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Si la paz fuera poca cosa no habría que tomarse la Navidad en serio Opinión

Si la paz fuera poca cosa no habría que tomarse la Navidad en serio

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Jorge Costadoat
Por : Jorge Costadoat Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín.
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Las migraciones forzadas son un signo de este y de todos los tiempos, pero cada persona o familia obligada a migrar tiene algo tan único que contar, como esas penas que no podemos desahogar con nadie. Ellos, ellas, rezan para que sus hijos e hijas no sean despreciados si logran traspasar la frontera. En este tiempo, y seguramente en cualquier otro, la Navidad puede ser una estrella en la oscuridad, una tabla tras el naufragio, un momento íntimo, un amigo, una risa porque sí, unos ojos, un poco de calor, una hija que crece, un guiño de consuelo, de perdón, otra oportunidad. Algo así necesita nuestra época, un momento, un rato. Conversar, aunque sea por un rato.


Noche de paz.

Si la paz fuera poca cosa no habría que tomarse tan en serio la Navidad. No hablo solo para los creyentes. Es posible ser cristianas o cristianos sin ser cristianos. ¿Me explico? Cristo pertenece a todos. Supongamos que los cristianos lo saben. Los que no, tal vez lo intuyan. La paz incluye, debiera ser de todos, cuidada en común.

El Anticristo, en cambio, trafica con la paz, la compra barata y la vende cara. Hace regalos falsos en Navidad. Tapa la realidad con cintas de colores. No piensa en quienes no le interesan: los ancianos, las personas solas o enfermas, personas que se contentarían solo con una llamada por celular.

Y bien, ¿dónde está ese Cristo que une y reconcilia? ¿Este que nos pertenece, aunque ninguno puede apropiárselo? Es alguien tan versátil como los tiempos que lo requieren. Cada época clama a su Cristo. La nuestra anhela certezas, compañía, ¡una tregua!

En este tiempo, y seguramente en cualquier otro, la Navidad puede ser una estrella en la oscuridad, una tabla tras el naufragio, un momento íntimo, un amigo, una risa porque sí, unos ojos, un poco de calor, una hija que crece, un guiño de consuelo, de perdón, otra oportunidad. Algo así necesita nuestra época, un momento, un rato. Conversar, aunque sea por un rato.

Están tan cansadas. Lo estamos.

Es cosa de mirar alrededor. Hacer propia la pasión de los de allí y allá. Empatizar con los cercanos primero. ¿Y si tal o cual quisiera subirnos sobre sus alas y llevarnos unos diez o veinte kilómetros en vez de caminarlos solos con los pies hinchados?

¿Qué es exactamente lo que más necesitamos? Requerimos algo en común. Como humanidad, como país, queremos algo que podamos conseguir juntos. Pero también hay necesidades familiares o personales, personalísimas, tan únicas que tal vez nadie podría comprenderlas. ¿Alguien supo qué significó para la madre y el padre de Jesús verse obligados a dejar su tierra para ser censados en Jerusalén? ¿O cómo fue que tomaron la decisión de refugiarse en Egipto hasta que muriera el tirano Herodes que quería matar al niño?

Las migraciones forzadas son un signo de este y de todos los tiempos, pero cada persona o familia obligada a migrar tiene algo tan único que contar, como esas penas que no podemos desahogar con nadie. Ellos, ellas, rezan para que sus hijos e hijas no sean despreciados si logran traspasar la frontera.

¿Y usted por quién reza? ¿Cuál es su tema?

También nosotros vamos en busca de una tierra prometida. Peregrinamos o huimos por fuerza. Los tiempos son turbulentos. No sabemos bien por dónde seguir. Que no nos falte una estrella que nos dé una pista. Un Cristo/Crista nos espera.

“Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a las mujeres y los hombres de buena voluntad”, dice el evangelista Lucas.

Pax Christi. Este es el día para desear la paz. Para hospedar en la casa a los que perdieron el sendero o sufrieron la perdida de su esposa, de sus hijos o de sus padres. Es la noche para hacer las paces y dormir en paz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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