La derrota de la izquierda no es nueva, y como en otros momentos históricos, ante las reacciones conservadoras solo se puede responder retomando la iniciativa, pero no en base a supuestos intelectuales ni en base a intereses particulares, sino en base a la realidad efectiva y pregonando el abandono (momentáneo) de intereses corporativos para abrazar intereses universales. El proceso constitucional sí logró avanzar un trecho, instaló tópicos no discutidos antes, pero no es un campo fértil en que sea posible insistir. La forma de hacer realidad aquellas luchas sociales de más de una década, será insistir en mejorar las condiciones materiales de existencia de las masas populares, pero no en base a cambios radicales de un sistema altamente interiorizado por el común de nuestros compatriotas, sino por un gatopardismo invertido: proponer mantenerlo todo para cambiarlo todo, pues una idea solo es verdad cuando se vive como tal.
En una columna publicada el día de ayer, Jaime Bassa señala que la propuesta constitucional rechazada no es una derrota total y que en dicho texto existen elementos útiles para superar la situación de crisis actual. Dicho texto sería un hito de la construcción colectiva de un ideario de dignidad y justicia. Por otra parte, pero en un sentido similar, el exconstituyente Fernando Atria indica que el aplastante triunfo del Rechazo no significa una derrota cultural.
Cabe preguntarse si estas ideas, de dos de los principales articuladores intelectuales de la izquierda, son en algún sentido verdad. Luego del hecho concreto de la votación plebiscitaria pasada, las conclusiones e interpretaciones pueden ser muchas, y todas ellas tan carentes de verdad por cuanto son solo el reflejo de las propias ideas de cada cual, como le gusta decir a buena parte de la intelectualidad liberal. Pero más allá de esa inocua discusión, una de esas conclusiones es el evidente individualismo de la sociedad chilena que se manifestó ese fatídico domingo.
Existe sin duda una derrota cultural, un imaginario muy distinto a los deseos de dignidad y justicia que no triunfaron solo el 4 de septiembre, sino hace ya más de 40 años. El modelo neoliberal instalado por la dictadura cívico-militar en Chile instauró una nueva forma de vida, una cotidianidad, un sentido común tan arraigado hasta el día de hoy en nuestra sociedad, que el resultado plebiscitario y las razones que es posible rescatar de quienes votaron Rechazo dan buena cuenta.
La idea de solidaridad fue desplazada por la de competencia. La idea de la sociedad o el hombre como obstáculo de la libertad del otro desalojó aquella por la cual los otros hombres son una extensión, una potencia de la libertad individual. La búsqueda insaciable de justicia social reemplazada por una normalidad inmutable, por un fin de la historia.
[cita tipo=»destaque»]No es posible pensar en un sistema solidario si no se vive la solidaridad más que como caridad. No es posible pensar en justicia social si no se vive esta más que como una constante decepción.[/cita]
Las preocupaciones individualistas de la sociedad chilena se hicieron patentes en aquellos que votaron Rechazo porque “ya no podrían heredar las pensiones a sus hijos”, pese a que no tengan nada que heredar; en aquellos que rechazaron porque “se acabarían las Isapres” o “se prohibirían los colegios particulares”, cuestiones a las que, si se quiere aspirar siendo pobre, es necesario “esforzarse”. Todas estas cuestiones tan arraigadas en el “imaginario colectivo” se deben sin duda a décadas de difusión no solo de un pensamiento, sino mucho más importante, de una actividad, de una cotidianidad, de un diario vivir que forjó en nuestros compatriotas la moderna actitud de autogestión neoliberal, la que también implica la despolitización tan anhelada por Jaime Guzmán y su Constitución.
¿Se trata de una derrota dada por el “bajo pueblo” y no por la oligarquía, como lo señala el académico Cristián Pérez? En parte sí porque son sus votos. En parte no, porque su modo de pensar, su ideología, no le es propia, no le pertenece, sino que reproduce los intereses de una oligarquía. De aquellos reaccionarios que, disfrazados de amarillos, de moderados, y de la clásica derecha empresarial chilena se encuentran interesados en mantener nichos de negocios, ventajas corporativas. Azuzando de las ideas de moderación, de libertad y de seguridad, los reaccionaros lograron activar las motivaciones del Rechazo enraizadas en esta forma de vivir, en este sentido común.
Sin duda que se trata de una derrota cultural, pero no una derrota nueva, sino una bastante añosa. La crítica de la izquierda se ha centrado en niñerías tan pueriles y detestables como aquella que culpa a la derecha de jugar sucio o de hacer una campaña basada en fake news. La autocrítica por otro lado es casi inexistente, y si la hay se centra en cuestiones de forma, como un lenguaje poco claro o una mala comunicación de ideas. No cae en cuenta esta izquierda que no se trata de convencer en base a argumentos, como si esta elite intelectual tuviera alguna labor pedagógica que jugar y se hizo de mala manera, no cae en la cuenta de que lo que se trata es de sintonizar con el sentido común existente y desde ahí trabajar críticamente en superarlo. No introducir ideas sino en difundirlas en la sociedad hasta que se hagan cotidianidad. No es posible pensar en un sistema solidario si no se vive la solidaridad más que como caridad. No es posible pensar en justicia social si no se vive esta más que como una constante decepción.
La derrota de la izquierda no es nueva, y como en otros momentos históricos, ante las reacciones conservadoras solo se puede responder retomando la iniciativa, pero no en base a supuestos intelectuales ni en base a intereses particulares, sino en base a la realidad efectiva y pregonando el abandono (momentáneo) de intereses corporativos para abrazar intereses universales. El proceso constitucional sí logró avanzar un trecho, instaló tópicos no discutidos antes, pero no es un campo fértil en que sea posible insistir. La forma de hacer realidad aquellas luchas sociales de más de una década, será insistir en mejorar las condiciones materiales de existencia de las masas populares, pero no en base a cambios radicales de un sistema altamente interiorizado por el común de nuestros compatriotas, sino por un gatopardismo invertido: proponer mantenerlo todo para cambiarlo todo, pues una idea solo es verdad cuando se vive como tal.