Hoy vemos cómo la pobreza –en este período de seudopospandemia– se dispara en todo el mundo impulsada principalmente por la alta inflación a nivel global. En Chile vemos que en las ciudades se multiplican las carpas y refugios hechos de trapo y colchones viejos a lo largo de plazas, parques y esquinas en una magnitud que no se veía hace mucho tiempo. El aumento de la pobreza no ha sido un fenómeno exclusivo de Chile, siendo los países subdesarrollados –una vez más– los más golpeados por el alza de los precios de los alimentos. De acuerdo a OXFAM, en su informe “Las Desigualdades Matan”, esta situación podría empujar a 263 millones de personas a la pobreza extrema este año.
Para empeorar todo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA) advierten de una crisis alimentaria sin precedentes producto de los efectos de la pandemia, la crisis climática y los efectos en cadena de la guerra en Ucrania, la cual ha acelerado el aumento de los precios de los alimentos y el combustible en muchas naciones del mundo, amenazando con llevar la pobreza a niveles insospechados, con todas las consecuencias que esto acarrea: hambre, muerte, desestabilización política y social, entre muchos más problemas.
Por otro lado, hay quienes no han sufrido con la pandemia, sino que, al contrario, se han beneficiado de ella. De acuerdo a datos de OXFAM, la fortuna de los diez hombres más ricos del mundo se duplicó desde el comienzo de la pandemia, mientras que los ingresos del 99% de la humanidad se redujeron producto de las medidas de cuarentena y aislamiento que impidieron la actividad laboral de millones de personas alrededor del mundo. Alrededor de 573 personas se han unido a las filas de los multimillonarios desde 2020, lo que eleva el total mundial a 2.668 multimillonarios. Estos multimillonarios vieron aumentar su patrimonio neto total en 3,8 billones de dólares, o un 42 %, a 12,7 billones de dólares durante la pandemia.
Este gran aumento en su riqueza fue impulsado por grandes ganancias en los mercados bursátiles –a lo cual colaboraron los gobiernos inyectando dinero en la economía global para suavizar el golpe financiero del coronavirus–; el sector de la alimentación y la agroindustria, donde los multimillonarios aumentaron su riqueza total 382.000 millones de dólares; los sectores del petróleo, el gas y el carbón, en que el patrimonio neto aumentó US$ 53.000 millones, o un 24 %, desde 2020, luego de ajustarse la inflación. Además, siempre de acuerdo a OXFAM, cuarenta nuevos multimillonarios pandémicos se crearon en la industria farmacéutica, la que es beneficiaria de miles de millones en fondos públicos. Y, por su lado, el sector tecnológico generó muchos multimillonarios, incluidas 7 de las 10 personas más ricas del mundo, como Elon Musk de Tesla, Jeff Bezos de Amazon y Bill Gates de Microsoft. Estos hombres aumentaron su riqueza de US$ 436.000 millones a US$ 934.000 millones en los últimos dos años.
Mientras las personas en todo el mundo están enfrentándose a una violenta y constante alza en los precios que pagan por energía, alimentos y medicinas, los cuales difícilmente podríamos calificar como bienes o servicios suntuarios, por otro lado, las grandes empresas multinacionales a cargo de estas industrias y sus líderes se han enriquecido creciente e imparablemente. Esta situación ha mostrado ser un indicador tan manifiesto y crudo de la desigualdad mundial que incluso varios multimillonarios se mostraron en algún momento dispuestos a ser gravados con más impuestos, que sirvieran para paliar en alguna medida las consecuencias económicas derivadas de la pandemia para los más pobres, sin embargo, poco se hizo.
En Chile hace tiempo se venía discutiendo la posibilidad de un impuesto a los “superricos”, el cual se calificó desde los sectores conservadores y neoliberales ortodoxos como inútil –además de injusto–, puesto que no recaudaría lo que se espera. Y tienen razón, con lo primero, por cierto. En el capitalismo global, el capital circula por donde estén las mejores condiciones para seguir acumulándose o, en una situación compleja, refugiarse, lo cual suele realizar en las paradisíacas islas del Caribe o en los Alpes centroeuropeos.
