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Paremos la chacota del cambio de hora: qué bueno es el “horario de invierno” Opinión

Paremos la chacota del cambio de hora: qué bueno es el “horario de invierno”

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La evidencia que se ha esgrimido más profusamente refiere a estudios en países con pocas horas de luz de día durante el invierno, más parecidos a Magallanes y a la Antártida que a nuestro territorio continental; en donde se ha determinado que existe una correlación entre esta falta de exposición a la luz solar y la depresión. La causalidad de este argumento es, al menos, dudosa.


Uno de los fallos de política pública más vergonzosos que presencia la ciudadanía todos los años es el cambio de hora. A esto se agrega que, durante los últimos 20 años, al cambio de huso horario se añaden argumentos absurdos para atrasar o adelantar su entrada en vigencia. Por ejemplo, su retraso en 2010 fue “para que los equipos de rescate tuvieran más luz”. Sin embargo, cada vez que se cede en forma intempestiva a estos argumentos, se añaden cerca de 30 millones de dólares de costos adicionales. 

Dado que el tema ya dejó de ser urgente después del último cambio de huso horario, resulta recomendable debatir al respecto y de una buena vez tomar una decisión frente a esta política pública: ¿Qué es mejor, mantener dos husos horarios o bien quedarnos con uno? Si optamos por la segunda opción, ¿cuál es el mejor?

Esta política tuvo su origen en el ahorro de energía y actualmente sigue siendo formalmente una decisión del ministerio a cargo de este tema (Energía), pese a que sus efectos ya no guardan prácticamente ninguna relación con esta materia. Habiendo pasado unos días de la normalización al llamado “horario de invierno”, conviene considerar en forma seria los elementos fundamentales que debiesen ser ponderados para tomar una decisión definitiva y responsable sobre esto. 

En el ideal, la democracia no solo debiese reflejar las preferencias sociales de los que habitan un país sino incluso los intereses de aquellos que aún no han nacido. Y no solo las preferencias medidas por una encuesta, sino las que podrían consolidarse luego de procesos deliberativos en los cuales las preferencias pueden transformarse a partir del diálogo. La democracia debiese resultar en que prevalezca el bien común por sobre los intereses de grupos específicos. En parte, la desconfianza con la política se explica, porque hay una sensación generalizada de que esto no es lo que ha ocurrido en muchas decisiones, entre las que destaca la Ley de Pesca, por la evidencia documentada del enriquecimiento de grupos de interés que participaron activamente en su tramitación, a costas del bien común.  

Se ha dicho que es importante considerar la evidencia científica y los argumentos técnicos para la toma de decisiones en política. Eso evitaría, se dice, el peso desmedido de los grupos de interés en la toma de decisiones. No obstante, esto tiene la limitación de intentar hacer objetivo algo que no puede serlo enteramente, pues normalmente las políticas avanzan ciertos valores y hacen retroceder otros, así como también hay ganadores y perdedores. Recordemos que hubo argumentos técnicos a favor de la Ley de Pesca, no muy convincentes, pero los hubo. En contraste, hay pocos ejemplos en los cuales sería más útil disponer de evidencia científica que el huso horario, pues aparentemente no afecta la codicia de particulares. 

La evidencia que se ha esgrimido más profusamente refiere a estudios en países con pocas horas de luz de día durante el invierno, más parecidos a Magallanes y a la Antártida que a nuestro territorio continental; en donde se ha determinado que existe una correlación entre esta falta de exposición a la luz solar y la depresión. La causalidad de este argumento es, al menos, dudosa. Además, el cambio de horario no afecta la cantidad de horas disponibles. La evidencia de la neurociencia es más contundente, especialmente en los niños, cuyo patrón de sueño debiese seguir los ciclos del sol: despertar cuando el sol se levanta y dormirse cuando el sol se acuesta. Nuestro horario está distorsionado respecto a ese ciclo todo el año. El que comenzó a regir en 1894 en Valparaíso era simplemente GMT menos 4 horas y 46 minutos, el que nos correspondía, de acuerdo con nuestro meridiano. Nuestro horario de verano es GMT menos 3. Un absurdo, pues los horarios de nuestros colegios le obligan a sus estudiantes a levantarse cuando Chile continental está aún en penumbras. Incluso el horario de invierno es insuficiente, pues nos faltan entre 30 y 36 minutos (correspondiente, en la actualidad, al desfase respecto del horario astronómico), dependiendo de nuestra ubicación en el territorio nacional. 

Así, se ha pretendido invocar evidencia científica en ambos sentidos, por lo que el problema es inevitablemente político. ¿Qué intereses y opiniones queremos que predominen? En momentos en que se aprueba un cambio de jornada laboral que nos aleja del resto de nuestro continente para acercarnos a Ecuador, o al norte de Europa, es bueno empezar a considerar medidas que potencien los efectos positivos de esa innovación. Una de ellas es facilitar compartir más tiempo en familia. Ese tiempo será de mejor calidad si el Estado deja de obligar a los niños a interrumpir su sueño cuando aún no ha salido el sol. Mantener el huso horario que nos corresponde o más próximo a este, permitirá que nuestros niños se desarrollen mejor. 

No hay mejor espejo de una sociedad, dijo Nelson Mandela, que la forma que trata a sus niños. Hace una década que les venimos restando prioridad, ¿será hora de cambiar el rumbo? Una forma de hacerlo es hacer permanente el horario de invierno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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