Estas son solo algunas de las ideas que pueden conducir a una sociedad más justa y equitativa. Pero para ello necesitamos a todos los grupos. Solo cuando mujeres y hombres reconozcamos que necesitamos esta diferencia para la sociedad y para la economía, el “género” dejará de ser un problema en el lugar de trabajo y en la sociedad, para convertirse en algo “normal”.
A raíz del 8M, y según lo que he podido seguir en los medios de comunicación y redes sociales de diferentes partes del mundo, me sigo cuestionando las proclamas de todos aquellos grupos que abogan por la “igualdad de género”, la “igualdad de oportunidades” y la eliminación de la “brecha de género”, pero que al mismo tiempo pretenden elevar a la mujer a un pedestal que supera y debe superar con creces al hombre.
En medio de las protestas, lamentablemente, veo que, especialmente en Chile, muchas manifestantes excluyen, agreden (y a veces incluso insultan) a los hombres, independientemente de si esos hombres también defienden la igualdad o no. En otras palabras, no se aprecia ningún rastro de “equidad” o “tolerancia”, tan reclamadas por estos grupos. Una vez más, parece que caemos en el debate estereotipado de “nosotras” las mujeres frente a “ellos”, los hombres.
Debo dejar claro en este punto que sigue siendo extremadamente necesario e importante defender y promover la igualdad de género y, lo que es más importante, la igualdad de todas las personas ante la ley. Sin embargo, el feminismo, en su forma extrema, al final, no es mejor que el machismo, solo que al revés.
Al margen del debate mediático en torno al 8 de marzo, deberíamos plantearnos cuestiones mucho más fundamentales: el debate con origen académico en torno al “género subjetivo” avanza en la ciencia, la política y la práctica, pero al hacerlo oculta realidades tácitas: las mujeres y los hombres no son “iguales” en su ser, y nunca lo serán, ¡gracias a Dios! Por lo tanto, “igualdad de género” y “equidad de oportunidades independientemente del género” son dos exigencias diferentes, que deberían difundirse en el discurso y por el lenguaje. Desde una perspectiva crítico-realista, los científicos, los empresarios y la sociedad deberíamos plantearnos dónde residen realmente las similitudes y las diferencias que nos hacen individuos únicos. Tanto desde un punto de vista biológico como sociocultural, el género desempeña un papel muy importante en la formación de la personalidad y la adquisición de competencias.
Entonces, ¿por qué no consideramos en qué somos más fuertes y mejores, y aprovechamos estos puntos fuertes en beneficio de la sociedad? Por término medio, las mujeres tienden a ser mejores en la comunicación y organización; los hombres, en cambio, por término medio suelen ser más analíticos y/o capaces de transportar objetos pesados.
En lugar de forzar a las mujeres a ocupar puestos de supervisión, dirección u otros mediante “cuotas” (como ocurrió en Alemania con la regulación del 30% de mujeres en los consejos de supervisión, que fracasó estrepitosamente), deberíamos preguntarnos cómo y dónde cada individuo –independientemente de su género– aporte lo mejor de sí mismo(a) y de su trabajo. Para ello, efectivamente, es necesario corregir los prejuicios y estereotipos imperantes contra las mujeres, tal como contra los hombres.
Los enfoques de gestión basados en las fortalezas (strength-based management), como la Gestión Intercultural Constructiva (Constructive Intercultural Management), pueden proporcionarnos algunas reflexiones al respecto: aunque pensado originalmente para las culturas nacionales, el enfoque de la intercultural constructiva puede aplicarse a cualquier agrupación identitaria y demográfica, así como a las “culturas de género” (gender cultures). La gestión intercultural constructiva aboga por utilizar la diversidad y la diferencia en beneficio propio, es decir, de forma complementaria y sinérgica, fomentando así la creatividad y la innovación en las organizaciones y la sociedad.
En otras palabras, la sinergia intercultural se refiere a la cooperación e interacción de personas de diferentes culturas (incluido el género), con capacidades, virtudes, experiencias, actitudes, valores, formas de pensar y comportamientos específicos que conducen a un mejor rendimiento que la suma de grupos homogéneos o acciones individuales. La sinergia es, en este sentido, una “síntesis creativa”, un proceso social de desarrollo humano a través de la integración y compatibilidad de la diversidad de género. En lugar de un pensamiento del “o lo uno o lo otro”, es “ambos/y”, integrando las diferencias.
Sin embargo, la sinergia intercultural raramente se da por sí sola. Por el contrario, deben cumplirse varias condiciones previas, que deben contar con el apoyo de todas las personas implicadas. Estas condiciones son:
Por último, la institucionalización en leyes y normas sociales, como la equidad de oportunidades, es también uno de los elementos importantes para hacer avanzar el desarrollo social.
Estas son solo algunas de las ideas que pueden conducir a una sociedad más justa y equitativa. Pero para ello necesitamos a todos los grupos. Solo cuando mujeres y hombres reconozcamos que necesitamos esta diferencia para la sociedad y para la economía, el “género” dejará de ser un problema en el lugar de trabajo y en la sociedad, para convertirse en algo “normal”.