Por lo anterior, pareciera que los millones y millones de ciudadanos comunes y corrientes del mundo, los pobres, las familias trabajadoras, nos encontráramos entre la espada y la pared, como si no hubiera ninguna acción ni medida que se pueda tomar sin que las economías de los países y de los hogares se resientan enormemente por miedo a “ahuyentar la inversión” o “generar incertidumbre”. Como señaló el pensador búlgaro-francés Tzvetan Todorov, en el capitalismo global de megaacumulación de la riqueza, “con un solo clic en una computadora se puede arruinar a un país”. De esta forma, la economía básicamente se ha convertido en una “ciencia” que busca comprender y predecir el comportamiento de los millonarios, cuyas acciones pueden determinar el hundimiento de un país (o varios).
Sin embargo, sería bueno dejar en claro que las grandes fortunas amasadas por los millonarios y multimillonarios del mundo no se han alcanzado por el solo mérito, esfuerzo o perspicacia personal, de hecho, estas capacidades individuales son las menos determinantes. Mucha de esta riqueza acumulada tiene que ver con el lugar donde nació, creció y se desarrolló la persona, la familia que tuvo, las personas que conoció y, por sobre todo, la estructura institucional, política y social en forma de protecciones legales, subsidios estatales, favores varios, trabajadores que recibieron mucho menos de lo que contribuyeron a crear, recursos naturales disponibles y un largo etcétera.
Ya lo señalaba el sociólogo estadounidense Charles Wright Mills, en su libro La Élite del Poder, donde evidenciaba cómo los magnates norteamericanos, previo a la Primera Guerra Mundial, se hicieron ricos por una serie de factores, entre los cuales estaban que el gobierno federal les dio más tierra gratuita a ellos que a los pequeños colonos; se decidió por ley que el carbón y el hierro no quedaran incluidos en los derechos sobre el mineral que el gobierno tenía en la tierra que arrendaba; se subvencionó a la industria privada con altas tarifas aduaneras; se construyó una red de carreteras pavimentadas pagadas por los contribuyentes, las cuales le permitieron, por ejemplo, a Henry Ford acumular millones de millones procedentes de la industria del automóvil; y así muchas otras medidas más que les favorecieron. Esto demuestra que la acumulación de grandes fortunas por parte de las personas solo es posible bajo determinadas condiciones de naturaleza económica, material y política, y que la incidencia de la personalidad y el esfuerzo individuales son muy poco determinantes.
La desigualdad es injusta y, en la situación actual, sobre todo, inmoral, puesto que se acrecienta a costa del sufrimiento de pueblos y personas en todo el mundo que no solo sufrieron por la pandemia y tener que continuar trabajando con la amenaza permanente de contagio y muerte –los que pudieron seguir con empleo– sino que ahora, que la pandemia parece ir en retirada, se enfrentan a una situación de escasez económica y en una espiral alcista de precios que no permite a la mayor parte del mundo satisfacer sus necesidades básicas. De esta forma, es más urgente que nunca retomar la idea de un “impuesto a los superricos”, una contribución pactada con los grandes multimillonarios mundiales que, de esa manera, evite la fuga de los capitales a los paraísos fiscales alrededor del mundo y, por lo tanto, la haga viable.
Por su lado, Chile comienza a discutir una reforma tributaria que busca hacer eco de la idea de que quienes más tienen, deben contribuir más. Con el proyecto de reforma presentado al Parlamento, el cual propone un impuesto a la riqueza a personas con un patrimonio mayor a los cinco millones de dólares –además de mayores royalties a la minería– se espera que para 2023 la recaudación fiscal de Chile aumente un 0,6% en el PIB, hasta llegar a un 4,1% en 2025. Así, el país lograría llegar al promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), al cual pertenece desde 2010.
La concreción de estas medidas tanto a nivel internacional como local contribuirán a aliviar en parte las penurias económicas que tantas personas están viviendo, además de contribuir a una mayor igualdad y cohesión en nuestras sociedades, donde el contrato social parece estar resquebrajándose. Y, por último y no menos importante, que los multimillonarios del mundo y de Chile le devuelvan algo a la sociedad que les permitió y facilitó hacer sus fortunas.