No tenemos propuestas concretas y claras que sirvan de guía en la búsqueda y la formalización de nuestra inserción en el escenario global, y para enfrentar con éxito esa inserción. En las últimas décadas, la política de apertura al mundo se caracterizó –en una primera instancia– por la apertura unilateral, para luego seguir con una “apertura vía TLC”, sin agregados ni calificativos, y con todos aquellos que hemos podido. Ahí batimos el récord, y reitero que estas políticas han sido de “liberalización como un fin en sí mismo”. Y parece que seguimos en lo mismo.
Hace unos días, leí una muy interesante columna de la economista Viviana Araneda en la que destacaba, entre otros aspectos, la “aparente ausencia de planificación, análisis y desarrollo de estrategias de mediano y largo plazo en el área de las relaciones económicas internacionales”. La columna de Viviana Araneda desnuda una cruda realidad. Y, en mi opinión, parece importarle a pocos. Trágico, pues en una economía tan abierta al mundo y dependiente del comercio como la nuestra, nos hace muy vulnerables a los vaivenes económicos y geopolíticos –¡Ucrania, por ejemplo!– y ocurre en medio de cambios globales trascendentales. Sin embargo, creo que la ausencia de políticas en este ámbito, también impone una política comercial. De hecho, estamos perpetuando la continuidad de las políticas anteriores.
El abandono de propuestas e implementación de políticas públicas en este ámbito, viene ocurriendo desde hace ya algún tiempo y la “liberalización comercial” pasó a ser un fin en sí mismo, sin importar su impacto. Exageramos los “beneficios” del libre accionar del mercado y dejamos de lado las políticas de Estado. Nos “engolosinamos” con la apertura económica y la liberalización –muy necesarios, por cierto, en medio de un mundo globalizado– y perdimos de vista la necesidad de estrategias de desarrollo. Hemos tenido décadas de un verdadero frenesí de acuerdos comerciales y de desregulación, y parece que seguimos en lo mismo.
A pocos días de asumir, en un foro virtual con una audiencia de la London School of Economics (LSE), el canciller nos dejó ver cuán interesado estaba en impulsar la integración regional (El Mostrador, 2 de abril). No obstante, parece que la “ausencia” de políticas de Estado sigue predominando y la integración regional ha devenido en atender problemas coyunturales, con poco –o ningún– avance en los objetivos centrales de la integración económica regional. De hecho, hace algunas semanas, en una entrevista de ‘Mesa Central’ de Tele13 Radio, el canciller dejó ver –en relación con el litio– lo limitado que es el horizonte con el cual trabaja la Administración, destacando que en este tema “cada país define su propia política” [y que, en…] “consecuencia, dentro de esa diversidad se abre un espacio de diálogo, de intercambio de experiencia” [… de…] “intercambio académico y científico en torno al litio” [… pero…] “no hasta el punto de integrar una suerte de alianza productiva”. Me queda claro, ¡qué pena! Parece que el canciller perdió la pulseada.
Además, al parecer, seguimos ignorando lo que ocurre a nuestro alrededor. Hace poco más de un año, un grupo de países avanzados, reunidos en Canadá, crearon la “Minerals Security Partnership”, integrada por Australia, Canadá, Finlandia, Francia, Alemania, Japón, Corea, Suecia, Gran Bretaña, Estados Unidos, y la Comisión Europea y –más recientemente– Italia. Y, en el lado opuesto, el mayor procesador de minerales críticos del mundo, China (+80%). Parece que, una vez más, lo haremos “por la nuestra”. Aparentemente, ni siquiera intentaremos alguna forma de “alianza productiva” con nuestros vecinos. Pero también es cierto que se necesita interés de parte de Argentina y Bolivia. Correcto, pero ¿tenemos una propuesta concreta de cooperación regional que ofrecer al respecto? De acuerdo a lo mencionado por el canciller, solo en aspectos muy limitados y no en materias económicas.
Por ello, destaco, una vez más, lo mencionado por Viviana Araneda, excepto que quiero hacerlo de manera más categórica: creo que –actualmente– nos enfrentamos a la ausencia del Estado en las políticas de relaciones económicas internacionales. No tenemos propuestas concretas y claras que sirvan de guía en la búsqueda y la formalización de nuestra inserción en el escenario global, y para enfrentar con éxito esa inserción. En las últimas décadas, la política de apertura al mundo se caracterizó –en una primera instancia– por la apertura unilateral, para luego seguir con una “apertura vía TLC”, sin agregados ni calificativos, y con todos aquellos que hemos podido. Ahí batimos el récord, y reitero que estas políticas han sido de “liberalización como un fin en sí mismo”. Y parece que seguimos en lo mismo.
