En el mundo cristiano celebramos hoy la resurrección de Jesús. Es un día para que renovemos la esperanza y los esfuerzos por tener una iglesia más inclusiva, más justa, más dispuesta a la escucha. Una iglesia que incorpore plenamente a las mujeres en todas las instancias, que acoja a quienes han sido marginados por su condición sexual, por su estado civil o por cualquier razón, porque todo ello impide transparentar el Evangelio, que es para todos y todas.
Son tiempos para animar la esperanza en una iglesia que facilite el reencuentro con los jóvenes que la han abandonado en masa. La Fase Continental del Cono Sur del Sínodo sobre Sinodalidad nos da luces del por qué se han ido (ver en www.celam.org): las jóvenes han partido “porque eran feministas”. Muchos padecían con “la droga y la iglesia les cerró la puerta”. La dejaron porque fueron abusados sexualmente por sacerdotes, diáconos y monjas y los delitos fueron encubiertos por la jerarquía; porque “sufrieron abusos de conciencia y manipulación dentro de la iglesia y no fueron escuchados”. Otros han abandonado “porque no se respetaron sus identidades y sus culturas”; “porque son lesbianas, transgénero y, aunque aman la iglesia, no se sienten amados y cuando se acercan se les cierra la puerta”. Se han ido porque algunas “abortaron presionadas por las familias y nadie las acompañó, ni antes, ni después”. Hombres y mujeres jóvenes abandonan la iglesia porque “cuando se habla de familia no se contemplan todas las familias” y hermanos y hermanas consagradas se retiran “por el abuso de poder”.
Urge que resucitemos la esperanza y la voluntad de avanzar en la renovación de la iglesia, para que sea, como dice el papa Francisco, un hospital de campaña que salga al encuentro y acoja a todos y todas. Y, por cierto, que reavivemos la esperanza en que más laicos y laicas tengan acceso a una formación teológica actualizada que les haga cada vez más libres y más decididos seguidores del Nazareno crucificado y resucitado en nuestro tiempo.
¡Feliz Pascua!