Según inteligencia artificial –recurso en el que todavía no podemos confiar porque en algunas materias se equivoca–, el karma es una creencia más profunda: “El karma es un término que proviene del hinduismo y el budismo y se refiere a la creencia en que las acciones de una persona en el pasado afectan su presente y futuro. Según esta creencia, cada acción tiene una consecuencia, y esas consecuencias pueden manifestarse en la vida presente o futura de una persona”.
La Encuesta Bicentenario de la P. Universidad Católica de Chile (2022) arroja un resultado nuevo. No es novedoso en relación con los años anteriores el desplome en el número de las personas que dicen pertenecer a la Iglesia católica. Pero sí lo es en el caso de los jóvenes. De estos, solo el 36 % dice ser católico. En cambio, sube vertiginosamente entre ellos la creencia en el karma.
¿Qué es el karma? El concepto parece ser mucho más interesante de lo que pueda pensarse. Es más rico que la noción de karma que maneja la Encuesta. Aquel 36 % correspondería a quienes piensan que “las personas pagan en una vida lo que hicieron en otra”. Hay, según parece, otros modos de entender el karma, no ya como algo que pagar o un castigo que sufrir.
Según inteligencia artificial –recurso en el que todavía no podemos confiar porque en algunas materias se equivoca–, el karma es una creencia más profunda: “El karma es un término que proviene del hinduismo y el budismo y se refiere a la creencia en que las acciones de una persona en el pasado afectan su presente y futuro. Según esta creencia, cada acción tiene una consecuencia, y esas consecuencias pueden manifestarse en la vida presente o futura de una persona”. Le hice otras preguntas. Respuestas: no siempre el karma está asociado a la creencia en encarnaciones, no es una doctrina insolidaria con los pobres sino que demanda hacerse cargo de ellos, es una filosofía que fomenta la compasión. “Según esta creencia, una persona puede estar experimentando pobreza en su vida actual debido a acciones negativas en su vida pasada o presente, como la negligencia de sus responsabilidades o la falta de compasión y generosidad hacia los demás”. El karma es, sobre todo, una motivación para ser responsables de sí mismos y de los demás.
En una cultura cristiana como se supone que es la nuestra, el karma debiera considerarse afín al cristianismo. Tanto que es posible pensar en un “cristianismo kármico”. ¿Cómo se entiende algo así?
Parto de un dato fundamental para los(as) cristianos(as). Según el Nuevo Testamento, el Hijo de Dios “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 6). Es decir, hay aquí un área de convergencia entre el cristianismo y la idea del karma (hinduismo y budismo). En el cristianismo la identificación de Dios con los pobres es muy profunda. Los últimos papas, en continuidad con la Tradición de la Iglesia, enseñan que es inherente al cristianismo la opción preferencial por los pobres (Benedicto XVI en Aparecida, 2007). No se puede ser cristianos(as) sin optar por ellos. Los pobres son personas valiosas en sí mismas. No debieran ser tratados como objetos de caridad, como instrumentos a través de los cuales se pudiera obtener la santidad.
La búsqueda de la salvación consistente en hacer de los demás un medio para complacer a Dios, no tiene nada de cristiano. El amor auténticamente cristiano considera que los(as) otros(as) son fines y no medios. El otro(a) es Cristo. Esta idea tan poderosa también está en el judaísmo: en los demás puede verse al Mesías. En estas religiones nadie “se salva” solo, por decirlo así. El individualismo es nefasto. Pero esto es en la teoría, porque tanto en el cristianismo como en cualquier creencia se dan prácticas y configuraciones religiosas patológicas. Es herético que un cristiano vea en un pobre a un culpable. Antes bien, un cristiano tendría que sospechar que una persona deforme, un cesante, un curadito botado por la calle y cualquier persona que sufre, es inocente. Y, en última instancia, no le toca a él(ella) juzgar a los demás, sino amarlos. Entonces, si las religiones coinciden en que Dios es amor (1 Jn 4, 8), comparten lo fundamental. Las diferencias entre ellas son secundarias.
Tratándose de creencias y religiones que nos hablan del misterio de la vida, de aquello que ha podido haber antes del nacimiento y después de la muerte, es preciso ser muy humildes y tolerantes. Tomo las palabras de uno de los grandes sabios judíos del siglo XX, Abraham Joshua Heschel: “La religión es un medio, no el fin y se convierte en idolatría si se la considera un fin en sí misma. Por sobre toda creatura está el Creado y Señor de la historia, aquel que todo lo trasciende. Equiparar la religión a Dios es idolatría” (en el artículo: “Ninguna religión es una isla”).
Conclusión: ¿pudiera darse un cristianismo kármico? No, si la creencia en el karma se entiende como una especie de maldición o castigo del que hay que liberarse. Sí, si el karma lleva a las personas a amarse unas a otras, a formar comunidades en vez de agrupaciones cerradas y a construir sociedades justas.