Nuestra Cámara Baja se ha convertido ya en una especie de “ring”, aún no de boxeo, pero que va a la “carrera” rápidamente transformándose en el cuadrilátero de cuerdas rodeado de la galería vociferante que pifia o aplaude a quien maltrate más áspera o violentamente al otro.
¿Es el circo romano el que nos empeñamos en parodiar? Vergonzoso es el espectáculo de los contrincantes que con facundias rimbombantes y estrafalarias pretenden destacarse, justificando así el mísero y paupérrimo asentimiento o aprobación de la ciudadanía, agravado aún más últimamente por “disputadas” que desatienden sus obligaciones, eludiendo votaciones de interés trascendente y esencial para el país, más la infame mentira de otra que injuria y ofende “diagnosticando” falsedades a otra parlamentaria.
La gente está cansada, molesta, fastidiada de la irrelevancia de discusiones interminables, de la “mala leche” y mala fe de propósitos inconfesables, egoístas y detestables al fin. ¿Será posible que vuelva la sensatez, la decencia y las ganas de cooperar, dejando de lado el afán de entorpecer, dificultar y echar abajo cuanto se proponga, hasta solo la idea de comenzar a discutir una propuesta cardinal, dispuesta con la mejor de las voluntades?
“Chile en este momento está reencontrándose. Tenemos una oportunidad más y yo creo que se puede. El país necesita seguir conversando”. No lo digo yo, lo ha dicho Alfredo Zamudio, director de la Misión en Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo.
Nos estamos farreando nada menos que nuestra muy criticada democracia, pero que es la única perfectible y la menos mala de las “demos gracias” que hasta ahora sobreviven y que no hemos sabido valorar.
Porque, según Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.
Y el gran Chesterton decía: “No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución”.
Y si decidimos en Chile considerar la democracia como la forma de gobierno más justa y conveniente para vivir en armonía, llegaremos a convencernos, por fin, de que en una democracia ideal la participación de la ciudadanía es el factor que materializa los cambios, para lo que es necesario que entre gobernantes y ciudadanos se establezcan diálogos para alcanzar objetivos comunes.