Hoy estamos proponiendo continuar la apertura e inserción global vía esta misma política, principalmente en el Asia-Pacífico, Medio Oriente y Norte de África. ¿Con qué objetivos? No está claro y, en mi opinión, es virtualmente imposible tener real claridad respecto a cuáles son las prioridades en nuestra política de relaciones económicas internacionales, ya que fluye a gotas y –al parecer– se limita a una presentación en PowerPoint, videos de YouTube o entrevistas en medios de comunicación, para quedarse en el nivel de listado de “temas por discutir”, que no parecen concretarse, excepto en muy limitados aspectos.
De la escasa información pública disponible se desprende que nuestra política exterior estaría basada en “principios permanentes” que nuestras autoridades han presentado en más de una ocasión: 1) respeto al Derecho Internacional (vigencia y respeto de los tratados internacionales; solución pacífica de las controversias; independencia y respeto a la soberanía; y preservación de la integridad territorial de nuestro país); 2) la defensa y proyección de los DD.HH. y el apoyo a la democracia; y 3) la responsabilidad de cooperar a nivel internacional (subsecretaria Claudia Sanhueza, Cámara de Diputadas y Diputados). Nadie parece objetar estos “principios” de la política exterior de Chile y, no siendo especialista en los temas, no los voy a cuestionar.
No obstante, las dificultades se presentan con la aplicación de prioridades a esa política, o en la integración de la política exterior con la práctica de la política comercial. Por ejemplo, con qué firmeza se “aplica” el principio de la defensa irrestricta de los derechos humanos o la política exterior feminista, ¿da lo mismo cuando nos referimos a Cuba, Nicaragua, Venezuela o Afganistán, a los países árabes, o en relación con China? Creo que no lo hacemos. O cuando hablamos de integración regional, ¿cómo se explica que sigamos privilegiando las relaciones económicas y comerciales con países de fuera de Latinoamérica? Claramente, porque no estamos trabajando nuestras relaciones económicas internacionales con una mirada estratégica.
Lo anterior parece ser anecdótico, pero ciertamente no lo es. Más bien, creo que es trágico. Trágico por el muy serio impacto que ha tenido en nuestro desarrollo, la integración al mercado global sobre la base de –principalmente– la explotación de recursos naturales y “por la nuestra”. Pocos podrán argumentar que podemos cerrarnos al comercio y quedarnos al margen de la globalización, a pesar de sus vaivenes e incertidumbre. Pero hoy –creo– nos domina la inercia de las políticas de administraciones anteriores y se dejó de pensar en posibles cambios de dirección. Se “tiró la toalla” anticipadamente.
Creo que nunca nos hemos dado el tiempo para reflexionar seriamente acerca de los posibles efectos del grado de apertura alcanzada. ¿Hay alguien que pueda responsablemente afirmar que hemos estudiado y analizado, en profundidad, el efecto que este proceso he tenido en la concentración del ingreso en Chile, en el muy desigual desarrollo regional, la marginación de la población campesina y pueblos originarios y, en algunos casos, sus efectos sobre el medioambiente? Sugiero buscar en la DIRECON/SUBREI algún estudio serio de seguimiento de los más de 30 TLC que tenemos. No existen, hay solo algunos estudios parciales y de pocos acuerdos. No obstante, no deja de sorprender que no haya documentos que definan nuestra política de relaciones económicas internacionales, en algún grado de detalle. ¿Dónde quedan las consultas ciudadanas?
La Cuenta Pública 2023 terminó por sepultar las expectativas de que pudiéramos ver cambios en la actual administración o –al menos– intenciones de “empujar” cambios en el campo de las relaciones económicas internacionales. Dudo que ello pueda ocurrir. Es cierto, la “agenda” de seguridad pública, la reforma del sistema de salud y la “crisis” de las isapres, la reforma tributaria y la de previsión social, la inmigración ilegal, salario mínimo y varios otros temas, hoy dominan la preocupación pública. No obstante, tratemos de utilizar nuestra institucionalidad como en los países de la OCDE, que tanto nos gusta citar. Creo que “se puede caminar y masticar chicle”. Me cuesta entender que los temas internacionales solo tengan un par de minutos en la cuenta anual. La Cancillería, la SUBREI, sus funcionarios, y sus temas, parece que no figuran en las prioridades de Gobierno o –a lo mejor– simplemente no “prestan ropa”.
Trágico, pues las relaciones económicas internacionales y el comercio están en la base de nuestro desarrollo económico, en la posibilidad de crecer e industrializarnos. Además, en conjunto con los países de Latinoamérica, nos dan la fuerza –o deberían hacerlo– para actuar unidos en la defensa de nuestros intereses. La posibilidad de colaboración en el litio, ¿no les recuerda a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero? A mí sí, pero creo que, por ahora, no veremos nada semejante. Cojeamos en materia internacional y –lamentablemente– estamos hipotecando seriamente las posibilidades de cooperación regional y de desarrollo futuro.