Es evidente que el TPP11 es mucho más que un Tratado de Libre Comercio, TLC.
Los hechos así lo indican. Veamos, Chile ha firmado 30 TLC, con 65 economías y solo 5 de 30 capítulos contemplan aspectos comerciales. Además de los tratados comerciales con los otros 10 países, Chile tiene TLC con las dos potencias hegemónicas, China y Estados Unidos y con bloques, Unión Europea, Asociación Europea de Libre Comercio, entre otros. A saber, no existe otro país en el mundo que haya firmado más TLC que Chile.
Por consiguiente, es altamente improbable que su ratificación reporte variaciones significativas en exportaciones, por lo demás, en productos primarios de acuerdo con nomenclaturas internacionales oficiales utilizadas en trabajos de investigación sobre comercio internacional (1).
Más aún, si no se toman en cuenta los aspectos geopolíticos del TPP11, los análisis son incompletos y las consecuencias son peligrosas para la estabilidad geopolítica de Chile (2).
El principal argumento de sus panegiristas es que otorgaría a Chile el acceso a un mercado de casi 500 millones de personas, que representa el 13% del PIB mundial y el 15% del comercio internacional.
En carta firmada por 7 excancilleres de Chile, se puntualiza que el tratado «permitirá que alrededor de 3.000 líneas arancelarias gocen de beneficios de acceso para miles de productos chilenos de exportación a mercados de países como Japón, Canadá y México, entre otros, generando empleos e ingresos -según un estudio- del orden de US$ 1.180 millones anuales».
Estos argumentos contienen un error conceptual, “tener acceso a un gran mercado” o que miles de productos “gocen de beneficios de acceso” es la antítesis de “ampliar el tamaño del mercado”. En todos los discursos en favor de su ratificación, invariablemente, se utiliza el primer concepto, aunque no se reconoce que se tiene en mente el segundo. La razón de esto es que prácticamente no existen estudios académicos que estudien el concepto mercado, ni sus determinantes, ni sus implicancias y relaciones entre aumentos del tamaño de mercado y desarrollo económico.
Dada su crucial importancia, permítaseme una breve digresión sobre el concepto mercado.
Este concepto ocupa un lugar destacado en el instrumental analítico utilizado por Adam Smith, padre de la Economía Política, en su magna obra La Riqueza de las Naciones, publicada en 1776.
En el Capítulo III del Libro I de la citada obra, titulado “La división del trabajo está limitada por la extensión del mercado”, Smith analiza los determinantes del tamaño de mercado. De la conceptualización de tamaño de mercado y de otras proposiciones en esta línea de análisis se concluye que existe una estrecha relación, directa, entre tamaño de mercado y proporción de manufacturas en la canasta de exportaciones de un país. En el centro del argumento está el aprovechamiento de economías de escala.
Al respecto, señala Smith: “Las naciones más opulentas superan evidentemente a sus vecinas tanto en agricultura como en industria, pero lo normal es que su superioridad sea más clara en la segunda que en la primera”.
Esta y otras propuestas conducen a la elaboración de un paradigma que se conoce como Centro-Periferia, en el cual, el centro, desarrollado, produce y exporta manufacturas a una periferia, subdesarrollada, que exporta a su vez, productos agrícolas (y mineros) a la primera (3).
Existe abundante evidencia que señala que las economías que se especializan en la producción y exportación de materias primas –como es el caso de Chile– tienen peor distribución del ingreso (4), problemas crónicos de desempleo y mayores niveles de corrupción, entre otros efectos no deseados. Chile es un ejemplo claro de asociación entre explotación de recursos naturales y corrupción. La razón es simple y obvia, a diferencia de las manufacturas, la explotación de recursos naturales permite la obtención de rentas que suelen ser cuantiosas. La Ley de Pesca (o Ley Longueira), el caso Cascadas asociado a la explotación del litio por Soquimich, son claros ejemplos, entre otros tantos, de esta perniciosa asociación.
Existe amplio consenso en el sentido de que el mercado chileno es pequeño, por lo tanto, si Chile ratifica el TPP11 perpetuaría su modelo de comercio exterior, acentuando su carácter de país periférico, exportador de materias primas y recursos naturales con exiguo valor agregado.
A contrario sensu, si Chile fuera actor de un proceso de integración exitoso –como un mercado común– con países latinoamericanos, se produciría un sustancial incremento del tamaño de su mercado y, por consiguiente, de economías de escala. Subrayo exitoso porque hasta la fecha todos los proyectos de integración, incluyendo a Mercosur y Aladi, han sido un completo fracaso. Nunca se ha podido ni siquiera concretar un Arancel Externo Común, es decir, una barrera aduanera común a todos los países signatarios que proteja la producción regional y elimine todas las barreras arancelarias y paraarancelarias internas.
La integración exitosa de los países latinoamericanos permitiría una ampliación del mercado, lo que incidiría en un aumento de la producción de manufacturas y su exportación a otras latitudes.
