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La desaparición de Pato Bañados: el comunicador intransigente excluido de la televisión Opinión

La desaparición de Pato Bañados: el comunicador intransigente excluido de la televisión

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Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
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Cuando se inició la transición, Patricio Bañados aspiraba a que se reconociera el aporte que había hecho para el plebiscito. No pretendía un ministerio o un cargo de alcalde o parlamentario, ni a un puesto que le diera acceso al presupuesto fiscal. Solo quería contribuir a que Chile tuviese una televisión de calidad, pero los canales y los políticos de todos los colores le cerraron esa posibilidad.


Es impresionante observar el coro de los programas de TV, medios de prensa y radio, directivos y personajes públicos que dieron con la puerta en las narices a Patricio Bañados y que hoy le rinden homenaje tras su muerte. Comunicador “histórico”, “pionero”, “emblemático”, “ejemplar”, son algunas de las alabanzas que le dedican.

Cuando pichangueábamos de adolescentes, el Pato, el mayor de todos, nos daba cancha, tiro y lado con la pelota en los pies. Entonaba las canciones de moda en un perfecto inglés adquirido en el Saint George’s College, mientras nosotros chapurreábamos el que nos enseñaba Miss Pinto en el liceo con ayuda del Second English Book. A pesar del tiempo que había transcurrido, polemizábamos acerca de la elección de la Reina de la Primavera y reivindicábamos la figura de la basquetbolista Natacha Méndez, la Reina del Pueblo, mientras Pato defendía a la triunfadora Gloria Legisos, que sería más tarde la primera Miss Chile.

Patricio animaba todas las veladas y pronto se alejó hacia los estudios de radio mientras nosotros nos hacíamos socios por 300 pesos del Club Universidad de Chile, cuando pertenecía a la Universidad, antes de caer en manos de Yuraszeck y los empresarios en busca de ganancias. Desde la galería divisábamos a Patricio micrófono en mano junto a la cancha e intentábamos que nos viera a la distancia. Por entonces la política metió la cola, nos atraía un médico de apellido Allende, eterno candidato, mientras nuestro amigo no manifestaba preferencia alguna, aunque le atribuíamos simpatías por la Democracia Cristiana por ser él, Patricio Bañados Montalva, sobrino de Eduardo Frei Montalva, líder DC y futuro Presidente.

Patricio y yo coincidimos en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, donde su paso fue efímero mientras un servidor perseveraba. Por entonces me invitó a que fuera su ayudante en un programa de Radio Cooperativa en que los mejores alumnos de diversos colegios competían en conocimientos. Fue el primer trabajo de mi vida y Patricio Bañados exigió que me pagaran el doble de lo ofrecido, pues mi tarea era ardua. Consistía en preparar pequeños trocitos de papel con preguntas correspondientes a diversos ramos de 4º, 5º y 6º años de Humanidades, papelitos que los gladiadores del Instituto Nacional, el Colegio Luis Campino, el Liceo Amunátegui, la Alianza Francesa y otros establecimientos tendrían que sacar al azar de la cajita correspondiente al nivel de su curso que yo les presentaba. Aparentemente mi trabajo era sencillo, pero el problema consistía en que las preguntas tenía que prepararlas yo a costa de largas horas en la biblioteca y sin derecho a meter la pata.

Cada contendiente sentado en primera fila tenía a sus espaldas 30 compañeros de su colegio que repletaban la mitad del auditorio, mientras la otra mitad la ocupaba la barra de su adversario. Al abrirse la transmisión, Patricio Bañados preguntaba: “¿Adónde va la gente por una buena pluma fuente?”. Un aullido unánime respondía: “¡A la Clínica de Plumas Fuente”, negocio situado en calle Ahumada que entregaba aportes financieros para los viajes de curso de los vencedores. En sus libro Confidencias de un locutor, refiriéndose a mi persona, recuerda que “alguna vez le conseguí una pequeña peguita en una radio”.

