
Agradecimiento y confianza
La Convención Constituyente está terminando su encargo. Con el cierre de los artículos transitorios nos entregará un proyecto dentro del plazo establecido. Ahora nos tocará a nosotros, el pueblo, decidir si aceptamos esa propuesta o si preferiremos la que fue impuesta por la dictadura. Es un sí, que apunta hacia el futuro, o un no, que nos deja donde estamos. Las medias tintas no caben a la hora de decidir al momento de votar el proyecto: el voto en blanco no cuenta. Esas son las reglas del juego, que no fueron impuestas, sino que surgieron del sufragio universal, libre y secreto. Esa simple y pura verdad no siempre es simple y nunca es pura, como dijera Oscar Wilde, pero ahí está y nos coloca frente a una decisión histórica que marcará el futuro de nuestra convivencia. Lo que nos obliga a pensar como saldremos después del plebiscito. Es ahora el momento de pensar en ello porque, queramos o no, nuestro actos en la legítima contienda que se avecina, dejarán una huella que perdurará con el tiempo. En mi modesta opinión — después de noventa años de vida participando en las penas y alegrías de mi país— debiéramos agradecer el duro y sacrificado trabajo de la Convención, porque ha cumplido su tarea y nos ha puesto frente a un trance inesquivable : asumir las consecuencias de las decisiones que mayoritariamente tomamos. Nadie les exigió a los constituyentes que ese encargo fuera un traje a la medida que dejara contentos a todos, porque esa sería una tarea imposible: sabemos que las medidas, la cintura y el talle de los chilenos no son iguales ni tienen la misma tela.
Debemos agradecer también a la Convención porque nos ha enseñado una lección imborrable: el candado de los dos tercios que nos impidió avanzar en el pasado, después de la dictadura, puede abrirse sin ser violentado. La llave maestra es el dialogo constante con la sociedad y el respeto democrático a las ideas que cada uno defiende, anteponiendo primero el interés común antes que las posiciones inflexibles. El interés común de los constituyentes no ha sido otro que cumplir el mandato que el pueblo les entregó. Muchos apostaron que eso no sería posible. Otros derechamente optaron por hacerla fracasar. Las oleadas sucesivas de tergiversaciones, profecías amenazantes y burlas que surgieron desde el primer día –con la ayuda de ciertas actitudes histriónicas y figuraciones extravagantes que llegaban desde dentro de la Convención– no impidieron que la nave llegara a puerto. Ahora estamos en condiciones de decidir sobre un solo texto , sin alternativas. Así lo quisimos y —sin falso orgullo— podemos constatar que esa determinación de los chilenos para fijar un norte en tiempos de aguda crisis social y política ha producido gran interés internacional. Una Convención Constituyente paritaria con inclusión de los pueblos originarios, que solo puede adoptar acuerdos válidos por los dos tercios de sus representantes, es un caso único.
Tenemos buenas razones para confiar en nuestras propias decisiones: hemos dado pasos que hace pocos años eran inimaginables para cambiar positivamente un orden social que se ha estado corroyendo , causando injusticias y desigualdades inicuas. Lo hicimos empujados por los jóvenes. Los derechos y sus garantías que se contienen en el proyecto constitucional no están escrito en piedra, como se dice, pero estaban escritos antes en el corazón de la gran mayoría de nuestros compatriota que salieron a las calles pidiendo cambios. Será difícil borrarlos una vez que la Constituyente los ha sacado a luz. Aquí no podrá suceder lo mismo que pasó con la propuesta de una nueva Carta en el gobierno de Michel Bachelet , porque en Chile ocurre lo que sostenía Tocqueville: “El mal que se sufría pacientemente como inevitable resulta insoportable en cuanto se concibe la idea de sustraerse a él”. La derecha persiste en mantener lo que es inevitable prometiendo otra nueva Constitución después de rechazar el proyecto actual. Esa alternativa , a esta altura del proceso, es una invitación a saltar alegremente a un vacío oscuro. Otras voces reiteran que “aprobarán para modificar”, sosteniendo que la Constitución debe ser “la casa de todos“, lo que no ocurriría con el proyecto actual. ¿ Con qué fin se agrega esta explicación que solo siembra confusión? ¿En qué parte del proyecto constitucional se prohíbe cambiar la Constitución?
Si queremos una nueva morada para todos, lo primero que debemos hacer es habitarla, recorrer sus piezas y lugares, acostumbrarnos a respetarla y mantenerla en buen estado. Si con el tiempo y el uso habitual necesitáramos mejorarla para que todos quepan y ninguno quede fuera, como ahora sucede con la que está vigente, lo haremos tan democráticamente como lo hemos venido haciendo con la Convención Constituyente. Pero, para que ello pueda suceder, primero hay que abrirle paso al proyecto, dejar que funcione y que nos congregue, como nos congregó la idea tanto tiempo esperada de cambiar las reglas que nos impuso la dictadura. Y hacerlo confiados en nuestras capacidades: estamos caminando por la senda que decidimos democráticamente tomar para abrir una nueva etapa en nuestra historia. El mayor fracaso sería no haberlo intentado.
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