Las ciudades han experimentado un crecimiento explosivo y lo urbano se consolida como un asunto de importancia global, debido a que han logrado constituirse en nuestro hábitat por excelencia. Estas albergan a más del 55% de la población mundial y se estima que llegará a 68% para el año 2050, según las Naciones Unidas. A partir de esto es que se han abierto largos debates sobre cuán justos e inclusivos son los espacios sociales más próximos, especialmente con quienes lo sostienen, y cómo afrontar los desafíos venideros para aquella población más vulnerada.
Las ciudades tienden a identificarse como ese lugar de oportunidades para surgir, mejorar la calidad de vida y encontrarse con otros. Sin embargo, esta realidad viene con contradicciones que podemos observar en las ciudades chilenas y que reflejan desigualdades estructurales que se traducen en problemáticas sociales, ambientales y espaciales múltiples.
Una de las desigualdades que ha tenido poca atención, es la de género. Es decir, la discriminación y menos valoración del rol que han jugado las mujeres e identidades feminizadas en el espacio y desarrollo urbano. Esto ha generado que el acceso, el uso y disfrute del espacio sea desigual en tiempo, oportunidades, seguridad y experiencia. Cuestión que se refleja especialmente en la disposición que tiene el espacio urbano para las labores domésticas y de cuidado, que son tradicionalmente delegadas a las mujeres dentro del ámbito familiar.
Tempranamente advertía Olga Segovia, a inicios de la década de 1990, la necesidad de poner atención a la realidad que viven las mujeres en la ciudad y superar la idea de que el espacio es neutro. Siguiendo esa línea nos ha ofrecido diversa literatura y estudios situados sobre cómo incorporar una mirada de género en la ciudad, cuestión que se hace cada vez más necesaria en medio de una crisis de los cuidados.
Las mujeres históricamente nos hemos visto postergadas en el desarrollo del urbanismo y nos hemos visto forzadas a adecuar nuestra cotidianeidad al orden establecido en una sociedad y Estado que no ven ni valoran los cuidados. De esta manera la experiencia de pensar y construir ciudades ha sido ajena para más de la mitad de la población. Hoy, luego de la pandemia, hay una urgencia por redistribuir las oportunidades que ofrecen las ciudades, reconocer los cuidados en ella y ofrecer espacios seguros para todas y todos.
Por lo mencionado, vemos con optimismo que este año el Día Mundial del Urbanismo se haya reconocido con un mes completo dedicado al urbanismo con enfoque de género durante el pasado noviembre, y que en la nominación del Premio Nacional de Urbanismo se presente a grandes mujeres como posibles premiadas.
Esperamos que sea una señal de que avanzamos en ciudades dignas, que cuiden y reafirmen el rol del espacio urbano como un espacio de encuentro y desarrollo, con acceso a sus beneficios y oportunidades y sobre todo con el derecho de todas las personas a ser parte de su goce y transformación.