En un país que arriba al presente desde una historia dividida, en que se disputan narrativas, símbolos y proyectos de futuro, poner la atención en la predisposición a los acuerdos, nos ayudará a reducir la distancia que nos ubica como contrincantes y abrir el horizonte al encuentro.
El día 5 de septiembre –este próximo lunes–, además del análisis electoral y político, iniciaremos una etapa donde, con el porvenir en nuestras manos, tendremos que tejer palabras y acciones, para abrirnos al diálogo, la escucha y los acuerdos.
El estallido social, el plebiscito de entrada, la pandemia y la discusión constitucional, han visibilizado los diferentes paradigmas con los que anhelamos construir el futuro. Mientras que –vehementes– disputamos posturas y responsabilidades, en silencio ocurre una transformación de entendimientos, visiones y sueños, que tejen una red de acuerdos explícitos e implícitos entre una gran mayoría de ciudadanos.
Reconozcamos que hemos avanzado transversalmente en reconocer la urgencia de abordar nuestros profundos dolores, disminuir las distancias, cuidar nuestro medio ambiente, de co-construir en un país donde sea posible cultivar esperanzas.
Aprovechemos esta oportunidad para construir puentes. Aprendemos a incluirnos en una convivencia amable, a aceptarnos con nuestras voces, tonos, anhelos e ideas donde todos, todas y todes podamos ser y expresarnos. Nutramos una convivencia madura: una que acepta y convive con la diferencia en la casa, juntas de vecinos, espacios de trabajo, establecimientos educativos, en la calle y también en la política.
Cómo vivir con naturalidad y sin violencia ante quien piensa distinto, se vuelve entonces en la asignatura pendiente de nuestras vidas posplebiscito. Un desafío de constante aprendizaje para co-construir una Cultura del Encuentro.