La primera cooperativa en Chile se llamaba “La Esmeralda” y se fundó en Valparaíso en 1887. Se calcula que en los años sesenta existían en el país 4.500 cooperativas con más de cuatro millones de socios. Hoy, son aproximadamente 1.500 que, distribuidas en todo el territorio y con casi dos millones de integrantes, siguen haciendo historia. En el mundo existen unos 3 millones de cooperativas que reúnen a más de mil millones de socias y socios. Esta magnitud, no es casualidad: las cooperativas son parte de la vida de las personas porque contribuyen a la búsqueda de soluciones a problemas sociales, bajo la premisa democrática de “una persona, un voto”, que desafía el principio capitalista tradicional: “una acción, un voto”.
Por eso, además de “lluvias mil”, julio debería identificarse como el mes en que celebramos el cooperativismo, dado que el 2 de julio es el día internacional de las cooperativas. Además, este año es especialmente simbólico porque se cumplen 100 años desde la primera vez que el mundo lo festejó. En Chile, el Foro organizado por la Asociación Nacional de Cooperativas de Chile (disponible en YouTube) es una buena oportunidad para conocer el estado del arte de estos -paradojalmente a la vez pre-industriales y postmodernos- modelos de negocios y democracia interna basado en la cooperación.
En la ocasión, Ariel Guarco, presidente Alianza Cooperativa Internacional, afirmó que “cuando las personas se asocian en forma autónoma y eligen constituir una empresa de propiedad conjunta están dando luz a esta forma de hacer economía que construye ineludiblemente a un mundo mejor”. Ese valioso aporte parece especialmente necesario en los tiempos de incertidumbre y cambios que vivimos. Las cooperativas son un lugar privilegiado para trabajar junto con las comunidades y para co-construir desde ahí nuevos caminos. Como bien lo señaló Monique Lecroix, expresidenta de la alianza de cooperativa internacional (ACI), esta es una oportunidad única para que el movimiento cooperativo sea más visible en sus aportes. Las cooperativas al mantener en su eje central su identidad, valores y propósitos, se aferran a lo único que las personas sentimos como cierto en horas inciertas.
Es que el movimiento cooperativista está vivo y en Chile presente en la mayoría de las áreas de la sociedad: producción industrial y agropecuaria, agua y saneamiento, vivienda, ahorro y el crédito entre muchos otros. Pero lo interesante es que no está de cualquier manera, porque hacen un aporte desde la economía social. Notorias son las contribuciones que realizan a nivel regional íconos cooperativos como Colun, Capel, Cals, Conavicoop y Coopeuch, entrañables para sus miembros, vecinos, consumidores y usuarios que saben que juntos son más.
Los principios que unen a todas las cooperativas muestran en parte esa particular forma de hacer las cosas. Algunos de estos principios fueron destacados por Rodrigo Silva, presidente Asociación Nacional de Cooperativas de Chile: Membresía abierta y voluntaria, control democrático de los miembros, participación económica de los socios, autonomía e independencia, cooperación entre cooperativas y compromiso con la comunidad. Estos valores puestos en práctica desde el origen de las cooperativas se adelantaron por siglos a los propósitos extra-económicos abrazados hoy por las Empresas B.
El modelo empresarial cooperativo tiene desafíos tremendos, pero también una oportunidad enorme de aportar con su modelo de asociatividad. En este contexto, es esperanzador el anuncio del gobierno de que se creará el Instituto Nacional de Asociatividad y Cooperativismo para promover desde el Estado, con autonomía del ciclo político, esta otra forma de participar en el desarrollo del país.
Promover la economía colaborativa encarnada en las cooperativas debe ser una misión-país, por lo tanto, parte de la agenda de fortalecimiento de nuestra institucionalidad y que permita un mejor futuro al alcance de todos y todas, en especial para las pymes, usuarios, e individuos de a pie, que saben que la unión hace la fuerza.