Las preguntas variaban según el nivel de los concursantes: “¿Cuántas patas tiene la mosca?”; “¿Quién escribió ‘Romeo y Julieta’?; “¿Cuál es la montaña más alta de Chile?”; “¿Cómo murió Sócrates”?… “¿Cómo se llama el caballo de Don Quijote?”… “¿Con qué nombre figura el burro de Sancho Panza?”. Ante esta última pregunta sorprendí a un alumno del público que se pasaba la mano por la cabeza e indicaba hacia Bañados. El concursante falló y a la salida pregunté al de las morisquetas cuál había sido el motivo. “Como don Pato es rucio, quise soplarle al concursante que Sancho llama ‘Rucio’ a su animal”. En otra ocasión, Patricio se sentía enfermo y me pidió que lo remplazara sobre la marcha y tuve que tirarme al agua por primera vez ante un micrófono: “¿Adónde va la gente por una buena pluma fuente?”.

Patricio Bañados desaparecía por largos períodos y de vez en cuando alguien decía haberlo escuchado en onda corta en un programa radial en castellano de Estados Unidos, la BBC de Londres, la radio de los Países Bajos o una emisora suiza leyendo noticias, haciendo una entrevista, comentando un evento deportivo o como corresponsal viajero. En EE.UU. debutó ante las cámaras de televisión y cuando la TV llegó a Chile reapareció en gloria y majestad en las primeras transmisiones en blanco y negro de los canales 9 de la Universidad de Chile, 13 de la Universidad Católica y más tarde canal 7 de Televisión Nacional. Entre sus hazañas periodísticas está haber sido el único chileno que haya entrevistado a los Beatles.

En estos días se han recordado su transmisión al aire libre de la primera parada militar, de un partido de fútbol y de un mensaje presidencial de Jorge Alessandri desde el Congreso. Esas transmisiones las veían los cuatro gatos que se habían traído un televisor del extranjero o quienes se agolpaban ante la vitrina de una tienda donde una pantalla apuntaba hacia la calle, pues todavía no aparecían los televisores Bolocco, armados en Arica por un empresario cuyas hijas un día se harían famosas, no como industriales de esos aparatos, sino como animadoras a través de sus pantallas.

Mi recuerdo más antiguo de Patricio Bañados como comunicador de televisión se remonta al Campeonato Mundial de Fútbol celebrado en nuestro país al ritmo del Rock del Mundial en 1962. Cuando jugaba la selección chilena se suspendían las actividades en la Municipalidad de Santiago donde yo trabajaba y nos agolpábamos en el hall a tratar de divisar las jugadas en una pantalla de 16 pulgadas que solo observaban a sus anchas el alcalde, los regidores y los directores que ocupaban las primeras filas. Cuando Eladio Rojas disparó en Arica desde fuera del área el cañonazo que venció a la Araña Negra, Lev Yashin, el arquero de un país que el tiempo se llevará llamado Unión Soviética, dando a Chile la victoria 2-1 y su clasificación para semifinales, quien entrevistó a Eladio ante las pantallas no podía ser otro que Patricio Bañados.

Bañados habló siempre con su voz inconfundible, inigualable, suave pero clara, melodiosa, ni de tono muy alto ni muy bajo, sereno, convincente y sobre todo leal con el entrevistado o la entrevistada y capaz de sacar lo más profundo de esas personas, la otra cara de la medalla de la “entrevista impertinente” que pondrá de moda el flaco Eugenio Lira Massi. Dondequiera que trabajara, se preparaba sobre el tema, revisaba cualquier texto que le entregaran para que lo leyera y ejercía el derecho a corregirlo. Si querían que él pusiera la cara, de su boca no saldría nada con lo que no estuviera de acuerdo. Como animador, entrevistador o relator deportivo, Patricio Bañados fue siempre altamente valorado por los auditores y telespectadores.

Dada su independencia respecto de los bloque políticos que se enfrentaban a comienzos de los 70, era mirado con desconfianza desde lado y lado. En el Colegio de Periodistas, una directiva de izquierda puso trabas a su afiliación por triquiñuelas reglamentarias, a pesar de que llevaba muchos años ejerciendo el periodismo en Chile y el extranjero. En su libro recuerda que recurrió al autor de esta columna, y efectivamente yo, que presidí efímeramente una llamada Asamblea de Periodistas de Izquierda, conseguí que le levantaran las trabas. Durante el gobierno de la UP, Canal 7 de TVN transmitía con los colores allendistas; Canal 9 de la Universidad de Chile se hallaba cargado hacia la extrema izquierda y el Canal 13 de la UC cerró filas con la oposición y los golpistas bajo la batuta del cura Raúl Hasbún. En esas circunstancias, Patricio Bañados mantenía la calma en las pantallas del Canal 7, sin entrar a la pelea chica, que en más de una ocasión lo salpicó. El diario allendista Puro Chile lo acusó de ser un infiltrado de la embajada de Estados Unidos en TVN y Tribuna, periódico de extrema derecha, de informar sobre un combate de boxeo desde un ángulo marxista.

