El pueblo de Chile ha hablado. Quizás por primera vez todo el pueblo ha hablado en una elección. Su mensaje es fuerte y claro, está mucho más descontento y la crisis nacional, es decir la deslegitimación del sistema político, es más profunda, aún, de lo que todos pensamos. La desafección ciudadana alcanza ahora no solo a los partidos de centro y derecha, sino también a la izquierda, no solo al Parlamento sino también a la Convención y al Gobierno. Eso es muy grave, puede y debe ser revertido rápidamente.
Siete elecciones recientes han dado una lección de sociología política formidable. Los resultados dependen principalmente de quienes participan, conjuntos que cambian en cada una de ellas. Pues bien, esta vez con inscripción automática y voto obligatorio participaron todos, 13 millones, 86% de las personas mayores de 18 años, 4,6 millones más que en la segunda vuelta presidencial reciente, la más concurrida de las anteriores. Ello no había sucedido nunca y el cambio en los resultados es sorprendente. Es plausible que el rechazo haya ganado lejos entre los votantes nuevos, pero que haya sumado asimismo no pocos votantes del Presidente. Sea como fuere, el pueblo de Chile expresó abrumadoramente su sentimiento predominante ¡Rechazo!
La participación fue aún más elevada en comunas urbanas populares que en acomodadas, en muchas comunas campesinas que en las grandes ciudades. Los electores pertenecen en un 99 por ciento al pueblo trabajador. No es un pueblo trabajador ignorante o desinformado, muy por el contrario, son mayoritariamente personas jóvenes, bastante calificadas y muy informadas. Tres millones están jubiladas y sobreviven con pensiones de 275 mil pesos al mes. Doce millones son trabajadoras activas que rotan en siete millones de empleos asalariados que en promedio pagan un millón de pesos mensuales Pero no todas consiguen uno todos los meses, ni mucho menos, por ello sus ingresos salariales son en promedio la mitad de eso. Las personas más calificadas del 99 por ciento que trabaja ganan menos de 4 millones de pesos al mes. El uno por ciento restante vive principalmente de rentas del capital y se apropian de más de un tercio del ingreso nacional. Ganan en promedio 20 millones de pesos mensuales, e incluyen 13 mil personas que ganan 130 millones de pesos mensuales, que incluyen 1.300 personas que ganan ¡mil millones de pesos al mes!
Esa brutal diferencia social, herencia de Pinochet y su Constitución, mantenida en democracia, es causa principal de la indignación del pueblo. Agravada por mil abusos más que martirizan su vida cotidiana: malas pensiones, salud, educación, transporte, inseguridad, inmigración descontrolada en fin. Todo lo anterior agravado por la pandemia y una incipiente contracción económica precipitada por medidas de quienes dirigen la institucionalidad económica, que pareciera mandarse sola.
También indigna al pueblo la falta de respeto por sus valores, creencias y costumbres tradicionales. Miles de campesinos se manifestaron hace poco con caballos y banderas chilenas en defensa del rodeo. Ellos no defienden la Constitución de Pinochet pero votaron contra la Convención, a la que percibieron más preocupada de abusos contra las minorías y la naturaleza, que de sus angustiosos problemas.
Ninguno de estos ha cambiado un ápice, o muy poco, desde el 18-O. La propuesta constitucional no resolvió directamente los principales, más bien intentó facilitar que fueran abordados en la legislación posterior. El gobierno del Presidente Boric, conducido por una élite joven y calificada, tampoco ha tenido tiempo ni quizás una suficiente comprensión de la gravedad de la crisis política nacional en curso, para iniciar las reformas necesarias que el país necesita y el pueblo exige.
Estos factores y muchos otros, fueron magnificados y agitados hasta la náusea por una campaña multimillonaria de quienes abusan del pueblo y buscan una solución de fuerza a la crisis nacional. Por las razones anteriores no es raro que haya calado en el pueblo, con el resultado de convertir el rechazo a la nueva Constitución en otra gigantesca manifestación de protesta contra todo lo que venga del sistema político.
Consiguieron así poner un dique al cauce político abierto al estallido popular del 18-O con el acuerdo constitucional del 15-N, arrastrando asimismo al nuevo gobierno. Quiénes buscan una solución de fuerza a la crisis nacional desatada el 18-0, junto a ladronzuelos que buscan ganar a río revuelto, son únicos ganadores del 4-S, lo saben y rápidamente se adueñaron del resultado. Todas las demás fuerzas políticas e instituciones con la posible excepción del SERVEL, han resultado perdedoras.
Ni por un instante se pueden imaginar los partidos de derecha, que ni siquiera se atrevieron a mostrar la cara en esta vuelta, tampoco figurines de centro que corrieron al rechazo sin ser capaces de arrastrar a sus propios partidos, tampoco el Parlamento, que este resultado no los alcanza ¡ellos son los más deslegitimados!
La solución de la crisis política nacional, agravada con el resultado del 4-S, exige comprender su naturaleza profunda, que no es otra que la incapacidad del sistema político de enfrentar a los poderosos y realizar las reformas necesarias para impedir que sigan abusando del pueblo. Dichas reformas no son otras que acabar los abusos y distorsiones impuestos por la fuerza tras el 11 de septiembre de 1973 y amparados por la actual Constitución, ni más ni menos.
Las reformas necesarias son posibles porque el ciclo de participación desplegada del pueblo en política, que es la base de la fuerza necesaria para realizarlas, no se ha revertido ni mucho menos. Los dos anteriores, 65-73 y 83-90 no amainaron hasta lograr sus objetivos principales.
Ello requiere una conducción política amplia y a la vez profunda, que realice las reformas necesarias con la determinación del Presidente Allende. La coalición Apruebo se ha levantado como principal fuerza política del país. Ninguna otra tiene su amplitud y capacidad de movilización popular. Parece oportuno considerar convertir la coalición del Apruebo, con todos los partidos, movimientos y figuras que la conformaron, sin sectarismos, en coalición de gobierno. Al mismo tiempo, convencerla de impulsar con decisión las reformas necesarias. Es el camino de victoria.