Solo en los últimos días, hemos conocido noticias como la multa de la CMF al director de Invercap por uso de información privilegiada; el conflicto de interés de la Directora de Aeropuertos del MOP, quien participó en licitaciones que favorecieron a su antiguo empleador; los delitos de contrabando en que habrían incurrido el empresario Juan Hurtado Vicuña y Pilar Matte, para evadir impuestos; o los vínculos del representante de jugadores, Fernando Felicevich con las casas de apuestas online y los auspicios del fútbol chileno. Eso, por nombrar algunos.
Es bueno que estos casos salgan a la luz, sin embargo, preocupa la poca importancia que se les da, quedando como el titular del momento o el pelambre tras las espaldas de los involucrados. Pero, preguntémonos: ¿qué estamos haciendo para que este tipo de conductas no sigan ocurriendo?
Desde escándalos como La Polar o del financiamiento irregular de la política, seguimos escuchando las mismas autojustificaciones de sus protagonistas: que “todos lo hacen”, además de apuntar a la falta de regulación como gran excusa. Sin embargo, con el tiempo nos damos cuenta que no era ausencia de leyes, sino que falta de ética.
La ética es un conjunto de costumbres y normas que dirigen el comportamiento humano en comunidad, y es fundamental para vivir en sociedad y respetar los valores de la democracia. Ya lo decía el filósofo Marco Tulio Cicerón: “el honor es la recompensa de la virtud”, y como sociedad, hemos ido perdiendo el “honor”.
Resulta desesperanzador ver cómo las faltas de ética ni siquiera son castigadas socialmente, y que las sanciones aún dependen de quién fue el “astuto” que se saltó la ley, o se aprovechó de la falta de ella. Y esto se da en todo nivel y en todo escenario.
La desidia se ha impuesto en un mundo cada vez más individualista, y el lema “si no me afecta, no me importa” ha sido parte de nuestra cultura y se ha convertido en nuestra autojustificación. Sin embargo, debemos tener claro que la corrupción siempre nos afecta, no solo cuando hay dineros involucrados, sino porque fractura la vida en sociedad y aumentan la ya archi mencionada crisis de confianza.
La corrupción y la falta de ética caminan juntas, y sus formas son diversas: malversación, sobornos, cohecho, falsificación, evasión de impuestos, contrabando, conflictos de intereses, el uso de información privilegiada, y tantas otras. Quienes las cometen no son más pillos, sino que antiéticos.
Siempre hay quienes están dispuestos a pasar a llevar los códigos morales, el problema es que muchas veces nos arrastran con ellos, haciéndonos cómplices pasivos de conductas que debemos condenar.
Si compramos en el comercio ambulante, estamos apoyando a las mafias que están detrás; si mentimos en la declaración de impuestos o compramos sin boleta o factura, estamos defraudando las arcas fiscales; si le damos el puesto al amigo que no está capacitado para el cargo, seguiremos profundizando la falta de oportunidades.
Todos somos parte de esta sociedad y, por lo tanto, tenemos el poder de ejercer cambios, y dejar de alimentar el círculo vicioso de la corrupción. Dejemos de mirar de lejos hechos que nos afectan a todos y evitemos escudarnos en la ley o la falta de ella. Es importante que revisemos nuestras conductas individuales, pensemos en qué estamos haciendo o dejando de hacer nosotros mismos, en vez de fijarnos solo en la “paja en el ojo ajeno”. Solo así podremos elevar el estándar de las conductas colectivas y avanzar hacia una sociedad desarrollada.
Esperemos que los casos de corrupción que seguiremos conociendo, no sigan siendo la noticia del momento y saquemos lecciones reales de ellos, porque si perdemos el asombro y nos acostumbramos a estos, se profundizará la crisis de confianza, que nos llevará a asumir que así son las cosas en nuestro país y que no hay nada que hacer. No lleguemos a eso.