Señor Director:
Somos un grupo de funcionarias diplomáticas del Servicio Exterior de Chile que con sorpresa hemos leído, en su sección “Sin Editar”, el artículo “Las complejas relaciones interiores del Ministerio de Relaciones Exteriores”.
Más allá de las múltiples imprecisiones, en las que no vale la pena detenerse, nos llamó poderosamente la atención que se reprodujera sin mayor cuestionamiento a aquellas “voces” (sin identificar) que responsabilizan a los avances en paridad de los supuestos “desaciertos” en la conducción de la Cancillería.
Con esta publicación, que por lo demás no lleva firma y, por lo tanto, entendemos como un reflejo de su línea editorial, El Mostrador se ha hecho parte de quienes, tanto dentro como fuera de la Cancillería, han bloqueado los necesarios cambios para contar con una política exterior para todos y todas las chilenas.
Las Relaciones Internacionales siguen siendo un espacio altamente masculinizado, donde la discriminación hacia las mujeres ha estado lejos de ser positiva. En un universo de cerca medio millar de funcionarios, hemos pasado de ser 28 diplomáticas en 1990 a 122 en 2022. Lamentablemente, y dada la composición actual del escalafón del Servicio Exterior, pasará un buen tiempo antes de que en Cancillería podamos alcanzar la anhelada paridad. Sin embargo, los avances parecen incomodar a un sector demasiado acostumbrado al status quo.
Por primera vez, tenemos 24 mujeres Embajadoras, un acto de justicia que está lejos de reparar años de discriminación y exclusión en una carrera que por mucho tiempo se entendió como “no apta para mujeres”. Recién en 2022 pudimos empezar a ocupar nuestros grados en femenino (Tercera, Segunda y Primera Secretaria, Consejera y Ministra Consejera) porque, por un celo administrativo que se parecía mucho a falta de voluntad, en lo formal no había mujeres en el Servicio Exterior.
Nos toca enfrentar desproporcionadamente la compleja conciliación de la vida familiar y laboral, el estancamiento en el escalafón, al ausentarnos durante el pre y posnatal, además de estereotipos machistas, invisibilización y cuestionamientos a nuestras capacidades. Esto, así como la disminución de las brechas de acceso a los espacios de toma de decisiones, han sido reivindicaciones muy sentidas en casi todas las esferas de la vida pública, brechas que se hacen particularmente evidentes en áreas como la política. El escalafón de mérito 2021 en su grado más alto, cuenta con 58 Ministros Consejeros, y ni una Ministra Consejera.
Por lo mismo, es lamentable que acciones afirmativas se interpreten como “discriminación positiva”. Hemos aprendido que la discriminación es siempre negativa, puesto que implica un trato desigual hacia alguien que está en situación de desventaja, mismo ejercicio que reproduce este artículo.
No es casual que los liderazgos de mujeres sean cuestionados el doble, y hasta el triple, en circunstancias en que estamos tan preparadas como cualquiera, en experiencia y trayectoria, para asumir estas responsabilidades. Lo que hay es una resistencia cultural que, disfrazada de una lectura objetiva, mantiene percepciones anticuadas, y por supuesto masculinas sobre las características que deben ostentar quienes ocupen espacios de poder, ensombreciendo muchas veces el liderazgo de las mujeres, así como las ideas, el trabajo y la imagen de la política que se puede aportar desde esa vereda.
Los candados que se arrastran hace más de 40 años hacen muy difícil la real modernización del Ministerio de Relaciones Exteriores. Si aspiramos a representar al país en el extranjero, debemos ser reflejo de la composición de Chile en su amplia diversidad. En ese sentido, es un imperativo moral que la política exterior del siglo XXI incorpore debidamente la perspectiva de las mujeres, que somos la mitad de la población, pero que seguimos subrepresentadas en múltiples espacios, incluyendo la Cancillería.
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