Después del golpe militar, mientras nos escabullíamos hacia el exilio, Bañados siguió en Chile leyendo noticias y animando programas, cuidándose siempre de no avalar como otros periodistas las acciones criminales. Conscientes del enorme prestigio de que gozaba ante la teleaudiencia, los organizadores de la campaña del NO le pidieron que fuera su rostro y “me hice el harakiri y les dije que sí”, me comentará un día. Nadie duda de que en contraste con la imagen que proyectaban los voceros agitados del SÍ, la figura de Bañados abría ante los votantes una perspectiva optimista y tranquila de un posible retorno a la democracia, mientras a él y su familia les llovían las amenazas de muerte.

Pasado el plebiscito, la dictadura buscó el primer pretexto para despedir de TVN a Patricio Bañados, a quien en todo caso le sobraban las invitaciones para trabajar en el extranjero, aunque prefirió esperar en Chile el retorno de la democracia. Lo que vino después es historia conocida: los gobiernos de la Concertación le dieron la espalda. Los políticos y estrategas comunicacionales de esos gobiernos argumentaban que Bañados estaba demasiado “quemado” políticamente, pues sin pertenecer a ningún partido ni movimiento él había dado la cara por ellos, quienes al llegar al poder preferían desprenderse de este personaje que, además, les resultaba incómodo, pues no tenía pelos en la lengua.

Desembarcaba la televisión privada y los antiguos canales universitarios quedaban atrás, se imponía la lógica del rating y la “industria” se adentraba en la senda de la farándula. En forma consecuente, Bañados jamás permitió el acceso de los medios a su familia, a Emmy su mujer holandesa, o a sus hijos: su vida privada no tenía por qué interesar al público. Él siempre sostuvo que la televisión, especialmente la televisión abierta que llega a los hogares más modestos, debía ser un medio fundamental de cultura, información amplia, formación ética. No propiciaba una televisión cerradamente educativa y cultural, pero, sí, cuya programación –como había visto en Europa– diera acceso a las manifestaciones artísticas más elevadas y ayudara a reflexionar sobre el mundo en que vivimos. Y, por ejemplo, el comentarista de un partido de fútbol debía dar protagonismo a la imagen, a las jugadas que se estaban proyectando y solo formular una breve explicación táctica o hacer un comentario oportuno, y no relatar el partido que se estaba transmitiendo, algo que se acostumbraba en Chile como si los telespectadores fueran ciegos o retardados mentales. Sin tapujos condenaba la farándula y la “televisión basura” y culpaba a las castas dominantes de la política y el empresariado de orientar deliberadamente la televisión en esa dirección.

Cuando se inició la transición, Patricio Bañados aspiraba a que se reconociera el aporte que había hecho para el plebiscito. No pretendía un ministerio o un cargo de alcalde o parlamentario, ni a un puesto que le diera acceso al presupuesto fiscal. Solo quería contribuir a que Chile tuviese una televisión de calidad, pero los canales y los políticos de todos los colores le cerraron esa posibilidad. Ya lo habían exprimido y ahora era un producto desechable.

Treinta años duró la travesía del desierto de Patricio Bañados, hasta el día de su muerte. Cuando regresé del exilio, cada cierto tiempo nos juntábamos en un café de Isidora Goyenechea, a la vuelta de su departamento. De ahí diariamente se iba caminando hasta Apoquindo a presentar los conciertos y sinfonías que transmitía Radio Beethoven, un nombre que a diferencia de la mayoría de los chilenos él sabía pronunciar acentuando una “e” alargada que al final ocultaba el atisbo de una “i”. Oírlo era un verdadero deleite.

Entre quienes le han rendido homenaje se cuenta nuestro controvertido ministro de las Culturas Jaime de Aguirre, autor talentoso de La alegría ya viene, la canción inolvidable del NO, y uno de los más destacados promotores de la televisión chilena que el gran Pato Bañados calificaba de “basura”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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