En síntesis, utilizando una variable que he denominado Proporción de Exportaciones de Manufacturas, PEM, como el cociente entre exportaciones de manufacturas dividida por el total de exportaciones, podemos afirmar que el aspecto más negativo del comercio exterior de Chile es que su PEM es una de las más bajas del planeta.
La integración latinoamericana enfrenta muchos obstáculos, especialmente de las elites que explotan recursos naturales, pero aun en el caso de que este proceso tuviera éxito, sus efectos positivos se producirían en el mediano y largo plazo. Sin perjuicio de lo anterior, existe una forma concreta más rápida de avanzar hacia un mayor valor agregado en la producción de Chile. Esta consiste en reorientar la producción y las exportaciones –mediante incentivos y desincentivos– hacia zonas en que la PEM es mayor.
En este sentido, las exportaciones hacia el bloque Mercosur tienen una PEM de 34%, mientras que las dirigidas hacia China tienen una exigua PEM, inferior a 2 %. Por lo tanto, en el corto plazo y mediano plazo se podría lograr un aumento en la producción y exportación de bienes con un mayor valor agregado, reorientando exportaciones desde China, Japón y Corea del Sur hacia los países que integran Mercosur, con las consecuencias positivas ya señaladas.
Retornando a los aspectos comerciales, hay mucha presión para su ratificación, dado que es funcional a nuestra elite poseedora de los principales recursos naturales. El argumento de que China es nuestro principal socio comercial es válido solo si nos enfocamos en el intercambio desde el punto de vista cuantitativo, es decir, en términos totales, pero no si consideramos estadísticas sobre la composición de los flujos de comercio.
Como ya se indicó, la PEM de las exportaciones chilenas hacia China es inferior a 2%, básicamente concentrados de cobre con exiguo valor agregado, mientras que su inversa, la PEM de las exportaciones chinas a Chile, alcanza a alrededor del 96%.
Al respecto, se ha preguntado usted, señor(a) lector(a), ¿por qué las empresas chilenas que producían manufacturas, aunque básicas, prácticamente han desaparecido? y, consecuentemente, ¿por qué las calles de las principales ciudades de nuestro país están repletas de personas que luchan desesperadamente por llevar el pan a sus hogares vendiendo todo tipo de manufacturas chinas?
Pero, si analizamos la composición de los flujos de comercio, se llega a la conclusión de que el comercio con Estados Unidos es claramente menos desfavorable que el comercio con China. La PEM de las exportaciones chilenas a Estados Unidos es 12%, ¡superior en más de seis veces a la PEM de las exportaciones a China!, mientras que la PEM de las exportaciones norteamericanas a Chile es 52%.
La dimensión geopolítica de la ratificación del TPP11 implica alinearse con China. Esta decisión, prácticamente inexplorada en todos los análisis que se hacen sobre la materia, produciría un daño en lo geopolítico de peligrosas e insospechadas dimensiones.
China ha demostrado una decidida voluntad de integrarse al TPP, para lo cual necesita la cooperación de Chile. Según fuentes chinas, “nuestros dos países deben fortalecer la coordinación estratégica en los asuntos multilaterales. China ha solicitado formalmente unirse al CPTPP y busca comunicarse más con Chile sobre este asunto”, dijo el canciller chino Wang Yi (5). Como se sabe, China necesita el consenso de sus miembros para negociar su ingreso.
Recordemos que, en enero de 2017, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva para retirar a Estados Unidos del TPP, lo que fue suscrito en febrero de 2016 por 12 países.
Si Chile ratificara el TPP11, China conseguiría consecuentemente el voto de Chile para integrarse al pacto. Se produciría, entonces, de facto, el alineamiento de Chile en contra de los Estados Unidos.
Es indudable que Chile tiene que elegir entre una u otras de las potencias que actualmente dominan el mundo. Más de un analista internacional ha argumentado: ¿y por qué tenemos que elegir un bando?, ¿por qué no adoptamos una posición neutral?
La respuesta que emerge de estas líneas es que no es conveniente ni posible adoptar una posición neutral. Si seguimos permitiendo la penetración económica china, esta se traduce en penetración estética, cultural, política, etcétera, e inevitable e inexorablemente se transformará en penetración bélica.
¿Cree usted, señor lector, que el águila norteamericana va a permitir, sin reaccionar, que el dragón chino le robe los huevos desde su propio nido (su patio trasero)?
Demostramos que en el plano estrictamente económico las relaciones comerciales con USA son claramente menos desfavorables que con China, pero esto es un mero detalle si lo confrontamos con el plano geopolítico en que la posibilidad cierta de que esta parte del planeta se convierta en el lugar donde estas dos potencias hegemónicas diriman sus distintos intereses geopolíticos.
Esta dispar dualidad constituye el complejo dilema que tiene que resolver Chile y, por supuesto, América Latina.