A lo mejor, lo que viene pronto es otra entrevista de la presidenta del PPD, esta vez para presentar su renuncia. Perdón, eso ocurriría en cualquier país democrático del mundo, menos en Chile.
La política chilena cada día tiene menos que envidiarles a las series de Netflix que abordan las intrigas del poder. Claro que con una gran diferencia. En Secret City, La diplomática o Borgen, las zancadillas, conspiraciones o falta de lealtad entre los propios se dan de manera soterrada, oculta, por debajo de la mesa. Incluso podríamos decir que sus protagonistas utilizan una cierta finura para disparar a sus aliados o rivales. Nuestros políticos, ni siquiera tienen estilo a la hora dar los golpes. Lo hemos visto estas últimas semanas en la derecha, donde Chahuán, Schalper y Macaya han sido torpedeados desde sus partidos y, por supuesto, desde sus “socios”, Republicanos.
El huracán desatado por Natalia Piergentili, a partir de una entrevista, no solo desnudó el deterioro del Partido por la Democracia (PPD) y generó la interrogante ¿qué hacen entonces en el Gobierno?, sino que además quedará en los anales de nuestra pobre y alicaída política como una pieza de estudio. Partamos por el hecho de que la presidenta del PPD decidió hacer una catarsis pública, una especie de sahumerio a través de un medio de comunicación. Cuesta pensar que una mujer con experiencia política sea una perfecta ingenua como para sentarse en el diván de un periodista de un medio que genera agenda política, para expresar, sin ningún tipo de filtro, su frustración y rabia, sin medir las consecuencias.
Y aunque ella –en sus disculpas posteriores– intentó hacer una distinción de fondo y forma, la verdad es que terminó por agravar la falta al reafirmar el contenido de algunas de sus, muy desafortunadas, frases. Lo cierto es que el lenguaje utilizado fue ofensivo –“monos peludos”–, además de criticar brutalmente al Gobierno del cual forman parte y, lo que es peor, se burló ideológicamente –en temas sensibles– de sus socios, “los compañeres”. La entrevista de la timonel del PPD es de esas que hacen imposible olvidar sus contenidos para el ofendido, porque sobrepasan largamente la crítica política.
Una regla general en la política, y que la cumplen la mayoría de nuestros políticos, es que los gritos, las peleas y diferencias se dan en privado, sin testigos. Frente a las cámaras y micrófonos, se sonríe y se baja el perfil a los problemas. Sin embargo, la regla de oro, la que no se puede violar nunca, es la burla, la ironía y, menos, el uso de un lenguaje inadecuado para con los aliados. Peor aún cuando una militante de sus filas cumple con el segundo rol de importancia en el Gobierno, al que se está descalificando. Y Natalia la transgredió
De acuerdo con la estrategia desplegada por Piergentili luego de su acting, orientada a controlar daños, la buena fe nos obligaría a pensar que esto no fue más que un cándido arrebato, un exabrupto, un desliz, un lapsus inocente de una excandidata al Consejo Constitucional, quien se tuvo que resignar a un resultado paupérrimo, al igual que cuando se presentó a senadora. Sin embargo, Natalia Piergentili no solo pareció “respirar por la herida” personal. La presidenta de la colectividad venía manifestando sus desacuerdos con La Moneda hacía rato, tanto es así, que ella fue quien promovió la ruptura que derivó en inscribir dos listas para el 7M, pese a la petición –casi en tono de ruego– que les hizo el Presidente.
Y por si fuera poco, la timonel del Partido por la Democracia arrastró –con su catarsis pública– a su militante más importante, la ministra Carolina Tohá. Primero, porque le quitó respaldo político y, segundo, porque generó que una desconocida vicepresidenta –¿para que un partido tiene cuatro personas en ese cargo?– aprovechara sus cinco minutos de fama torpedeando a Tohá y reabriendo una oscura herida de la política –SQM–, que aún tiene muchas aristas pendientes. Un autogol, una punzada autodestructiva propia de los grupos que están en crisis, navegando a la deriva.
Aunque lo que Natalia Piergentili evitó analizar, en su entrevista-catarsis, fue que su apuesta política terminó en un fracaso total. La tesis de que el bloque PPD, DC y PR podía abrir la base de apoyo de La Moneda hacia el centro, terminó por convertirse en un funeral anticipado de lo que podríamos denominar la ex Concertación nostálgica –porque no pasan de ser una réplica de lo que eran hace veinte años, sin ideas nuevas–. De ahí que, más allá de las palabras inoportunas, de fondo, fue su propia presidenta quien dejó al partido naufragando en medio del mar. Fue Piergentili quien dejó al descubierto la crisis del PPD. ¿Qué queda de la apuesta progresista, moderna con que este partido –instrumental en su momento– irrumpió con la llegada de la democracia? Poco o muy poco. El PPD es hoy un partido con un relato de los 90 y a punto de la extinción –obtuvo 3.6% de los votos el 7 de mayo–, sin liderazgo, sin identidad y sin propuesta.
Por eso es que existía tanta expectación con lo que ocurriría –una semana después del arrebato de Natalia Piergentili– en el Consejo Nacional del partido. Tengo la impresión de que el PPD se perdió una tremenda oportunidad de haber dado una señal potente de su disposición a reinventarse y anunciar un proyecto político acorde a los tiempos que vive el país, optando por el pragmatismo y el reencauzarse dentro de lo poco que tienen en el Gobierno. Sin embargo, el Consejo asumió el fracaso total de la apuesta de Piergentili, proponiendo lo opuesto a lo que defendieron hasta hace poco, al abrirse a la disolución del PPD dentro de una estructura federada y anunciando que irán en lista única en 2024, incluyendo a los “monos peludos”.
A lo mejor, lo que viene pronto es otra entrevista de la presidenta del PPD, esta vez para presentar su renuncia. Perdón, eso ocurriría en cualquier país democrático del mundo, menos en Chile.