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Patagonia en venta: Cochamó y el capitalismo verde Opinión Créditos: Municipalidad de Cochamó

Patagonia en venta: Cochamó y el capitalismo verde

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Andrea Freddi y Felipe Cecchi
Por : Andrea Freddi y Felipe Cecchi Antropólogos de la Universidad de Los Lagos
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El caso de Cochamó muestra la madeja de intereses, procesos históricos y disimulaciones que se ocultan tras los conflictos socioambientales. El ambiente de la Patagonia sigue estando al centro de los apetitos de conquista de un capitalismo verde que, en su cara más benigna, implica la contemplación turística del paisaje o el sueño de escape de las grandes urbes, pero cuya contracara es concebir al territorio como una mercancía más, que en su versión más extrema lleva a la explotación y la extracción de los recursos naturales hasta su agotamiento.


El territorio de Cochamó, una extensa comuna de 4.000 almas ubicada en la Región de Los Lagos, estuvo en las últimas semanas al centro de la crónica nacional por una situación que, incluso en un país acostumbrado a la mercantilización de sus recursos primarios, llega a causar cierto revuelo: 1/3 del territorio de la comuna está en venta en una subasta de Nueva York. La fama de Cochamó en realidad había tenido un notable incremento en años recientes debido a su atractivo turístico. Trekking, escaladas, arboles milenarios y lagos de aguas turquesas; un pedazo de Patagonia salvaje a una hora de Puerto Montt. Durante el año 2022 fue además el escenario elegido para otorgar cierta magia sureña a los dramas románticos de la “Ley de Baltazar”, telenovela de difusión masiva. El éxito súbito mantiene a los pobladores en un estado de alarmada excitación: los locatarios turísticos fluctúan entre la perspectiva de inusitadas ganancias y el miedo –fundado– a que sean peces más gordos los que terminen aprovechándose del momento, adueñándose del territorio para transformarlo irremediablemente.

Entre ellos, seguramente están los dueños del fundo Pucheguín, esas 131.000 hectáreas que se rematan en Nueva York por un precio de partida de 150 millones de dólares. La prensa nacional no ha tardado en presentar el conflicto según la trama reconocible de David vs. Goliat. Por un lado, el gran empresariado que mira al mapa de Chile como un espacio vacío para conquistar, sin mostrar escrúpulos hacia el destino de sus habitantes y de sus ecosistemas. Por el otro, el pueblo despojado que, si bien desorientado y desunido al principio, toma paulatinamente conciencia y, apoyado por organizaciones ecologistas internacionales, organiza una exitosa resistencia en nombre de la conservación ambiental.

Investigaciones etnográficas recientes nos permiten comprender cómo este conflicto y, en general, los conflictos socioambientales en Chile, son mucho más complejos de cómo se representan. De hecho, el caso de Cochamó abarca la multiplicidad de intereses presentes en territorios que han vivido históricamente en los márgenes del Estado, pero que guardan una trayectoria de conflictos por el trazado de fronteras, la propiedad de la tierra y el acceso a servicios fundamentales como la conectividad.

Quienes hoy ponen en venta 1/3 de la comuna, estuvieron antes implicados en un proyecto de construcción de una hidroeléctrica que levantó la oposición de pobladores locales y ecologistas, principalmente venidos de Santiago, que vieron en este territorio la posibilidad de crear un espacio prístino de conservación. Lejos de suscitar posiciones antagónicas claras, la hidroeléctrica prometió financiar la construcción del camino que habría puesto fin al aislamiento histórico de la localidad fronteriza de Paso el León. El apoyo popular que logró ganar con tal promesa fue contrapesado por el rechazo hacia el impacto ambiental del proyecto y hacia los métodos que les permitieron acumular propiedades de tierras y derechos de aguas. Según se habla en Cochamó, se sirvieron de palos blancos, gestionaron campañas mediáticas locales en favor del progreso y, sobre todo, aprovecharon sus vínculos en las altas esferas del poder nacional para adquirir terrenos fiscales que estaban en litigio con pobladores locales.

La hidroeléctrica al final no se hizo y del camino solo se alcanzó a construir un tramo, que queda como un elefante blanco en medio de la espesa selva valdiviana. Hay diferentes versiones sobre el fracaso del proyecto, algunas apuntan a la exitosa oposición popular coordinada por ecologistas foráneos financiados por fundaciones conservacionistas privadas. Si bien se reconoce su aporte, en opinión de muchos habitantes locales sus intereses de conservación se vinculan con la idea de transformar este territorio en un sitio vacacional exclusivo, en la misma línea de los “loteos ecológicos” que están apareciendo en distintos sectores de la comuna y que son también motivo de conflicto. Los antiguos colonos, a quienes se les encargó hacer patria en los confines del Estado, ahora solicitan el apoyo de filántropos extranjeros para resguardar su territorio, a falta de leyes y normativas que le pongan coto a la rapacidad del rentismo, protegida por el carácter sacrosanto que la propiedad privada tiene en la Constitución de nuestra república.

El caso de Cochamó muestra la madeja de intereses, procesos históricos y disimulaciones que se ocultan tras los conflictos socioambientales. El ambiente de la Patagonia sigue estando al centro de los apetitos de conquista de un capitalismo verde que, en su cara más benigna, implica la contemplación turística del paisaje o el sueño de escape de las grandes urbes, pero cuya contracara es concebir al territorio como una mercancía más, que en su versión más extrema lleva a la explotación y la extracción de los recursos naturales hasta su agotamiento.

Ambas opciones requieren de la (in)acción de un Estado neoliberal y subsidiario que sigue sin considerar la opinión y participación de las personas que, en conjunto con el ambiente patagónico, tras una larga historia de adaptaciones, han sembrado y nutrido el territorio que hoy se vende y cuyos frutos pretenden ser cosechados por unos pocos.

 

Adherimos a la petición:

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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