Según un informe elaborado por el BID, el INTAL y Latinobarómetro, más del 70% de las personas en América Latina ve con buenos ojos la integración económica y está consciente de sus beneficios. El porcentaje es incluso más alto entre la gente joven. También es alentador que más de la mitad de los habitantes de la región, el 53%, la consideren positiva y necesaria, de acuerdo con el estudio «La opinión de los latinoamericanos sobre democracia, instituciones e integración regional», realizado por las mismas organizaciones.
A pesar de los vaivenes políticos, las tormentas económicas, la pandemia de COVID-19 y otros desafíos, los latinoamericanos tenemos vocación integradora. Tenemos la intención, el espíritu, los mecanismos, las instituciones; tenemos, incluso, resultados importantes y muy admirables en algunas áreas. Lo único que nos falta es concretar efectivamente la integración.
Según un informe elaborado por el BID, el INTAL y Latinobarómetro, más del 70% de las personas en América Latina ve con buenos ojos la integración económica y está consciente de sus beneficios. El porcentaje es incluso más alto entre la gente joven. También es alentador que más de la mitad de los habitantes de la región, el 53%, la consideren positiva y necesaria, de acuerdo con el estudio La opinión de los latinoamericanos sobre democracia, instituciones e integración regional, realizado por las mismas organizaciones.
De los mecanismos de integración que tenemos en la región, el más efectivo, y con mayor número de habitantes, es el Mercosur, que cuenta con una población de cerca de 300 millones de personas y más de 1.200 millones de dólares de PIB (2020), con solo cuatro miembros activos (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay). El bloque cuenta, además, con un Parlamento que representa a la ciudadanía de los Estados miembros, y permite la libre circulación de personas entre países, aunque con algunas diferencias en los detalles específicos.
Con todo este equipaje a su favor, el Mercosur ha servido en sus más de 30 años de historia como el mejor escenario posible para la cooperación y acercamiento entre países, y está, a mi juicio, en capacidad de dar el paso hacia la siguiente etapa: la integración plena y efectiva. Y para lograrlo, apelo a lo que fue, sin duda, una inspiración para el Tratado de Asunción de 1991: la Unión Europea. Pero no como un manual de instrucciones, o un dibujo que hay que calcar, sino como un mapa de las posibilidades y oportunidades que se presentarán en el futuro.
Los éxitos que ha logrado hasta ahora Europa en su proceso pueden atribuirse a que los países fundadores trabajaron en establecer tres asuntos fundamentales: qué cosas debía hacer cada uno, qué cosas podían conseguir juntos y, finalmente, qué cosas tenían necesariamente que hacer juntos. En la primera categoría, cada Estado miembro legisla y regula temas como la salud pública, el deporte, la industria, el turismo, la educación, la protección civil y la cultura, a veces con apoyo de la UE.
Entre las cosas obtenidas en el marco de la UE se cuentan logros como la moneda común, la unión aduanera, la homologación de certificaciones académicas y el apoyo a los miembros menos desarrollados del bloque. Las actividades que requieren un gran desarrollo tecnológico, una masiva inversión de capital o con impactos más allá de cada país, como el programa espacial, la política humanitaria y la protección del ambiente, se inscriben en aquello que necesariamente se debe hacer en conjunto.
No pretendo, en absoluto, hacer una simplificación excesiva del tema, ya que, de hecho, los desafíos no son menores. A pesar de sus muchos logros, el Mercosur no tiene aún un ordenamiento jurídico conjunto. También hay diferencias entre sus miembros en cuanto al indispensable requisito de la supranacionalidad, es decir, el concepto de que para avanzar de forma efectiva hacia un modelo como el europeo se debe aceptar que, en muchos asuntos, los intereses comunes tendrán más peso que los intereses nacionales particulares.
Advierto que la supranacionalidad no se trata necesariamente de diferencias de criterio, sino de que, en algunos casos, las propias constituciones de estos países no la aceptan como concepto. De manera que hay un camino por recorrer, pero también hay una bastante exitosa historia detrás del Mercosur, una serie de logros innegables y, sobre todo, una sólida vocación integradora entre la ciudadanía.
Hasta ahora hemos transitado coyunturas de mayor acercamiento en temas de integración económica y comercial, intercaladas con períodos de menor interés en la búsqueda de objetivos comunes. No obstante, lejos de frustrarnos, debemos perseverar y buscar aquellos espacios de integración donde prevalezca el interés común –que no siempre es necesariamente lo comercial– para seguir concretando hitos de integración que beneficien globalmente a nuestros ciudadanos.
Lo que se requiere es continuar el esfuerzo y fomentar la voluntad política para que Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, así como todos los países que se sumen en el futuro, hagan evolucionar al Mercosur de la cooperación bienintencionada a la integración efectiva.