En tiempos de campaña manipulan nuestra emoción para discernir qué o quién es mejor. La superioridad moral cruza algunos debates. Ya han aparecido algunos, como las declaraciones del ministro Jackson reprochando moralmente a generaciones anteriores, y la cancelación del periodista Matías del Río en TVN.
Dos personajes de la historia de Roma se cruzaron y odiaron por esto. En tiempos de la República, un joven plebeyo e inteligente, educado a la antigua, muy conservador, que trabajaba la tierra, fue apodado Catón, más tarde Catón el Viejo. Un senador patricio lo conoció y por su preparación le propuso irse a Roma para iniciarse en la vida pública.
Catón escaló todos los puestos en Roma hasta llegar a Censor. Era el supervisor de la moralidad pública, de revisar la lista de los ciudadanos romanos, de los caballeros, de los Senadores, etc. ¡Vaya poder! Podía expulsar a quienes no se ajustaran a las virtudes exigidas. Catón era severo e intachable, austero y patriota. Las imágenes muestran a Catón como un hombre feo, con arrugas que atraviesan su rostro como surcos. Él quería que los romanos volvieran a las costumbres “puras” de sus antepasados. Condenaba el “lujo” que venía de la “decadente y depravada” Grecia (que estaba de moda y fue la cultura dominante antes de Roma). Fijó un impuesto al lujo sobre la compra de vestidos, carruajes o vajillas. Pocas medidas de Catón para disciplinar a los romanos sobrevivieron algún tiempo.
Catón era ahorrativo y vestía sencillo. Aunque Plutarco le reprochó su afición a amasar fortuna y maltratar a sus esclavos. Ya viejo, pillaron a Catón en Roma con una doncella demasiado joven para él, hija de uno de sus esclavos, y no le quedó otra que casarse con ella y tener un hijo.
Por todo eso un “catón” es lo mismo que ser un censor severo que critica los comportamientos de otras personas que considera inmorales.
Todos somos “catones” de vez en cuando. En Chile es un deporte, porque como dice Séneca la envidia es el origen de la maledicencia, “pues os conviene que nadie parezca más bueno: como si la virtud ajena fuera el reproche de vuestros delitos”. A veces, ser catón nos juega malas pasadas. A Robespierre, en tiempos de la Revolución Francesa, se le pasó la mano y mandó a guillotinar a cuanto “inmoral” se le cruzara por delante, hasta que sus compañeros lo mandaron a guillotinar a él. En las Iglesias a veces los líderes más catones tienen tejado de vidrio y terminan acusados y sentenciados.
Pero alguien tiene que “predicar” la virtud, ayudarnos a discernir entre lo bueno y lo malo, a “recordar” lo ético y lo virtuoso. Digo “recordar”, porque la consciencia moral parece venir de adentro nuestro, aunque hay múltiples posiciones sobre esto.
Pero predicar la virtud es distinto de ensalzarse como el virtuoso y “tirar la primera piedra” sobre otro. En esto, mi amigo Séneca fue muy prevenido. En distintas cartas suyas en las que habla de temas éticos dice: “Quiero ser mejor que los malos. No pretendo ser el mejor de todos… aunque trabaje para ello. Hablo de la virtud, no de mí, y cuando clamo contra los vicios, lo hago en primer lugar contra los míos: cuando pueda, viviré como es debido”.
En los mismos tiempos de Catón vivió en Roma Escipión el africano. Los Escipiones eran una familia de patricios, antigua, tradicional y muy respetada en Roma. A diferencia de Catón, a Escipión le gustaba la cultura helenística y favorecía su difusión en Roma. Catón lo detestaba. Le criticaba a Escipión “la inmensa cantidad de dinero que gastaba y lo puerilmente que perdía el tiempo en las palestras y los teatros”, a lo que el Escipión respondía que mejor “contara las victorias, y no el dinero”.
En efecto, Escipión el africano fue un genio militar de la historia. Guió la dominación de Roma en Hispania y luego venció a Cartago en el norte de África (de allí su apodo de “Africano”). Cartago era la gran adversaria de Roma en la dominación del Mediterráneo. Escipión también venció a Aníbal, el cartaginés que usaba cientos de elefantes como un muro arrasador en la guerra. En fin, Escipión salvó a Roma de ser aniquilada por los cartagineses y fueron sus victorias, sus botines y compensaciones de guerra los que realmente permitieron la fundación y desarrollo del imperio romano y su posterior grandeza.
Catón, quizás preso de la envidia, acusó entonces a Escipión de haber recibido sobornos y quedarse con parte de las compensaciones de guerra. Escipión se indignó, rechazó las acusaciones, se negó a defenderse, se retiró de Roma y prácticamente murió en el olvido.
Como vemos, la pugna entre Catón y Escipión es la de dos concepciones de la vida, dos miradas sobre Roma y el mundo. Ambos hicieron una enorme contribución a Roma. ¿Quién contribuyó más? Dígame usted, porque es una pugna que reaparece en la historia, también en la nuestra.