del “nombre” del día nacional se identifica un cambio en el modo de entender la cultura, algo así como un despunte que abre un concepto distinto para las políticas culturales del presente y el futuro. En cuanto a las herencias culturales, ya no se trataría de un concepto de patrimonio encerrado en el paradigma de la monumentalidad que lo reduce a su manifestación material y arquitectónica, esto es, su expresión pictórica a ser captada por la mirada; más bien, estaríamos tras la presencia de otra concepción de la herencia cultural que se abre a la diversidad y va más allá de los patrimonios tangibles, entendiendo que se tratan de expresiones culturales vivas que se transmiten de generación en generación, recreando a las comunidades en su diversidad y fortaleciendo los lazos sociales a través de su vínculo con la naturaleza y la historia.
Lo que ocurre el día de hoy parece ser parte del signo de los tiempos que incide en las agendas culturales tanto nacionales como internacionales, siendo este un año marcado por la pregunta del papel transformador de la herencia cultural que encarnan los patrimonios de nuestro país. Este giro en cuanto a la concepción del patrimonio cultural se puede constatar a nivel internacional con la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO del año 2003. Aquí el patrimonio cultural inmaterial se entiende como “usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas que las comunidades, los grupos y en algunos casos algunos individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”. Esta concepción vuelve sobre esta cualidad dinámica, viva y diversa del patrimonio cultural que coincide con la conmemoración de los 50 años de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial y de la realización de la «Mesa redonda sobre el desarrollo y el papel de los museos en el mundo contemporáneo”, además de dar inicio a la Década de las Lenguas Indígenas de Naciones Unidas, ubicando a las lenguas y al conocimiento tradicional como vectores de transmisión y revitalización del patrimonio cultural.
Todas estas conmemoraciones permiten constelar los diversos esfuerzos nacionales por repensar el papel transformador de los patrimonios culturales. Esta concepción de los patrimonios en plural que se estrena en la celebración del día nacional de este año tributa a un proyecto de democracia cultural que impulsa las medidas encaminadas a garantizar la viabilidad de las diversas formas del patrimonio vivo, cultural y natural, mueble e inmueble, tangible e intangible. A un proyecto cultural que comprende la necesidad del fortalecimiento de la democracia al interior del campo cultural, con medidas concretas de conservación y salvaguardia de los patrimonios, así como también posicionar estratégicamente las culturas, las artes y los patrimonios para la profundización de un modelo de desarrollo sostenible con foco en la diversidad cultural.