No importa si la información sobre la propuesta constitucional viene de una autoridad respetable o no, hay que verificar críticamente lo que se expone. Considero que si esto se hiciera con el rigor que se empezaba a ver antes de la pandemia en cabildos ciudadanos e integración popular en todo Chile, el giro de muchas personas que hoy piensan en rechazar, e indecisos, verían que claramente la propuesta constitucional no es lo que todos y todas podemos esperar, pero es bastante mejor que la que hemos tenido hace más de 40 años impuesta forzosamente.
Lo que ha ocurrido en el proceso constituyente nos ha podido dar una interesante “radiografía” de un Chile actual, y también de uno como resultado de una herencia de decenios de años. Los vicios ligados al pequeño o no tan pequeño poder, la clásica y viciosa política de arreglos de “cocinería”, conflictos serios de interés, arrogancia ficticia de superioridad jerárquica, clasismo, racismo, etc. En una primera etapa, desde la inauguración del proceso, parecía haber una cierta “mística” de lo que ocurriría, pero ya, como punto de inflexión, en el cambio de presidencia se pudo apreciar el uso de la democracia deliberativa para un abuso de lo que ella pudiera significar para los arreglos internos ya marcadamente movilizados por intereses partidistas (la mayoría), lo que hizo que se estuviera casi 24 horas votando sin resultados efectivos, hasta que se logró bajar a la candidata Dorador de una manera bastante indigna. Ya, desde esos momentos, se podía ver una constituyente extremadamente ideologizada y con continuos “errores no forzados” hasta el día de hoy. A esto, si le sumamos un despreocupación enorme por el trabajo comunicativo a la “ciudadanía”, sobre todo con cambios e improvisaciones de reglamentos nuevos cada vez más seguidos a medida que se acercaban las fechas de plazo del término para el último borrador.
Quisiera detenerme en este último punto que detecté hace bastante meses y lo hice saber a distintas y distintos constituyentes. La gran mayoría no estaban escuchando fuera de sus mismos intereses; se veía una arrogancia desmedida, olvidando quienes los habíamos elegido y, al final del día, para quienes estaban trabajando. En simple: se llegaron a los mismo vicios que hemos conocido, toda la vida, del comportamiento de los partidos políticos tradicionales, justamente lo que la mayoría de las personas reclamaba en las calles antes del acuerdo de noviembre del 2019. Claramente hay excepciones importantes, pero, lamentablemente han sido minoría en la convención.
Sin embargo -y podrá parecer extraño y contradictorio a lo anterior- a pesar de todos los vicios que menciono (y muchos más) se lograron ingresar normas de bastante importancia y que fueron aprobadas para el borrador final de la constitución. ¿Cómo pudo ocurrir esto? En parte porque muchas de las normas y asesorías “invisibles” fueron fuertemente asesoradas y/o construidas por externos “especialistas en sus áreas. Las y los constituyentes las presentaban como propias por un asunto reglamentario. También habían diagnósticos generales de instituciones fuertes (como algunas universidades involucradas), las cuales fueron tomadas en cuenta en alguna de las indicaciones que se planteaban. También, y en número menor, se consideraron propuestas populares importantes (algunas delirantes fueron, afortunadamente, rechazadas en el pleno). El punto es que a pesar de no pocos vacíos que quedaron en el texto final, la propuesta final logró, de una forma u otra, tener no pocos artículos relevantes si se comparan con la actual constitución, o sea, evidentemente es mucho más adecuada a una nueva era nacional e internacional que le escrita no democráticamente en dictadura. En términos resumidos, los vacíos que pueda tener no son complicados de remendar legislativamente, de hecho no cierra las opciones para terminar de “pulirla” en los años que siguen.
Considero que más peligroso, y efectivo hasta ahora, ha sido la enorme campaña de falsedades sobre el resultado final de esta nueva constitución las cuales llegan a ser alarmantemente caricaturescas, incluyendo las estrategias más serias académicas de propaganda. Esto último, según mi opinión, se debe, en parte, a una crisis general del mundo con respecto a la reflexión crítica de las poblaciones y en particular de Chile en lo que respecta a la ya conocida elaboración económica que se han hecho en campañas digitales que se hicieron famosas en la postulación de Obama trabajando con mercadotecnia de modelos predictivos en el 2012, lo que replicó Trump y, en escala menor (pero funcionándole) el segundo gobierno de Piñera en su campaña electoral. Bueno, ahora sucede lo mismo, y se pondrá peor a medida que estemos muy cerca de la votación para mover a un importante porcentaje de indecisos. La crisis de la crítica contemporánea -que en Chile es enorme- permea todos los niveles socio económicos y de formación educativa. Lo que ha ayudado mucho a esta fuerte campaña son los constantes vicios políticos en que incurrieron las y los constituyentes en su mayoría y -considero la más importante desde el comienzo, y que se siente más fuerte ahora- la estrategia comunicativa de la convención. Esta última debilidad ha sido tomada inteligente y efectivamente por quienes temen un cambio constitucional (particularmente la derecha).
En este sentido, parte de la apreciación de la “radiografía” país nos ha mostrado no solo los mismos vicios políticos de las y los constituyentes, sino las mismas, y cada vez más elaboradas, estrategias de un sector con temor a la pérdida de privilegios exagerados y la pasividad crítica de una población poco fiscalizadora y fácilmente convencible de cambiar su voto debido a lo que los medios (y que tanto critican) les han mostrado. El problema es que lo que han mostrado estos medios, al menos lo que no es falso, no ha sido realmente importante (aquí nuevamente la crisis crítica de los receptores). Estas se elevan hasta formar un monstruo sin crítica ni verificación que logra convencer a una no poca cantidad de personas que posiblemente terminarán votando por lo que realmente no quieren votar, pero sintiendo que es lo que desean.
Es cierto que no ha sido el proceso más serio y transparente posible, pero yo soy una de esas personas que ha estado revisando hace mucho las aprobaciones y rechazos en los Plenos y he visto eliminaciones y aceptaciones de normas. Luego, revisando con seriedad los ajustes en los borradores y, a pesar de todo lo que menciono al comienzo de esta columna, considero que quienes fuimos parte de ese 80% que votó a favor de que se realice este proceso no nos confundamos y verifiquemos las fuentes serias de información (que son hartas y siguen creciendo): conversatorios, charlas, revisión comparada, etc., no importa si la información viene de una autoridad respetable o no, hay que verificar críticamente cada uno y una de nosotros. Considero que si esto se hiciera con el rigor que se empezaba a ver antes de la pandemia en cabildos ciudadanos e integración popular en todo Chile, el giro de muchas personas que hoy piensan en rechazar, e indecisos, verían que claramente la propuesta constitucional no es lo que todos y todas podemos esperar, pero es, casi sin dudas, bastante mejor que la que hemos tenido hace más de 40 años impuesta forzosamente y no en un proceso democrático, defectuoso, pero democrático como se ha generado desde el comienzo hasta su término.